PAU-BAGNERES DE LUCHON
1º. Thomas Voeckler (Europcar)5h35:02
2º. Chris Anker Sorensen (Saxo Bank)a 1:40
3º. Gorka Izagirre (Euskaltel)a 3:22
General
1º. Bradley Wiggins (Sky) 74h15:32
2º. Christopher Froome (Sky)a 2:05
3º. Vincenzo Nibali (Liquigas)a 2:23
BAGNERES DE LUCHON. El Tour está muerto. Lo ha matado el Tourmalet. Hubo un tiempo en el que su nombre estaba prohibido en el pelotón. No se podía hablar de él. Daba miedo. Tabú. Tourmalet en gascón significa mal desvío. Malo. Muy malo. Entonces, ¿para qué tomarlo? Hacia allí iban los ciclistas sobre sus bicicletas pesadas de hierro con la mirada cruzada, negra. Lo odiaban, lo temían. Era una carretera estrecha de barro y piedras escoltada abajo por los prados verdes donde pastaba el ganado y, arriba, por la nieve blanca y perpetua. Un lugar frío, sombrío, oscuro, silencioso. Solo se escucha silbar al viento. Y revolotear a las viejas historias de los pioneros. Hay gotas de sangre y sudor fosilizadas en las piedras. Y lágrimas. Pobre Eugene Christophe. Se habla de que hay osos pardos que deambulan por los bosques en verano y duermen en invierno. Y lobos que están siempre al acecho, hambrientos. Los buitres planean buscando el rastro de la muerte. Eddy Merckx mató el Tour del 69 allí mismo. E Indurain el de 1991. El navarro aún cree que el Tourmalet es el de los osos, los lobos, los buitres y la nieve. "Este Tour se decide allí", dice a sus amigos. ¿Pero quién quiere suicidarse?
Bajo el sopor De nuevo el calor aplasta los Pirineos. Vuelven a abrirse las cremalleras, a ondear los maillots y a desfilar los pechos blancos y huesudos de los ciclistas. A través de sus cristales oscuros de espejo se ve la acuarela del paisaje: el cielo alto y azul, las rocas grises, las verdes praderas, los aficionados con sus gorras de colores y pantalón corto, las camisetas naranjas y las ikurriñas. Nadie se atreve a levantar la mirada. Les cegaría el sol que les lanza rayos de fuego amarillo. Así va vestido Wiggins. Va montado en su carroza que arrastran cuatro bellos corceles negros. Hay una más, uno blanco, un pura sangre noruego. Boasson Hagen marca el paso mientras avanza por el pasillo de gente después de servir agua a sus compañeros. Así llegan a la cima del Tourmalet en un día luminoso de verano. Van cinco del Sky rodeando a su señor inglés. Ya no hay osos, ni lobos, ni nieve en ese lugar. Y los buitres están delgados y aburridos. Nadie ataca al líder en el único lugar donde parece vulnerable. No hay olor a sangre en el Tourmalet, donde muere el Tour bajo el sopor. La gente piensa más en agarrarse a lo que tiene. Nadie quiere suicidarse. O tienen miedo o les faltan fuerzas. Hasta Evans, el campeón herido, corre con la cabeza agachada. Luego, se descubre por qué.
Las ganas de Euskaltel Diez minutos por delante, el Tour es otra cosa. Está Voeckler, que subiendo el Tourmalet se acerca a Egoi Martínez y le sopla al oído que hay que darle más leña para aumentar la ventaja. Van juntos una treintena. Entre ellos, tres vascos, tres de Euskaltel: Egoi, Azanza e Izagirre. Más de la mitad del equipo está en la escapada. No se puede pedir más a los chicos de Gerrikagoitia. Tampoco a Voeckler, que encarna todo lo bueno y maravilloso que puede ser un ciclista y todo lo malo que se espera de una persona. Tiene dos caras. Una tiene a Francia enamorada; la otra, irrita al resto del mundo. En el Tourmalet comienza su carrera. Arranca y se lleva consigo su circo de muecas, aspavientos y susurros al viento. Con él se marcha Brice Feillu, uno que ganó una etapa del Tour en Arcalís hace tres años y desde entonces nada se sabe de él. Es un amigo para Voeckler. Junto a él salta por encima del Aspin y cuando llega lo duro del Peyresourde, se despide. Gracias y hasta otra. En Luchon, donde las termas, se da un baño de masas en el que se regocija durante más de un kilómetro. Se lo ha ganado. Luego, fundidos, van entrando Sorensen y, un poco más atrás, Izagirre y Vinokourov. "Cuando Voeckler tiene el día súper es imposible seguirle", dice desesperado Gorka, que está agotado de atacar. Cuando se va a marchar le preguntan si volverá a intentarlo hoy camino de Peyragudes, el último capítulo de los Pirineos, y él responde que primero quiere llegar al autobús. Si le queda un gramo de fuerza, hoy lo volverá a intentar. Esa es su batalla.
Evans, muerto La otra se desata a más de diez minutos de distancia, pero es una guerra sin disparos. Aún así, algo sucede en el Aspin. Nibali le pide más ritmo a Basso, que aprieta y enseguida se descubre por qué. Evans está muerto. Se levanta sobre la bicicleta, la menea de un lado a otro pero no avanza. Se parece al Lemond de 1991, otro campeón que salió tocado del Tourmalet y reventó en el Aspin.
El australiano tiene el rostro arrugado de los doloridos. Parece más viejo que hace unos días. 35 años tiene. ¿Solo uno más que en 2011? Parece que le han caído todos encima de golpe.
El primero lo encaja. Por el Aspin pasa con algo más de medio minuto de desventaja que reduce sin problemas en el descenso. Pero sabe que está sobre el alambre. Moribundo. Los buitres agitan las alas gozosos cuando Basso vuelve a la carga y el Peyresourde se pone serio.
Evans se clava de nuevo y esta vez es para siempre. En Luchon se deja casi cinco minutos y el podio. Borrado el australiano, los italianos tienen otra intención. Han hablado entre ellos y van a atacar al líder. A cuatro kilómetros Nibali se descorcha. Es un ataque fresco con el que se levanta unos cuantos metros por encima del trono amarillo de Wiggins. La reacción, de todas maneras, es tranquila pero determinante. Froome se ha metido en el bolsillo a su majestad amarilla, pero nadie más le sigue.
Los demás han levantado el pie y hacen piña. Zubeldia, Van den Broeck, Valverde, Cobo, Horner… Poco a poco ven como se va perdiendo en el horizonte el podio del Tour.
Nibali aún resiste algo más de un kilómetro a la persecución de Froome, que le tiene siempre a tiro. Luego, se somete. Una muestra más de rebeldía sobre la cima del Peyresourde que silencia el propio Wiggins sin levantarse del sillín cierra la batalla. Los tres se arreglan para bajar juntos hasta Luchon. Nibali, Wiggins, Froome. Así entra desordenado el podio del Tour. "No, no, aún no estamos en París", niega Sean Yates, director del Sky, cuando le felicitan y le insinúan que ya está todo hecho.
"Hoy hemos salvado un día difícil de montaña en el que sufrimos por el calor, aunque creo que otros sufrieron más que nosotros. Nos vamos acercando, pero aún queda mañana".
Mente, Balés y Peyragudes, los últimos puertos duros del Tour que, salvo resurrección hoy, murió ayer en el Tourmalet.