Andy Schleck (Leopard)6h07:56

Franck Schleck (Leopard)a 2:07"

Cadel Evans (BMC)a 2:15"

GENERAL

Thomas Voeckler (Europcar)79h34:06

Andy Schleck (Leopard)a 15''

Franck Schleck (Leopard)a 1:08

Etapa de hoy, 19ª: Modane Valfréjus-Alpe d´Huez, 109,5 kms. ETB-1 (15.00 horas), Teledeporte (14.30) y Eurosport (13.00 horas).

Le Monetier-Les -Bains. Los Alpes son de Charly Gaúl, el efebo despreocupado, fino querubín, muchacho imberbe, grácil e insolente, adolescente genial, el Rimbaud del Tour que describe Roland Barthes en Mitologías. Cuando el Tour de 1958 se adentra en los Alpes, los grandes puertos de la Chartreuse, vigésimo primera etapa, 228 kilómetros entre Briançon y Aix-les-Bains por el Lautaret, Luitel, Charrirousse, Porte, Cucherón y Granier, algo extraordinario sucede. Llueve a partir de Luitel. Y Gaúl adora la lluvia tanto como detesta el sol. Allí despega. Nadie puede agarrarse a su rueda ligera. Nadie, subirse a sus alas. Le llaman el ángel. Vuela. A las cuatro de la tarde es noche cerrada en el Granier. Hace frío y truena. Para escapar de la nube negra, los aficionados se cobijan en sus coches, bajo los árboles. Donde sea. Desde sus refugios ven el vuelo raso de Gaúl hacia Aix-le-Bains. Deben quedarse ahí, bajo la tormenta, hasta que lleguen los demás. Bobet, a 19 minutos; Anquetil, a 23. Bobet exclama: "Tamañas diferencias ya no se estilan, son diferencias de las de antes de la guerra, y eso me hace pensar que Charly es un corredor de aquella época, extraviado entre nosotros...". El Tour del 58, el primero y único de un luxemburgués, es de Gaúl, como los Alpes.

Más de medio siglo después, otra época, otro ciclismo en el que al corazón lo encinta el pulsómetro y a las piernas el potenciómetro, otro luxemburgués, efebo despreocupado también, fino querubín también, muchacho imberbe también, grácil e insolente también, genial también, quizás no el Rimbaud del Tour, se detiene en la cima del Galibier, 2.645 metros, más alto imposible, y grita que los Alpes son suyos también, que el Tour, este, le pertenece también.

En el Izoard, como Bobet Este efebo es Andy Schleck, que, a diferencia de Gaúl, detesta la lluvia y se crece con el sol y el calor de los Alpes. Y, si las escuchara, que no es de esos, sino un ciclista moderno que no se detiene en el repaso nostálgico de la historia ciclista, se diría que ayer, en los Alpes, claro, donde está a punto de cambiar de dirección el Tour, atendió las vieja orden de Bobet, el rey del Izoard y la Casse Deserte, donde un campeón debe entrar siempre solo. Así se marchó, solo. Solo cruzó la Casse Deserte. Solo, la cima del Izoard. Y solo se plantó en el Galibier. Apoteósico.

La epopeya de Andy comenzó a 60 kilómetros. Distancia de otro tiempo. Subían el Izoard, pedaleaban hacia la Casse Deserte, la zona desértica, despoblada y sublime del puerto alpino. Antes, en el Agnello, eterno, duro y alto, las profecías de la mañana se tambalean, viejas, débiles, inseguras. "Contador va a dinamitar el Tour", proclama al amanecer Poulidor, que nunca lo ganó porque se le cruzó Anquetil en el camino y ahora ve en el español a su verdugo infalible y en Andy Schleck a sí mismo, segundo y frustrado. En el puerto italiano empieza a parecer que esta vez no será así. Alberto no está donde debe, sino atrás, en la consulta del médico. Le molesta la rodilla, que vuelve a estar oxidada, como su pedaleo, plomizo y no ligero; el de los Pirineos y no el del Giro.

Hay quien piensa que es una maniobra. Que Contador es Armstrong aquel día de los Alpes que fingió sufrir, Ullrich tragó, se vació, y el americano se mofó de él luego en Alpe d'Huez. A los Schleck, siempre dispersos, no les distrae la vida en la retaguardia de Contador. Van a lo suyo. Son chicos modernos y despreocupados. Por la mañana han salido del hotel con un plan, lo han repasado en el autobús y lo recitan mientras se adentran en los Alpes de piedra. "Hemos hecho exactamente lo que hemos planeado, donde, como y cuando teníamos pensado", dice Andy. Cuando ataca a 60 kilómetros de la meta, Contador acaba de llegar de otra visita al médico. El español ni se inmuta. Nadie lo hace.

Evans, solo y bravo El plan de los Schleck, son otros tiempos, incluía un matiz de compañía camino del Galibier. Incluía a Monfort, necesario como el respirar en la travesía desagradable, el viento musculado de cara, de Briançon hacia el Lautaret, por el valle recto expuesto de Serre Chevalier, el Galibier nevado al fondo, como una promesa que se acerca. Cuando Monfort se quedó vacío, Andy se enfrentó solo al aire y a la montaña. Le acompañaba Inglinskiy, que ni le hablaba ni le relevaba. Solo, pues. Solo, definitivamente, el kazajo cedió, tras dejar atrás el Lautaret, a 9 kilómetros del Galibier.

Solo también, Cadel Evans. Solo, pero rodeado de gente. Solo y frustrado, rabioso, colérico. Hablaba hacia un lado y sus palabras se las llevaba el viento. Hablaba para el otro y otra ráfaga de aire desordenaba las letras. Miraba y nadie le sostenía la mirada. Voeckler la escondía tras su velo amarillo como diciendo: "Yo bastante hago con estar aquí". Aunque tuviese piernas para aguantar luego hasta el final. Contador y Samuel, heroicos estos días, estaban sin estar. Se habían apartado. No fingían. Más arriba se comprobó.

Solo e incomprendido, Evans quiso quedarse solo, sin nadie que le lamiera la rueda, que le chupara la sangre, que bebiera de su sudor. Atacó una, dos, tres veces, pero se estrelló siempre contra el viento, un muro infranqueable. Desistió. Estaba perdiendo el Tour. Lo estaba ganando Andy, que volaba con cuatro minutos de diferencia.

En la desesperación, Evans, que carga con fama de ruedero, ciclista lapa, tomó la decisión más determinante de su carrera. Ya que nadie le escuchaba, dejó de hablar; ya que nadie le miraba, dejó de mirar. Se puso delante, contra el viento y la montaña, y se imaginó que estaba solo. Como Andy cuatro minutos más arriba. Fue un mano a mano espectacular. De rostros: gozoso en el sufrimiento el del luxemburgués, que pensaba solo en el amarillo, el Tour, y hacia él iba; arrugado de agonía, de tensión y frustración, estaba perdiendo el Tour, el de Evans. Y de piernas: las agotadas de Andy empezaban a temblar; las del australiano eran cada vez más poderosas. Le comía tiempo. Segundo a segundo.

La determinación de Evans, por sorpresiva, maravilló a todos. También a Contador. "Ha dado la cara y ha hecho un trabajo increíble", se descubrió el español, rendido a tres kilómetros de la cima. "En los diez últimos notaba que no iba bien. No me han respondido las fuerzas y tenía una flojera increíble. No sé de qué. No sé si estaba apajarado o qué", explicó. Acostumbrado a atacar, ayer se limitó a subsistir. Como Samuel, a disgusto desde el Izoard y desbordado nada más girar hacia el Galibier en el Lautaret. Allí fijó su ritmo. "He intentado no explotar".

Contador se dejó 3:50 y el Tour con Andy; Samuel, 4:42 y el podio. Son séptimo -a 4:44- y octavo -a 5:20- en la general. Por delante tienen a todos los que aguantaron, más cobardes que otra cosa, sin rubor, a rueda de Evans hasta la cima del Galibier. Frank, el único con coartada, aceleró en el tramo final y el grupo se acabó partiendo. Le siguieron en la cima Evans, Basso y Voeckler, que, retorcido, la cara de perro, acabó levantando el puño y celebrando que había conservado el amarillo por 15 segundos con Andy Schleck, que entró 2:07 antes que su hermano Frank gritando que Alpes son suyos.

El Tour, aún no. Tiene a Evans a 57 segundos. Hoy necesita volver a volar en la travesía acelerada por el Galibier y el Alpe d'Huez.