londres. Novak Djokovic pide paso. Reclama su espacio como número uno del mundo, una distinción que la ATP confirmará hoy mismo cuando actualice su ranking. El tenista serbio se adjudicó ayer por primera vez el torneo de Wimbledon y su tercer título de Grand Slam al imponerse a Rafa Nadal (6-4, 6-1, 1-6 y 6-3) en la final del torneo británico.
Djokovic necesitó casi dos horas y media de duelo para derrotar a Nadal, defensor del título, que no vivió sus mejores momentos en la pista al verse afectado en varias ocasiones decisivas por sus propios errores. Un profundo silencio, marcado por la orden del juez Carlos Alberto Bernardes, dio paso a las 2.15 de la tarde en Londres al primer punto del partido, que fue para Djokovic.
Con el saque a su favor, empezó a sufrir el resto de Nadal, vivo como nadie en la pista, que llegó a tener un 30-15 en ese primer juego. Los dos lucieron su precisión en un intercambio desde el fondo de la pista, que al concluir generó el murmullo en las gradas para valorar el punto que se acababa de llevar Nadal. En el segundo juego, el español mostró su poderoso servicio, que casi deja a Djokovic sin opciones al resto. Dos juegos más tarde, Nadal deja en blanco a su oponente y firma dos aces.
Conforme se sucedían los puntos, el serbio iba controlando sus nervios, perfilando el saque y despertando a ese gigante que lleva dentro. Se gana al público en el quinto juego al subir a la red inesperadamente para Nadal, que se queda lejos de poder alcanzar una bola.
Entre alabanzas sin control para el mallorquín, que recibe varios "I love you, Rafa", y la entrega absoluta de los británicos a Djokovic, que no perdonan a Nadal por haber eliminado a su querido Murray, los dos contrincantes iban dando rienda suelta a sus mejores armas.
Lo difícil para ambos era encontrar la forma de atacar al adversario, de hacerle daño ahí donde más flojeara. Había que ser paciente y Djokovic lo fue.
Llegado el décimo juego, con el 30-30 en el marcador y el saque para Nadal, los dos grandes del momento se medían el pulso en un agresivo peloteo y Rafa erró. Dejó la bola clavada en la red y dio el 30-40 a su adversario. Aún es más: Nadal regaló el punto de rotura a Djokovic enviando su bola fuera del cuadrante.
La ventaja numérica otorgó al balcánico una confianza extra que lo impulsó rápidamente para imponerse en el segundo set.
El serbio no perdonaba. Se escurría por cada rincón del terreno. Sus bolas eran puro veneno para el español, que viendo la paliza que le estaba dando el rival en ese segundo parcial decidió esperar, guardar fuerzas y reponerse en la tercera manga. Nole había cerrado el segundo set en 33 minutos con un demoledor 6-1.
Ahí se abrió el paréntesis, pues el serbio se sintió anclado ante el despegue de Rafa Nadal. No podía ser ni tan rápida ni tan fácil una final de este nivel, donde el público exigía más y más. Entre los espectadores se encontraba el primer español que ganó Wimbledon, Manuel Santana. Quería ver triunfar de nuevo al joven que ha seguido sus pasos. Durante la tercera manga hubo un resquicio a la esperanza.
Fue de dominio absoluto de Nadal: rompió el servicio de Nole en el segundo juego, se lo volvió a anular en el sexto y firmó dos plenos en el tercer y séptimo. Fueron los únicos instantes de gloria para Rafa, al que algunos seguidores calificaban de "fenómeno" cuando irrumpían a gritos entre punto y punto.
Fue sólo un espejismo. Nadal jugaba a ratos y no pudo hacer nada para evitar que Djokovic, mucho más sólido, rematara la faena. Pese a todo, aún hubo gritos de ánimo a Nadal. Él lo agradecía, sonreía y prometía que volvería sano el próximo año para intentar el logro de la tercera corona. Ayer no era su día. Djokovic pidió paso.