Horas antes, los peluqueros de la firma Pons les cortaron literalmente la melena para encajar y lucir mejor esos gorros especiales diseñados por Marc, marido de Bet, la mano derecha de Tarrés. Los conjuntaron con unos no menos espectaculares trajes de baño que simulaban la piel de pez, de color plata y reflejo de las escamas que al contraluz con el agua iluminaban hasta el cénit tanto la silueta como el rostro de estas ángeles de Anna, todo un seguro aunque ayer les condenaran a conformarse con el bronce en la prueba por equipos, batidas por Rusia pero también por China. Pecata minuta si nos atenemos a un dato: respecto al segundo puesto de Pekín solamente repetían tres chicas -Thais Enríquez, Alba Cabello y Andrea Fuentes.

Buscaron impactar, innovar, a través de la elegancia, aunque el gusto vaya por barrios y cada juez tenga el suyo, pero dejaron boquiabiertos al personal desde el instante de zambullirse envueltas en esa especie de papel Albal, material laminado con efecto reflectante sobre un tul transparente. Después llegó la sucesión de acrobacias, saltos e impulsos imposibles para el humano de secano, rendido el público que estalló en una ovación atronadora. Había pulpos, cangrejos, orcas, delfines, demás especies y olas en el mar. Todo fruto de un trabajo milimétrico durante meses: ocho horas diarias de dedicación, labor biomecánica, de psicólogos, osteópatas y dietistas, aderezado de una vena creativa mediante clases de arte dramático, flamenco y zapateado. Hasta las sonrisas salen al exterior gracias al estudio.

El primer problema surgió en el sorteo que obligó a España a actuar antes que las asiáticas, si bien el ejercicio, salvo una caída al agua, resultó impecable, una megaproducción para interpretar El Océano, obra del compositor Salvador Niebla. La gente se rompió las manos hasta con las repeticiones en el monitor, aunque de pronto apareció otro contratiempo extraño en la sincronizada, el fallo informático. Mientras los jueces discutían entre ellos sobre la puntuación, ellas -el grupo lo completan Clara Basiana, Ona Carbonell, Margalida Crespí, Paula Klamburg e Irene Montrucchio, con Laia Pons de reserva- miraban a uno y otro lado encogiéndose de hombros y de los nervios en un trance de por sí tenso. El Centro Acuático aclamaba sus nombres y finalmente irrumpió el 96,920 -un total de 193,120- que las confirmaba en el podio por delante de Canadá y su vistoso Cirque du Soleil.

volando con 'butterfly' Según los expertos, una puntuación escasa dado el grado de complejidad y dificultad extrema de ese entramado de piruetas que salen del CAR de Sant Cugat, un vivero de medallistas que tras la retirada de Gemma Mengual de la alta competición sigue en la cúspide. Restaba por averiguar el color de la presea, ya que las chinas partían con una ventaja de ocho décimas y, para colmo, no erraron en la sobria puesta en escena de Butterfly, composición de Li Huanzhi que plasmaron con buen ritmo y también adoración por la acrobacia: un 97,010 que incrementaba la distancia. De Rusia, qué decir: técnica exquisita, mayor nivel que en la víspera, una máquina de precisión propia de su mito, Anastasia Davidova: 98,930. Maravillan y tocan oro desde los Juegos de Sidney de forma ininterrumpida.

"Tal y como han ido las cosas, que en esta final estemos a dos décimas realmente da a conocer el estado de salud de un equipo joven pero matón, con ganas de luchar y de estar a la altura", se felicitó Tarrés, quien desveló la traba con la nota. "Un juez ha puesto una nota en el papel y otra nota en el marcador. La nota del papel y la del marcador no concordaban. Lo que no sabemos es cuál era, si era más alta o más baja". La plata en el dúo y este bronce conforman un bagaje excepcional para la tarea emprendida hace once meses y que se traduce en un éxito dentro del proceso "de aprendizaje". "Si aún estamos a ocho décimas de las chinas en rutina técnica, todavía queda mucho para poder ganar a Rusia, si ese tiene que ser el objetivo". Con el gen ganador de la preparadora y el que transmite a sus sirenas, sí es seguro que tardarán años en bajarlas del pedestal. Algo que mientras esté Tarrés parece imposible.