MADRID. Precisamente en la noche en que mejor había hecho su trabajo como entrenador en el eterno duelo con el Barcelona, José Mourinho tocó fondo como personaje. Su dedo en el ojo de Tito Vilanova, el "número dos" de Guardiola, fue la culminación de una cadena de despropósitos del entrenador del Real Madrid.

La madrugada de hoy, jueves, devoraba ya su segunda hora cuando una ola de asombro y desconcierto recorrió las entrañas del Camp Nou. ¿Era consciente Mourinho de hasta dónde estaba llegando?

Un par de periodistas le habían dejado abierta la oportunidad con sus preguntas, pero Mourinho no sólo no pedía perdón por su actitud, sino que daba un paso más ridiculizando al agredido: "Pito (sic)... ¿Vilanova? No sé quién es ese Pito... Yo he sido educado en el fútbol para jugar como hombres".

Punto final a un partido que comenzó a jugarse a las 11 de la noche y se cerró al filo de la una de la madrugada. Quizás desde su mismo origen estaba predestinado a no ser normal.

Responsables de la Federación Española de Fútbol (RFEF) meneaban la cabeza tras escuchar al portugués. "Vaya escándalo de final...". Y Vicente del Bosque, el seleccionador español, ya tenía claro que de cara a los partidos del 2 y 6 de septiembre tendrá que ocuparse de reducir la brecha que otra vez distancia a los jugadores blancos y azulgranas de su equipo.

"Mourinho está destrozando el fútbol español", dijo, sin rodeos, Gerard Piqué, furioso con un hombre que siempre nadó cómodo en el mar de la polémica y la provocación, pero que había enmudecido en la última semana.

Aunque antes de "destrozar" al fútbol español, da la impresión de que el portugués podría arruinar la imagen del Real Madrid, un club que siempre se jactó de su "señorío". La palabra pasa por horas bajas en el Bernabéu, sobre todo desde que el mismo Mourinho se burlara públicamente en abril de ese bien intangible blanco tras un duelo con el Barcelona. Ninguna autoridad del club lo contradijo.

"La imagen del Real Madrid es patética", aseguró Xavi, gran amigo del arquero y capitán blanco, Iker Casillas.

Rebautizar a Vilanova como "Pito" será una chicana verbal asociada por siempre a Mourinho, pero aquello fue sólo anécdota en comparación con el dedo en el ojo y la serie de incidentes previos en el partido.

El portugués Pepe, por ejemplo, se fue sólo con una amarilla, tarjeta que bien podría haber tenido otro color, y varios minutos antes.

La entrada del brasileño Marcelo a Cesc fue la apoteosis de la violencia. Le valió la expulsión en el final y dio pie a una batahola entre ambos equipos frente a sus respectivos banquillos que incluyó el dedo en el ojo y a un Mascherano ejerciendo de urgencia de capitán de la selección argentina para calmar a un desquiciado Higuaín tras ser agredido por Villa, expulsado al igual que Özil.

Pinto, el arquero suplente del Barcelona, también agredió a rivales, en una noche que demostró que la influencia de Mourinho es poderosísima: no sólo transfigura a sus propios jugadores, también "ejerce" en el equipo rival.

Que el Real Madrid no se quedara a ver a su rival alzar el trofeo de la Supercopa -"nosotros sí lo hicimos cuando ellos ganaron la Copa del rey", recordó Xavi- fue sólo el toque final de una noche en la que el Real Madrid de Mourinho jugó su mejor partido ante el Barcelona de Guardiola, una final que por momentos ofreció un enorme fútbol.

Pero incluso eso pareció sólo un detalle, porque lo que quedará en la memoria popular son ese puñado de segundos en los que Mourinho enfocó a su presa -Vilanova-, y, casi en trance, metió con calma y precisión el dedo en el ojo de su rival. Luego volvió tranquilamente sobre sus pasos, y en sus labios asomó una sonrisa mientras a su alrededor todo era furia y desorden.