LITUANIA Kaukenas (11), Kalnietis (7), Jankunas (8), Jasaitis (6) y Javtokas (7) -cinco inicial-, Delininkaitis (3), Pocius (11), Songaila (4), Valanciunas (13), Lavrinovic (3) y Jasikevicius (6).
ESPAÑA Pau Gasol (17), Rudy (8), Navarro (22), Calderón (12) y Marc Gasol (8) -equipo inicial-, Reyes (4), Ricky, Ibaka (15), Llull (5) y Sada.
Parciales 12-31, 24-31, 23-19, 20-10.
Árbitros Radovic (CRO), Javor (SLO) y Mantyla (FIN). Sin eliminados..
Pabellón Panevezys Arena ante unos 5.000 espectadores.
Era una cuestión de motivación. España no estaba muerta, ni de parranda. Se aburría. Al equipo de Sergio Scariolo le bastó con percibir el aroma de una gran cita para recuperar su mejor versión y devolver los argumentos a aquellos que desde hace semanas, meses incluso, lo señalaban como el principal candidato al oro, que en realidad eran casi todos. Con una puesta en escena descomunal, una intensidad desconocida hasta el momento en el torneo y los infinitos argumentos que atesoran sus principales figuras, el campeón se merendó al anfitrión desde el salto inicial. Gasol, Navarro, Calderón y compañía saltaron al césped con las pintura de guerra y no hicieron prisioneros.
El partido languideció en cuestión de minutos. En apenas un cuarto (12-31) el combinado español había herido de muerte al cualificado equipo báltico. La ambición y el hambre que tanto se habían echado en falta en las citas precedentes, de menor cartel, desbocaron a los pupilos de Sergio Scariolo, que convirtieron sus defectos en virtudes y certificaron su acceso a la siguiente fase como primeros de grupo por la vía rápida. Lituania fue un pelele en sus manos. Una bolsa de plástico sacudida por un ciclón.
Si a España se le acusaba de defender lo justo, ayer la actividad atrás resultó aterradora para los lituanos. Sin un tres alto, pero con muchas manos rápidas, control de las líneas de pase y un poder de intimidación brutal bajo los tableros, su canasta quedó sellada durante los diez primeros minutos, los que valieron de algo. Si se insinuaba que los españoles echaban en falta la presencia en la lista de mejores tiradores, se desquitaron sin complejos. Cerraron el duelo con un espectacular 13 de 26 en triples, aunque el nivel de acierto se vio resentido en los minutos finales, con todo ya decidido y el rival tratando de maquillar el resultado. Hasta el descanso, el porcentaje superó el 60%.
Los veinte primeros minutos ante la que se supone, por calidad y condición de anfitriona, una de las mayores amenazas en su vereda hacia la reválida del título fueron para enmarcar. Es probable que superaran incluso a los mejores minutos de la selección que se hizo con el oro en Japón, a la que miró directamente a los ojos al Dream Team en Pekín o a la que se proclamó monarca continental hace dos años. A pesar de Scariolo y su cuestionable gestión de las rotaciones, este equipo tiene algunas cosas más que aquellos. Su tiranía en la pintura se antoja definitiva.
España conserva la inestimable templanza en la dirección de juego de un José Manuel Calderón que ayer regresó por la puerta grande tras un inicio de campeonato un tanto dubitativo, el insaciable instinto asesino de Navarro, que divierte cuando se divierte, y la hegemonía del que es, con el permiso de Dirk Nowitzki, el mejor jugador del torneo, del continente.
Sin embargo, ahora tiene más. Y ayer quedó patente. La madurez adquirida por el otro Gasol y la eléctrica potencia del asimilado Serge Ibaka le confieren al combinado español un potencial que sólo la falta de motivación puede arrojar al sumidero. Si quiere, si vuelve a oler sangre, España debe ganar el oro. Las dudas que habían generado sus melifluas actuaciones ante contrincantes de menor entidad parecían su mayor enemigo hacia el título. No lo eran. Todo es una cuestión de motivación.
Ayer, en un Panevezys Arena atestado, con una afición que creyó en milagros incluso cuando su equipo navegaba contra una desventaja que llegó a rozar los treinta puntos (27-54, min.16), los jugadores españoles recuperaron las mejores sensaciones mientras Lituania, que puede volver a aparecer en el camino hacia el oro, se encontró con muchas dudas.
Únicamente el orgullo de veteranos como Kaukenas o Jasikevicius y el prometedor descaro del gigante Valanciunas permitieron que el marcador no alcanzara guarismos sonrojantes. España no mostró piedad hasta que vio boquear a su presa, hasta que ya no le sintió el pulso. Sólo ahí, en los instantes finales, se dejó llevar y permitió que el marcador se cerrara con unos dígitos irreales. El favorito despertó ayer. El campeón reclama su trono.