daegu. Natalia Rodríguez, que obtuvo ayer la primera medalla española en los Mundiales de Daegu un bronce en 1.500, pertenece a esa rara especie de atletas aguerridos que, lejos de dejarse aplastar por la competición, la buscan con impaciencia y se baten sin complejos ante 60.000 espectadores por ver realizado su sueño. De tren inferior poderoso y torso liviano, ideal para carreras de mediofondo, Rodríguez tiene, todavía, una virtud mejor: su cabeza, una facultad que, como bien saben los que no la tienen, no se entrena.
Abandonarse a la depresión después de haber sido despojada de una medalla de oro, como le ocurrió hace dos años en los Mundiales de Berlín, era una reacción comprensible para cualquier atleta. No para Natalia, que al día siguiente del despojo, en el aeropuerto, sin haber pegado ojo durante toda la noche, ya pensaba en el desquite. Nacida en Tarragona en 1979 en el seno de una familia extremeña, Natalia Rodríguez se había construido una reputación de mediofondista exquisita pese a que los resultados no terminaban de confirmarlo. Desde que empezó a competir en categoría absoluta, Natalia Rodríguez no había pasado del sexto puesto. Le sucedió en los Europeos al aire libre de Múnich 2002 y en los Mundiales de Edmonton 2001 y Helsinki 2005. Incluso le había ocurrido en los Mundiales júnior de 1998. En 2008, Rodríguez tomó en marcha el tren de los Juegos, pero en Pekín volvió a chocar con el muro del sexto puesto. La diferencia es que en la capital china ya compitió convencida de que podía ganar una medalla.