Helmut Duckadam fue ingresado de urgencia el pasado martes a causa de los problemas arteriales que padece en su brazo derecho, con un aneurisma y una insuficiencia arterial aguda que le están provocando problemas de corazón. Duckadam fue operado por cuarta vez el pasado 7 de septiembre y corre serio peligro de perder dicha extremidad, protagonista del momento más traumático en toda la historia del Barça.
Porque Helmut Duckadam fue el portero rumano que detuvo los cuatro penaltis que le lanzaron Alexanko, Pedraza, Pichi Alonso y Marcos en la final de la Copa de Europa que disputaron en Sevilla el 7 de mayo de 1986 el Steaua de Bucarest y el Barça y que pocos, o nadie, dudaba entonces que los colores del campeón serían azulgrana.
Por fin el gran trofeo luciendo en las vitrinas del Camp Nou.
Pero consumido el tiempo reglamentario de juego más la prórroga, ni los futbolistas barcelonistas liderados por un Bernd Schuster que, sustituido en el minuto 84 se fue al vestuario, tomó una ducha, cogió un taxi y se marchó tan ricamente al hotel, ni los rumanos, que se limitaron a defender al amparo de su talentoso valladar, encontraron la vía del gol. En la tanda de penaltis Urruti, el meta guipuzcoano del Barça, paró los lanzamientos de Majearu y Boloni, pero no pudo evitar los goles de Lacatus y Balint. Su colega rumano, en cambio, detuvo los cuatro que le tiraron en una exhibición portentosa de eficacia que ha hecho historia, para pasmo y llanto de la hinchada culé, que llenaba las gradas del estadio Sánchez Pizjuán, escenario de la final.
Desde entonces, Helmut Duckadam es conocido como el héroe de Sevilla, y con razón. Pero alcanzada la gloria máxima, como fue la consecución del primer y único título europeo del fútbol rumano, cayó en desgracia, y ya no levantó cabeza en el resto de su vida.
El Barça entró en una crisis de caballo por culpa de la eficacia del cancerbero del Steaua, pero supo salir de la misma en poco tiempo a través de una regeneración absoluta. El trauma de Sevilla trajo consigo un año más tarde el conocido como motín del Hesperia, rebelión contra el entonces presidente Josep Lluis Núñez que a su vez provocó una criba de casi toda de la plantilla, la contratación de Johan Cruyff y el advenimiento del Dream Team, con la implantación de una mentalidad ganadora basada en un estilo de juego selecto y seductor, sublimado en la reciente etapa de Pep Guardiola.
Para empezar, Schuster, que simbolizó la derrota ante el Steaua, fue sancionado y al año siguiente le dejaron sin ficha, aunque pronto encontró acomodo en casa del enemigo, el Real Madrid, a modo de venganza.
Duckadam, en cambio, no halló recompensa mucho más allá de aquel abrumador día de gloria. Tenía solamente 26 años y el declive se le echó encima a traición, de forma insospechada y brutal.
un carrusel de desgracias El Sevilla y el Betis, entre otros clubes, se interesaron por contratar sus servicios, pero ese mismo verano, mientras disfrutaba de las vacaciones en un balneario del Mar Negro, se levantó con dolores insoportables en el brazo derecho. El 12 de julio de 1986 fue ingresado en urgencias. Se le diagnosticó una trombosis que casi le cuesta la amputación. Por descontado debía abandonar el fútbol.
Cuando en apariencia se curó la enfermedad, Duckadam regresó al fútbol el 28 de septiembre de 1989 en el modesto Vagonul Arad, un equipo de la segunda división rumana, y permaneció allí durante dos temporadas sin pena ni gloria. En 1991 se retiró definitivamente del fútbol, anónimamente, pero con el imborrable regusto de ser el héroe de Sevilla por el resto de sus días.
Duckadam trabajó entonces como guardia de la policía fronteriza en Semlac, su ciudad natal, y abrió una escuela de fútbol en la vecina Arad. Sin embargo, los problemas económicos le obligaron a vender el piso y hasta los recuerdos de Sevilla, incluyendo guantes y medallas, y cerrar su proyecto deportivo.
En 2003 emigró a Phoenix (Arizona, EEUU), donde vivió un año junto a su familia. Tampoco cuajó la aventura. De vuelta a Rumanía, al menos encontró consuelo y recompensa por la hazaña que protagonizó en Sevilla. El Gobierno de Rumanía reconoció su valía, concediéndole en 2008 la Orden del Mérito Deportivo; y George Becali, líder de un partido político y dueño del Steaua, le ofreció un puesto en su partido y le nombró presidente honorífico del club.
Duckadam, el pasado 7 de septiembre, cuando fue operado por cuarta vez de su brazo derecho. Foto: dna
Helmut Duckadam desborda su alegría tras detener el cuarto penalti en la final de Sevilla de 1986. Foto: dna
El Mercedes que le regaló Ramón Mendoza
Al amparo del hermetismo informativo impuesto bajo la dictadura de Nicolae Ceaucescu, los medios de comunicación occidentales tejieron una leyenda, que por entonces nadie supo desmentir, a cuenta de las razones que provocaron la temprana retirada de Helmut Duckadam. Se contó que Ramón Mendoza, entonces presidente del Real Madrid, le regaló un Mercedes en recompensa por haber fastidiado a los culés. Al regresar a Rumanía tuvo un peligroso encuentro con Nicu Ceaucescu, presidente del Steaua e hijo de Nicolae Ceaucescu, que le exigió que le entregara el Mercedes argumentando que tamaña ostentación era impropia de comunistas. El portero se negó y, como represalia, la Securitate (policía secreta rumana) le rompió los dedos de las manos para que no volviera a jugar al fútbol. Esta historia sobre Duckadam se hizo tan popular que la mayoría del pueblo rumano la dio por buena. La verdad de esta truculenta narración se conoció casi veinte años después. Duckadam negó por completo esa versión, y aunque sí reconoció su mala relación con Nicu, aseguró que el único regalo que recibió fueron 200 dólares y un automóvil marca Dacia, entregados por el Gobierno rumano.
Alcanzada la gloria en aquella Copa de Europa de 1986, el mítico portero del Steaua inició su viaje a los infiernos
El Barça purgó su crisis cambiando la plantilla y con la llegada de Cruyff; Duckadam acabó en la ruina física y económica