Villar de Torre. "Estoy deslomado", dice David Merino (Villar de Torre, 16-IV-1990), finalista del Parejas de Primera cosido a la espalda de Augusto Ibáñez, Titín III; y prosigue "estas patatas las he recogido yo, las he hidratado...". Y sonríe delante de madre, Valvanera, y su padre, José Miguel, mientras Miguel (Villar de Torre, 29-XII-1986), su hermano, también se anima. "Eso les decía a los profesores, porque todos los chavales ayudaban en la recogida de la uva y comentaban: No me pongas deberes que tengo que ir a la vendimia", esgrime la madre de los dos pelotaris. Y es que David, pillo donde los haya, utilizaba esa excusa para tratar de librarse de los libros. "Ahora estoy estudiando IVEF en Gasteiz, pero da una pereza ir y volver todos los días", afirma el zaguero. Su hermano Miguel, cuatro años mayor, sin embargo, ya tiene hechos los estudios de Magisterio Deportivo y explica que "tuve un bache hace un par de años y aproveché para estudiar y acabé la carrera. Desde que era pequeño, cuando estaba en clases de gimnasia, me decía que eso era lo que quería hacer; aunque me daba un poco de miedo empezar sin saber si se me iban a dar bien los niños, pero después he hecho prácticas y todo y me he encontrado muy bien".

David, más inquieto, quiso empezar a darle a los estudios más en serio cuando se encontraba convaleciente por el virus que le cercenó la fuerza en las piernas. "Nos dijo que se iba a poner en serio cuando estuvo parado, pero...", analiza Valvanera. Pero las necesidades eran otras para David. "Para mí fue un susto grande, fue justo cuando empezaba San Mateo y me tocó sustituirle", relata Miguel. Fue el síndrome de Guillain Barré el que frenó la progresión del joven de Villar de Torre. "Me dijeron que podía ser esclerosis o un tumor y yo me acojoné, de verdad, me acojoné. Cuando me comentaron que era un virus respiré tranquilo; eso sí, busqué en google qué era y no leí más de cuatro líneas", dice David. Su hermano lo vio de otra manera, desde la lejanía: "Le veías con tan buena cara que no te venías abajo. Además, nuestros padres no le dejaron un minuto solo". "Recuerdo que estuve cinco días sin poder moverme de este sofá -señala el que está delante suyo, uno colorado, en casa de sus padres- por el dolor de cabeza que me produjo la punción lumbar", afirma David y remacha: "Todos lo pasamos muy mal". Y se acabó la historia. En apenas dos meses, algo que les habían dicho que se podía dilatar hasta un año, murió por su esfuerzo. Y por eso no pudo estudiar: por las mañanas, gimnasio, y por las tardes, entrenamiento. Hasta alcanzar su punto.

Recorren los hermanos las calles de Villar de Torre divertidos, riendo. La mañana, tranquila como todas las que asfaltan un pueblo de casi 400 habitantes, exceptuando la de "la patata brava", solapa el gris del cielo con el color crema del frontón abierto de la localidad riojana. Plúmbeos los sueños celestes, desde la tierra, los hermanos cuentan que "vivimos en Logroño, pero el fin de semana venimos corriendo a Villar. Aquí están todos nuestros amigos, una cuadrilla de gente de siempre. Nos juntamos en la plaza o en la casa de cultura y nos ponemos a hablar, en los bancos frente al frontón pasamos las horas muertas". Cuenta David que "entre los amigos hay mucha afición a la pelota, de siempre". Restaña cada pelotazo en su cerebro. "A veces me hacen ir a por la pelota, cuando estamos en el bar, igual a las cinco o las seis de la mañana en fiestas del pueblo, y se ponen a jugar todos los amigos borrachos. Hay corredores y de todo. Yo soy el que hace de juez", continúa el joven riojano y añade Miguel que "mira si tienen pasión que se fueron de casa rural una vez y por la mañana buscaron un frontón de pueblo en pueblo con coche. ¡Les hubiera dado tiempo a venir y a volver desde Villar! Y si estás en un bar viendo un partido de pelota se pican y te obligan a jugar contra ellos".

Y esos amigos son los que llenan los frontones son los que portan una pancarta de apoyo a los dos hermanos con una patata decorándola. "Son amigos de siempre, con los que hemos jugado a pelota, que vienen con nosotros y nos dan muchos ánimos", esgrime Miguel. Su hermano, por su parte, explica que "el creador de la pancarta, cuando estábamos viendo la semifinal de Bilbao ya clasificados, se fue a casa enfadado con el resultado. Él quería que tuviéramos la final contra Olaizola. Y como él quería a Aimar, se fue picado con todos para casa".

infancia en villar de torre "no había día que viniera enfadado para casa", dice Valvanera. Se refiere a David, a su hijo pequeño, porque era el más joven en el frontón. Comenta Miguel que a David siempre le dejaba "diez tantos de distancia y siempre le ganaba". "Yo empecé casi sin querer. Aquí en el pueblo jugábamos al primi y por medio de un amigo me metí a jugar en el club de Ezcaray, donde también estaban Gorka, Cecilio... Y nos dirigían Pirri, Víctor -padre de Gorka- y Capellán, de los que aprendimos mucho. Era como una familia. Íbamos a entrenar y éramos amigos", explica el mayor de los Merino. David, cinco años menor, desvela que "yo empecé al ver a Miguel jugar. Verle motivaba mucho. Él a veces casi jugaba contra dos, porque su delantero no era muy bueno. Recuerdo que, por ejemplo, Cecilio explotó en cadetes". Mientras, Miguel también contemplaba la progresión de David: "Cuando jugábamos el Interpueblos, David jugaba con Gorka y veías que iba subiendo poco a poco, que iba cogiendo poso. Y te hace ilusión. Le veo cómo juega y me sorprendo, el salto ha sido enorme. Desde que yo le dejaba diez tantos, hasta ahora...".

Su historia cosida a la pelota de cuero nace mucho tiempo atrás, cuando su abuelo jugaba en el frontón. "Pero tuvo que dejarlo a los 22 años, porque tenía que trabajar en el campo", recuerda David. José Miguel, su padre, entretanto, no se tiró tanto por la cancha y el cuero, el campo también le reclamaba. "Y las manos le dolían. Eso nos cuenta. Recuerdo que solía bajar al frontón viejo con mi padre cuando era un chaval hasta que un día, que estuve a punto de ganarle, me dijo que no volvía a jugar. No me vas a ganar en tu vida, Miguel comentó. Y desde entonces jamás hemos jugado juntos", remienda Merino I. También evoca David como uno de los momentos que le marcaron en su camino hacia la pléyade pelotazale fue el debut de Miguel; explica que fue un partido "superlargo -le corrige mientras el primero de su nombre con un número conciso: 902 pelotazos- y después tuvo que estar parado. Tuvo un buen verano y después le tocó estar parado. El último año y medio o dos no falla nada. Nadie le ha regalado nada". Y, de repente, entre sonrisas por mitad de Villar de Torre, Miguel admite que, pese a ser el mayor, "llevo muy bien que David sea el que tenga la fama y llegue a estos partidos. Es mi hermano pequeño y yo quiero lo mejor para él. Tengo claro que está un peldaño por encima mío, lo veo muy superior a mí. Trato también de fijarme en él, porque él tiene algo que no tengo, un don. Tiene dos manos, sobre todo la izquierda, muy buenas. Y hay que verlo así". Su hermano pequeño, ya en la vorágine de las entrevistas y las entradas de cara a la final del Parejas, mientras, le desdice un poco: "No hay tanta diferencia entre los dos. Yo he tenido más suerte, pero él ha demostrado que tiene hueco". Por otro lado, rebuscando en su memoria, señalan a Iñaki Iza y a Mikel Beroiz como sus piedras de toque cuando eran pequeños. "Iza fue mi bestia negra. Jugamos una final del GRAVN mano a mano y me dejó en 8. De hecho, me lo recordó hace bien poco. Ya en profesionales tuve que jugar contra Urberuaga muchos partidos y era imposible ganarle", manifiesta el mayor; mientras que el pequeño circunscribe al zaguero de Uharte como su muro particular: "Cuando éramos pequeños me ganó siempre. Jugué diez veces contra él y me venció en todas. En profesionales, el primer partido se lo gané yo y le dije: ¡Ya era hora!". En Villar de Torre, todos esperan la txapela del Parejas de Primera, tan querida como ansiada, en una mañana tranquila. Y Miguel muestra un trofeo muy peculiar. "Este es el segundo premio del lanzamiento de azada del pueblo que gané".