bilbao. No hace mucho, menos de un mes, que el tema volvió a monopolizar una conversación entre dos ciclistas profesionales que entrenan por la zona, el Duranguesado y su N-634, una mezcla arriesgada de camiones, ciclistas, velocidad y arcenes tan estrechos como las propias ruedas de las bicicletas. Uno le decía al otro que había que hacer algo para solucionar el problema, que no podían seguir así, saliendo cada mañana a entrenar, a trabajar, pensando que cualquier momento podía ser el último. Hablaban de un bidegorri, de los propios arcenes, de la autopista que podía tragarse algo de tráfico incentivando a los camioneros. Esas y más ideas. Todas las soluciones que se les ocurrieron. Aunque fuesen desesperadas. Así estaban. Desesperados. Así llevan los ciclistas de la zona ni se sabe cuánto. Su miedo viene del siglo pasado y se ha transmitido de generación en generación. De la grupeta de David y Unai Etxebarria, Mayo, Pradera, Horrillo y los demás hasta sus sucesores, Intxausti, Castroviejo, Rubén Pérez, Egoitz García, Fernández de Larrea... Estos últimos se reunieron el sábado por la noche para cenar y cerrar así la temporada. Hablaron, claro, de la N-634. De que algún día iba a pasar algo.

A la mañana siguiente, ayer, no mucho antes del mediodía Fernández de Larrea e Intxausti se detuvieron en el cruce de Iurreta donde se coge la A-8. Les extrañó ver a un periodista en el arcén. Se pararon y entonces se enteraron. Fue escucharlo y estremecerse. No hacía mucho que la ambulancia se había llevado el cuerpo sin vida de Iñaki Lejarreta, 29 años, biker vizcaino, hijo de Ismael y sobrino de Marino. Había salido a entrenar pronto por la mañana y sobre las 9.30 horas circulaba por el cruce cuando un Renault Clío le arrolló por detrás. El chico quedó tendido en la carretera, inmóvil. Así se lo encontraron los médicos de las dos ambulancias que llegaron poco después al lugar, donde se le realizaron maniobras de reanimación que no sirvieron para salvarle la vida. Las circunstancias del accidente no se han aclarado. Se apunta a un posible despiste del conductor, que estaría tratando de cambiar de sentido para regresar a su casa de Iurreta, pues ni el lugar, con mucha visibilidad y un enorme arcén limpio, entrañaba el mismo peligro que otros puntos negros de la N-634; ni el tráfico a esa hora y en domingo lo justifica; ni el ciclista, un tipo prudente siempre, hizo alguna maniobra extraña o temeraria que pudiera provocar el siniestro.

Abundó en esa idea, incrédulo por lo ocurrido, Agustín Ruiz, presidente de la Federación Vizcaina, quien apuntó que el ciclista iba "por el arcén, que en ese tramo es bastante amplio y suele estar limpio. Estos accidentes suele ser más normal que sucedan en un día de labor".

Agustín Ruiz fue de los primeros en enterarse, mientras que Marino Lejarreta no supo bien lo que estaba pasando hasta bien entrada la mañana. Había madrugado para ir al monte, al Arrano, y en eso estaba, caminando, cuando le sonó el teléfono. Era un amigo. Le dijo que había escuchado algo sobre su sobrino, que a ver si sabía lo que pasaba. Marino le debió de responder que nada. Colgó, hizo una llamada y entonces se enteró. Bajó del monte envuelto en dolor. Ni qué decir el de su hermano Ismael, aita de Iñaki. Incalculable el de su mujer, la exciclista Naiara Telletxea, que era, además, su preparadora, y que está embarazada de un niño, el primero de la pareja, que nacerá en enero.

Su hijo, la paternidad, era el gran motor que impulsaba a Iñaki en una etapa incierta en el apartado profesional. Tras tantos años en el Orbea de mountain bike, se había quedado sin equipo y buscaba un maillot para seguir compitiendo. En eso le estaba ayudando Marino, que llevaba algún tiempo rastreando el mercado tratando de encontrar algún dorsal libre para que su sobrino probase suerte en la carretera, la modalidad del ciclismo que nunca le había llamado la atención al chaval, pese a que participaba puntualmente en pruebas de aficiones y fue campeón de Euskadi sub'23 en 2002, porque, decía, su vida, estaba en el monte, el barro, la arena, el polvo y las piedras.

En eso, tenía algo del espíritu libre y decidido de José Antonio Hermida, el mejor biker estatal de todos los tiempos -campeón del mundo y plata en los Juegos de Atenas, por fijar dos hitos en su carrera-, con el que coincidió en la selección desde que era un niño. Compartieron, por ejemplo, el título mundial de España en el relevo de Sierra Nevada 2000. Ese año Iñaki pudo ganar su primer arcoíris junior. Fue el mejor, hizo toda la carrera por delante y solo una inoportuna caída le condenó a una plata insípida. Se desquitó poco después, en Colorado 2001, ganando, al fin, el título mundial junior.

Vestido de arcoíris, la vida le dio un susto tremendo: en febrero de 2002 se estrelló contra la luna de un coche y solo el casco le pudo salvar la vida.

ADN ciclista "Pocos saben lo que supone cargar con el peso de un apellido como el suyo", cuenta Hermida; "No es fácil andar en bicicleta siendo el descendiente de los Lejarreta, pero él fue capaz de conseguir cosas importantes". Cosas como el subcampeonato de Europa sub'23 o el cuarto puesto en el Mundial. Como élite, la suerte no le sonrió. Sufrió hipertiroidismo, una enfermedad que le borró de la competición durante prácticamente dos temporadas. Aun así, se recuperó y consiguió entrar en el equipo de los Juegos de Pekín, en 2008, uno de los momentos de su carrera que mejor poso le había dejado. "Aunque el valor de un deportista se mide en resultados, Iñaki era más que sus números. Era agradable y sencillo. También casero, muy hogareño. Y tenía un gran sentido del humor, aunque si no lo conocías bien te podía parecer tímido y solitario". En su forma de ser, como en su pasión por la bicicleta -"recuerdo haber estado subido a una bicicleta desde siempre", solía decir-, también le desbordaba el ADN de los Lejarreta. Por eso, la iglesia de San Juan Evangelista de Berriz se llenará hoy (19.00 horas) para que el ciclismo vasco y estatal despida a uno de sus hijos más queridos.

El lugar exacto de la N-634 donde se produjo el atropello que acabó con la vida de Lejarreta. Foto: efe