La globalización rompe barreras e iguala las fuerzas

Salvo túnez, todas las selecciones presentes en londres tienen jugadores en la NBA, 44 en total

r. calvo

vitoria. Los Juegos de Barcelona fueron el primer acontecimiento en el que la NBA adquirió carácter universal. Al margen de los Open McDonalds, había en aquella época pocas oportunidades de entrar en contacto directo con jugadores mitificados por los aficionados, por el resto de deportistas olímpicos y por sus rivales, que veían a los miembros del Dream Team como ídolos de infancia a quienes hacían fotos antes y durante los partidos. Entre baloncesto, golf y algunas escapadas nocturnas, transcurrieron los días de los jugadores americanos en la Ciudad Condal donde recibieron un tratamiento que se destina a las celebridades. Ya lo dijo Chuck Daly: "Es como una gira conjunta de Elvis Presley y Los Beatles".

En la cancha, la victoria se daba por supuesta y solo Croacia en la final pudo cuestionar esa superioridad durante un rato en la primera parte. La NBA se veía entonces como un territorio inaccesible. Solo diez jugadores que participaron en aquella cita olímpica jugaban o habían jugado en la liga estadounidense: los croatas Drazen Petrovic, Toni Kukoc y Stojan Vrankovic, los alemanes Detlef Schrempf y Uwe Blab, el lituano Sarunas Marciulionis, el australiano Luc Longley, el venezolano Carl Herrera, el portorriqueño Piculín Ortiz y el ruso Alexander Volkov.

Dos décadas después, la globalización ha humanizado a los jugadores que visten la camiseta de Estados Unidos, las distancias se han acortado y el respeto que rozaba la adoración ya no existe porque no es raro jugar contra ellos e, incluso, ganarles. En las plantillas de Londres 2012, figuran 44 jugadores que han militado en franquicias de la NBA o que se van a incorporar al acabar los Juegos. En todas las selecciones, excepto en la de Túnez, hay, al menos, uno y en varios casos tienen algún anillo en sus dedos. Lo normal es que sigan ganando los estadounidenses, pero la calidad está mucho más repartida y los paseos han acabado.

En 1992 la selección estadounidense gozó de la admiración de sus rivales, que se veían incapaces de competir