Goizueta. En mitad de la plaza de Goizueta, gris bajo un día soleado, cuesta respirar. No en vano, los mimbres de la villa navarra sobreviven entrelazados por el pegamento de la humedad. Goizueta, habitando entre bosques, con el río Urumea partiendo la villa en dos, es uno de los pueblos con mayor humedad en el ambiente del toda la península. En medio de la villa, uniendo ambas márgenes del río, se encuentra Aimar Olaizola. El delantero domina desde el puente de Goizueta, alto y salpicado de plantas trepadoras hasta arriba, la plaza. Señala a un pequeño foso del Urumea. "Aquí solíamos pescar truchas, aunque ha bajado. Como dicen muchas veces: Quita y no pon y se acaba el montón", desgrana y apostilla: "nos poníamos con la caña y ¡ya sacábamos!". Sorprende Aimar, dada su capacidad como cazador. "Por supuesto, también me gusta la pesca", concreta. Aimar, cazador dentro y fuera de la cancha, paciente, francotirador, habita en las costumbres de Goizueta y alaba a su pueblo. "Mira", señala hacia la izquierda del Urumea -justo en la ribera, arriba, como un paraíso enclavado en las lindes del monte: un bosque-, "ahí tenemos un coto de caza que es de uso exclusivo para los habitantes de Goizueta. Bueno, para los del pueblos y sus familiares y así". Sonríe. "A mí me gusta mucho salir a cazar. Si puedo por aquí, pues por aquí. Sino, donde sea. Pero suele coincidir con temporada de campeonato y, así, es muy complicado", concreta Aimar, quien tiene ahora mismo cinco perros de caza a su disposición. "Setter, siempre". "Me gusta estar con ellos y ahora tengo una de las perras embarazada. Tendrá seis o siete crías, que las repartiremos entre mi hermano y yo. Nos quedaremos una cada uno. Y el resto ya me las han pedido amigos", manifiesta. Entre las aficiones de Aimar: "Enseñarles. Me encanta ir con los perros pequeños y enseñarles", concreta.

Abandona paseando el abrigo de la iglesia del pueblo a su derecha, tras saludos de su tío, que le comenta en secreto la receta de cómo ganar la txapela, o algo parecido. Aimar se siente reconfortado cuando habla de sus mascotas, pero más aún cuando se nombra a su futuro hijo. "Mi chica saldrá de cuentas en agosto. A mediados". Aflora la sonrisa y los ojos se entrecierran con una mueca. "¿Los posibles nombres? Yo le he dicho a mi chica que elija cinco y luego ya decidimos entre los dos", describe con sorna el goizuetarra, quien apostilla que "tengo ganas de que llegue el momento de una vez. Coincidirá con algún torneo, a mediados de agosto, e igual me pilla jugando, pero sino me gustaría estar en el hospital, en el parto".

Sin embargo, la fecha dictaminada por los doctores chocará con las fiestas patronales de Goizueta. "Se celebra la Asunción y se arma una buena. Viene gente de muchísimos sitios a pasar una semana en el camping de aquí al lado y los del pueblo salen de casa el primer día y vuelven el último", explica Aimar y recuerda que "cuando estamos en verano subimos a una presa que hay arriba en el río. Pasábamos allí todo el día. Al sol". Se entremezclan los recuerdos en las palabras de Aimar, que apostilla que, durante estos días previos a la final, "no voy a ir a tomar el sol". La explicación proviene de los anales de la historia de la pelota. "Decían los antiguos pelotaris que el sol te quita el nervio, la chispa. Así que...". Reminiscencias del estilo tan apegado a lo tradicional del manista goizuetarra. "Y es verdad. Si estás un rato al sol es muy complicado luego estar al cien por cien. Se te queda el cuerpo mal. Sin fuerza", sostiene, abrazado a la ribera del Urumea.

"Antes había más respeto" Camina seguro Aimar Olaizola por los recovecos de Goizueta. Abandonadas las lindes del río que baña el pueblo, el delantero se mece dirección Leitza en pos del frontón del pueblo. Mientras, opina: "Antes había más respeto por los mayores. Recuerdo que cuando éramos pequeños, que yo tenía que ir siempre cosido a mi hermano, nos pasábamos el día en el frontón. Y si estaban los mayores, nos callábamos y a jugar dónde pudiéramos. Pero ahora... Nos echan a todos. Seguro". Apela a los valores de su juventud Olaizola II. "Desde los ocho años, sin que nadie nos dijera nada, íbamos nosotros solos al frontón a jugar". Día, tarde y noche. Hasta que el cuerpo aguantara, Aimar se refugiaba con su hermano Asier Olaizola en la cancha del pueblo. "Como Asier es mayor, me dejaban entrar más a jugar. ¿Y los libros? Esos se quedaban en la mochila", confiesa gracioso el manista navarro. "Antes la cancha siempre estaba llena, pero ya no. Aunque hay chavales que tiene mimbres aquí. Como ese", remacha el manista y señala. Entonces, un niño de no más de doce años le grita: "¡Tienes que ganar la txapela!". Aimar sonríe tímido. El chaval porta una camiseta colorada de Asegarce, como si de un preludio se tratara. "Ahora ya no hay tantos chavales por todo lo que hay: las consolas, internet...". Y confiesa, sin abandonar su discurso, que "las nuevas tecnologías no son lo mío. No tengo ni twitter, ni facebook, ni nada de eso".

Además de las prestación de los jóvenes, sentencia el goizuetarra que "nos da pena que algunos pelotaris tengan que dejar la empresa". Y es que eso también ha cambiado. "Mejor sería que todos llegáramos a los 40 en plenas condiciones, pero ahora se hace así. Las empresas fichan a pelotaris muy jóvenes. Hace diez años tenías que destacar mucho más. Ahora se hacen precontratos a chavales de 16 años y lo que pasa es que un pelotari cambia mucho de los 16 a los 18. Aunque en algunos casos está justificado", sostiene Aimar, quien apostilla que "ahora el joven que más está despuntando es Jon Ander Albisu. Tiene dos palancas muy buenas y a pie quieto le da mucho". "Cuando estoy con los jóvenes me gusta estar encima de ellos y dar los consejos que puedo. Siempre he sido así. Con mi hermano, aunque él sea el mayor, si puedo aconsejarle cualquier cosa, lo hago", remata el manista de Asegarce.

Continúa Aimar con los cambios del último Manomanista. El de Goizueta es consciente de que su juego ha mutado a un modo de mayor eferverscencia, más explosiva. "Ahora voy más al ataque, sí, todos juegan así y yo tengo que amoldarme a ello. Pero el material sigue siendo el mismo. Me decanto por el que me entra bien en la mano", concreta el manista. Sin embargo, lo que nunca evita es la costumbre. "Si juegas no vas tanto al gimnasio, así que yo intento andar por el monte. Más que por entrenamiento, porque me gusta y me relaja. En lo que soy maniático es en los tacos: yo me cubro con taco más la parte de arriba de la palma de la mano y también me tapo el dedo gordo", concluye Aimar y remacha: "¿Por qué no vamos a la sombra?". Claro, el sol quita el nervio.