Como siempre desde hace ya tres décadas, en la salida de Nancy, 7 de julio, todo el Movistar forma con el pañuelito rojo al cuello para la foto de San Fermín con la sensación de que el primer encierro lo corrieron ellos un día antes, cuando camino de Metz el pelotón se vino abajo como si lo hubiese volteado un toro. La cornada fue profunda y de varias trayectorias en el equipo de Unzue. En la foto faltan Imanol Erviti, operado en el hospital de Metz para evitar complicaciones por una herida fea y honda en la pierna, y José Iván Gutiérrez, molido a golpes al estampar el chasis contra el suelo.
Hay más corneados. Cobo y Kiriyenka son los que menos se duelen y, con ellos, Rui Costa, algo molesto por algún golpe. Los demás, están hechos un cuadro. El que peor pinta tiene es Rubén Plaza, con gran parte del torso superior abrasado por la lija de la carretera. Valverde no está mucho mejor. Sufre un golpe en el muslo derecho, un bocadillo, un dolor muscular que Jesús Hoyos, médico del equipo, estima que estará olvidado en un par de días. Mientras, a sufrir. Durante la etapa calculan que puede tardar unos 50 kilómetros, hora y media, en calentar la zona y empezar a no sentir el dolor. Por la noche es diferente. "¿Cuánto has dormido Alejandro?", le preguntan. Dice que cuatro o cinco horas a partir de las 2.00 de la mañana e incómodo. El Tour no perdona las noches en vela.
Unos metros más allá está el autobús de Euskaltel, que mantiene seis corredores intactos, pero ha perdido a Astarloza y Txurruka y tiene al pobre Verdugo cojo y medio muerto, con un tajo espeluznante en la pierna izquierda. Una brecha de diez centímetros por la que se ve el hueso de la tibia. Hay una foto en la que se ve… Pone los pelos de punta. Y el navarro está ahí, en la salida, vendado hasta los dientes, con idea de seguir en el Tour. Como él, otros muchos. La salida es un desfile de momias.
Hoyos no recuerda una caída igual, con tanta gente golpeada de manera tan exagerada, en todos los años que lleva en el ciclismo, que son unos cuantos. Ni él ni Eusebio Unzue. "No había visto un desastre parecido en mi vida", reconoce. "De todas maneras, es a lo que juegan los propios ciclistas. Son kamikazes y parece que el riesgo no les importa. Antes, entre manillar y manillar había medio metro de distancia en los momentos más tensos, mientras que ahora solo dejan una cuarta, nada. Así es fácil que pase lo que pasa".
Pero, ¿Por qué pasa? En la meta de Metz se hablaba de que todo había ocurrido porque Alessandro Petacchi le había dado sus cubrebotas a su gregario Vigano y este andaba con una mano ocupada y otra en el manillar, con lo que no pudo mantener el equilibrio cuando ocurrió un bandazo. Hay quien dice que había gasolina desparramada por la carretera. Thomas Voeckler señaló a los directores y al pinganillo. Dijo que las caídas se deben a las órdenes que los corredores reciben constantemente a través del trasmisor. Unzue, recela. "No se han inventado las caídas con el pinganillo. Creo, además, que está más en mano de los corredores que de ningún otro que estas cosas no ocurran. Son ellos mismos los que, al intentar estar todos delante para evitar las caídas, acaban provocándolas".
De todas maneras, el propio Unzue habla de algunas medidas que podrían solucionar el problema. No cree en la reducción del tamaño del pelotón, con ocho ciclistas por equipo en lugar de nueve, porque el riesgo, prácticamente, sería el mismo. Sí le da valor alternativo a meter una etapa de montaña los primeros días para rebajar la tensión del pelotón. Pero, sobre todo, habla de una vieja idea que tiene que ver con la llegada al ciclismo de la figura del ciclista suplente o la posibilidad de que un corredor golpeado pueda pasar un par de etapas sin correr. "¿Por qué tiene un equipo que correr en desigualdad por una causa como esta? ¿Por qué un ciclista se tiene que arrastrar y seguir medio muerto? ¿Por qué hay que hacer el ciclismo más salvaje de lo que ya es?", se pregunta, reflexivo, el manager del Movistar, uno de los equipos a los que el viernes pilló el toro.