ETNA. Se paró a 1.892 metros de altitud, donde le dijeron, pero pudo haber seguido subiendo Contador hasta alcanzar el cráter del Etna, unos 1.500 metros más arriba, y lanzarse de cabeza a la piscina de magma como dicen que hizo en algún momento de la historia un filósofo demente para demostrar que era un dios inmortal. A aquel nadie le vio salir del agujero. Contador ha sobrevivido a cosas peores. A todo, o casi todo lo imaginable -el cavernoma que le tuvo al filo de la muerte, sobre todo, pero también el veto del Tour en el 2008, la convivencia con Armstrong…-. Y cada pedalada que da, un gesto redondo, la perfección semiótica, dulce y delicado como el de los dedos que acarician las cuerdas de un arpa pero, también, un estruendo, un temblor, algo salvaje e incontenible con lo que quiere poder alcanzar una redención inalcanzable y, si lo fuera, solo conquistable sobre la bicicleta, el vehículo que le eligió para sacar al ciclismo de su época oscura. Tiene algo de irredento Contador, de eterno gladiador, de héroe trágico que se enfrenta a un destino fatal sosteniéndole la mirada, sin resignarse. Es el rasgo común de los grandes campeones de la historia. Cosas como la de ayer le acercan a ese panteón de magnos que se impusieron a las dificultades y reinaron. Ganó su primera etapa en el Giro y ya es maglia rosa. Pocos dudan ahora de que ese color le vista dentro de dos semanas en Milán.
Fue tras un ataque, como siempre, aunque fuese algo loco y descabellado, en el escenario voluptuoso, metáfora de él mismo, del volcán del Etna, una ladera de piedras negras vomitadas y arrancadas de las entrañas de la tierra, con vistas a Sicilia, donde Giuseppe Tornatore grabó Cinema Paradiso, aquella maravilla de película en la que un exitoso cineasta regresa a la isla para asistir al funeral de Alfredo, el viejo que le abrió las puertas del cine y le obligó a marcharse a la Italia peninsular para alcanzar el éxito. Y como aquel Totó que encarnaba, ya cano y mayor, Marco Leonardi, regresó ayer Nibali a Sicilia, al videoclub de la mamma Giovanna donde aprendió a andar en bicicleta antes de marchase a la Toscana con 14 años para ser ciclista. Hasta el Etna, encendido y despierto desde hace cuatro noches y cuatro días, le esperaba para ver, quizás, su regreso triunfal, su ascenso hacia el cielo al que de cuando en cuando levanta remolinos de llamas que lamen las estrellas. Se quedó el volcán es ascuas, disgustado por no ver a Vincenzo agitar las masas hasta el éxtasis. Y, lo que es peor, asistió a su primera gran derrota ante Contador, el rival al que todos vigilan y al que nadie es capaz de seguir. Y los que lo intentan, arden en el infierno.
Como ayer Scarponi, que murió abrasado porque quiso seguir a Alberto cuando este empezó a escupir fuego a siete kilómetros de meta. Hasta entonces, los favoritos subían juntos, pegaditos. Ovillados por el aliento huracanado del Etna. La noche anterior, Bjarne Riis había irrumpido en la habitación de Alberto y le había señalado el momento oportuno para incendiar el Giro. "Las rampas más duras están del kilómetro ocho al cinco", le aleccionó el danés. "Ahí es el momento", le incitó. Era un plan aproximado, escrito sobre una servilleta de papel que a punto estuvo de llevarse el viento del mismo modo que esparcía las cenizas por la ladera del volcán. A Alberto, la idea de arrancar en esas condiciones, su cuerpecito frágil contra el musculado Eolo, le asomó al abismo de la duda. Allí se acomodan las mentes más cobardes. La de Contador, un cóctel molotov, ordenó echar un vistazo al entorno, a los rostros, los gestos, los ojos que siempre dicen la verdad y encontró señales inequívocas de debilidad, de cansancio, de desplomé. Eso le convenció. Erupcionó. El molinillo de Contador es más poderoso que el viento. Derribó el muro invisible y se abrió paso sobre la lengua de brea gris que sube entre la lava negra, dura y fría. Scarponi, que corre siempre con dos dientes menos que el resto, pura fuerza, puro despilfarro, le siguió, le alcanzó y cuando llegó a su altura, unos metros más arriba, a seis de meta, exhaló un suspiro de impotencia. Estaba vacío. Deshecho. Quemado.
solo contra el viento La explosión de Scarponi dejó perplejo a Contador. "Eso quiere decir que voy bien". Volvió a rugir. Solo José Rujano, que iba por delante, le siguió esta vez. Venezolano, pardo, pequeño y escalador, se subió al bolsillo de Contador. Allí se quedó. Pese a que Alberto le pidió colaboración. "No puedo, estoy muerto", le respondió. Los muertos no suben a rueda de Contador. Ni les aguantan un ataque. Ni se resisten a claudicar pese a otra detonación brutal en el último kilómetro, se quedan en el filo y porque les falla el desviador y no les entra el plato gordo, el de los cincuenta y pico dientes, que fue lo que dijo Rujano que le impidió disputar el triunfo al madrileño, que preguntó por radio unas cuantas veces a ver si iba primero. Así entró. Es su primera victoria en el Giro. Su octava maglia rosa tras las siete de 2008.
antón, fenomenal A 50 segundos llegaron exhaustos y abatidos Garzelli, Nibali, que atacó al final sin fuerza ni convicción, Kreuziger y Arroyo. Y a nueve segundos de estos Igor Antón, que subió de maravilla, refugiándose del viento tras la espalda de sus rivales, y solo sintió llenarse a un kilómetro de la cima. "Estoy contento, me ha faltado un poco pero aún queda mucho", dijo el escalador de Euskaltel, que ya es undécimo en la general, a 2:21 de Contador, pero, por ejemplo, a solo un minuto de Nibali, el primero de los favoritos, el primero tras Contador. A la frustración le puso palabras Rujano: "Va a ser así todo el Giro. Será igual cada vez que haya montaña. Contador es muy superior". Y rostro Scarponi, Sastre, Menchov y Purito, calcinados en el fuego de Contador.
1º Alberto Contador (Saxo Bank)4h54'09''
2º Jose Rujano (A. Giocattoli) a 3''
3º Stefano Garzelli (Acqua & Sapone) a 50''
GENERAL
1º Alberto Contador (Saxo Bank)33h03'51''
2º Kanstantsin Sivtsov (HTC-H.) a 59''
3º C. Le Mevel (Team Garmin-Cervelo) a 1:19
Hoy, jornada de descanso.