1º GILBERT, Philippe (BMC)4h.56'25''
2º VALVERDE, Alejandro (Movistar) m.t.
3º MORENO, Dani (Katusha) m.t.
GENERAL
1º CONTADOR, Alberto (Saxo Bank)72h.25'21''
2º VALVERDE, Alejandro (Movistar)a 1:35
3º RODRÍGUEZ, Joaquim (Katusha)a 2:21
La Lastrilla. En Segovia, como el olor del cochinillo y del vino de Don José María se mezclan con el aire, igual, se mezclan también los sentimientos en el pelotón. Se libran, al menos, dos batallas, aunque seguro que son muchas más. Por un lado, la etapa, el trofeo del único disparo por el que afilan los colmillos Gilbert, Swift, Mollema, Nocentini, Roche, Lars Boom e incluso Egoitz García, el joven vizcaino que tiene la planta de los viejos y buenos corredores de clásicas. Por el otro, la guerra de la resistencia, la general, el día a día que tiene a Contador, Valverde y Purito dándose estopa cada vez que se lo dice su corazón, que es casi siempre que la carretera se levanta un poco. También ocurrió en Segovia, claro, la casa de Perico, que es el que diseña el recorrido y el que recibe luego, al final, tras el sofocón y la tensión, las gracias de un Contador sonriente que habla irónico en nombre del pelotón.
Por ahí, por donde dijo Perico que había que ir, se mezclaron los de la etapa y los de la general. Se confundían y se estorbaban, o se ayudaban sin querer, y provocaban el barullo y el orden, cada cosa en su momento. Fue así, sobre todo, en los últimos 20 kilómetros, que es cuando el pelotón puso el turbo nada más tragarse la fuga de Aitor Galdos y José Vicente Toribio y adentrarse en una carretera que adelgazaba, que subía y bajaba, que se retorcía como si se doliese, que se llenaba de adoquines insidiosos. Qué lata. Por allí, sobre el pavés, después de que Castroviejo sacase el látigo y los llevase a todos firmes, surgió Egoitz García, el vizcaino del Cofidis, 26 años, una pinta estupenda de corredor de clásicas, que atacó a 3,5 kilómetros de meta y puso en alerta al pelotón, o las migajas que quedaban de él.
Era la pelea por la etapa, una disputa a cañonazos. Abrió fuego primero Egoitz, que cuando miró para atrás en la curva del acueducto vio un hueco importante y difícil de llenar. El movimiento era bueno. Lo malo para él fue que de inmediato salieron disparados a su estela tipos duros como Flecha, Breschel, Roche o Degenkolb, el tanque alemán de las cuatro victorias al sprint en lo que va de Vuelta. Al vizcaino le cazaron a dos de meta. Y a uno, cuesta arriba ya hacia La Lastrilla, se impulsó Roche, sobrino de Stephen, el irlandés que hace ahora 25 años consiguió lo que nadie antes y después, solo Merckx, al reunir en una misma temporada las victorias en Giro, Tour y Mundial.
Dos latigazos de Gilbert Como si corriese ya el Mundial de dentro de unas semanas en Valkenbourg, a Roche se lo tragó de un bocado Philippe Gilbert, el belga que renació en Montjuïc y subió hasta La Lastrilla en dos tacadas. En la primera, un arreón espectacular, aplastó al irlandés. Y en la segunda, a 400 metros o así, muy lejos, acabó por desenganchar a Swift, el inglés que bufaba a su rueda, para marcharse solo y resistir sin apuros el asedio de la avanzadilla que se había montado a su espalda.
Eran Valverde y Purito. Era la otra guerra, la general en que se celebra cada segundo como una victoria. El murciano, un fiero rematador, acabó segundo en meta, cogió ocho de bonificación y, además, pudo ampliar su sonrisa porque Purito, que le seguía, se quedó sin los cuatro del tercero que amarró Dani Moreno, su amigo y su compañero en el Katusha en un error de cálculo sin demasiada importancia. El botín de Valverde fue mayor, de todas maneras. Antes a quince kilómetros de meta, cuando comenzaba a enloquecer el pelotón, esprintó bajo la pancarta de un bonificación y ganó seis segundos al tiempo. Purito, cuatro. Al final del día, el catalán llegó a rueda de Valverde, pero se distanció diez segundos más en la general. Ahora pierde 46.
La última batalla Más de lo que esperaba Purito. "Pero es que, hostia, Alejandro va, va", resopló el catalán, que de todas maneras, no encuentra ningún motivo para bajar los brazos y rendirse. Todo lo contrario. El jueves por la noche, tras la cena y el paseo, Joaquim se sienta en una butaca del hall de su hotel a las afueras de Valladolid y habla sin dobleces de cómo se siente tras la paliza que le dio Alberto Contador en Fuente Dé. Triste, claro, pero ni hundido ni desquiciado. En lugar de eso, Purito dibuja un escenario bélico sin precedentes en el último puerto de la Vuelta, la Bola del Mundo. Dice que tiene ganas de meterle mano a Valverde, de luchar por ese segundo, la etapa, y, "aunque es difícil", poner en dificultades a Contador.
Es el anuncio de la tormenta. Ni le amedrenta ni le sorprende al gran Valverde, que se imagina lo que viene hoy. "La suerte que tenemos Alejandro y yo", anima el asunto Purito, "es que nos podemos pegar hostias hasta la eternidad porque el pobre Froome está muy lejos". El murciano dice que, efectivamente, es la última batalla. "Y yo todavía tengo buenas piernas para afrontarla".
Purito, también. Piernas y cabeza. "He cambiado el chip". Está recuperado de la paliza que le dio Alberto Contador, ha reseteado y asume la nueva circunstancia con naturalidad. "Cuando he ido líder me ha tocado defenderme, pero ahora todo ha cambiado. Voy por detrás y tengo que atacar. Solo espero que no se me haya olvidado cómo se hacía", ironiza con humor el anterior líder de esta apasionante Vuelta.
A su sucesor en el puesto, Contador, que tiene la Vuelta en el bolsillo si todo sigue su curso, no le preocupa todo eso de los segundos por los que se pegan Valverde y Purito durante toda la etapa de Segovia. Aunque entrega 14 segundos a Valverde, no le da importancia. "Sabía que podía pasar algo así y no pasa nada, aunque espero no lamentarlo", dijo el líder, que se aplica en su papel de observador ahora que la ventaja se lo permite y asume como algo inevitable la lluvia de ataques hoy en la Bola del Mundo. "Es el último día y, claro, habrá batalla". O tormenta. Ya lo está anunciando Purito.