londres. Un pequeño trozo redondo de bronce hizo que el taekwondista afgano Rohullah Nikpah pasara de vivir en un campo de refugiados en Irán a ser famoso e idolatrado en su país. "Mi vida cambió por completo", contó en Londres al recordar su bronce en Pekín'08, la primera medalla olímpica en la historia de Afganistán. Nikpah repitió la hazaña el jueves y consiguió otro bronce. "Antes de la medalla tenía una buena vida y era feliz. Pero después me volví muy famoso. Estoy agradecido por eso también a mi entrenador y a la gente que lo hizo posible", explicó. Para el taekwondista, "ganar una medalla es muy importante para cualquier país, pero para Afganistán es aun más importante".

Y eso explica que Nikpah sea ahora una de las máximas glorias deportivas afganas. La victoria en 2008 sobre el español Juan Antonio Ramos en el combate por el bronce le elevó a la categoría de ídolo popular. Al regresar a Kabul, el joven de entonces 21 años fue recibido por miles de personas en el estadio Ghazi, donde pocos años antes los talibanes realizaban sus ejecuciones en masa. El presidente Hamid Karzai le regaló una casa en Kabul y Nikpah se convirtió en símbolo de esperanza para un país en lucha por volver a ponerse en pie. Muchos jóvenes imitaron incluso su peinado para parecerse al ídolo "con imagen de estrella de cine", según le describió The New York Times. "Después de Pekín los afganos se enteraron más de los Juegos y se interesaron por la medalla. Cuando volví a Afganistán todo el mundo estaba muy orgulloso y me felicitaba. Sentí una gran felicidad por haber dejado en alto la bandera de mi país", explica en Londres.

Pero la vida de Nikpah no siempre fue tan feliz. Nacido en 1987, tuvo que huir con su familia a un campo de refugiados en Irán sólo dos años después cuando los talibanes llegaron al poder. Con apenas diez años descubrió allí el taekwondo, muy popular en Irán. En 2004 regresó a una Kabul todavía carcomida por la guerra y sólo cuatro años después dio una alegría a su país cuando más lo necesitaba. "Afganistán tenía tantos problemas y una guerra tan larga que no había deporte de ningún tipo", recuerda. "Por suerte ahora hay menos conflicto y los problemas son menores. Después de la medalla, en Afganistán hay cada vez más gente que quiere hacer taekwondo". Para entrenarse difrutarán ahora de lujos que el pionero Nikpah no tuvo en sus inicios en Kabul. "En el complejo olímpico tenemos ahora instalaciones para entrenar. Tal vez no son tan buenas al compararlas con las de otros países, pero las tenemos".

Es difícil imaginar los esfuerzos de Nikpah para llegar al máximo nivel del mundo en su deporte, pero al verlo sobre el tatami no quedan dudas de que llegó a ese lugar por méritos propios. El afgano saltó el jueves al tatami decidido a llevarse la pelea contra el británico Martin Stamper. No le amedrentó la hinchada local. Con un estilo veloz y agresivo dominó el combate y logró repetir la medalla de Pekín. Al final de la pelea comenzó a saltar sobre el tatami, se quitó el casco y gritó al cielo. Luego se arrodilló y comenzó a llorar. En el público había muchos afganos residentes en Londres. "Tengo que agradecer a todas las personas que me apoyaron", dijo tras el combate. "Pero desde el fondo del corazón querría agradecer especialmente a los refugiados afganos que vinieron aquí a alentarme. Significa mucho para mí", remarcó. Como si hubiese recuerdos que no se borran con dos bronces.