vitoria. EL pasado 11 de julio, cuando Casillas alzaba al vuelo la Jules Rimet e Iniesta pasaba a la posteridad, se habló del cambio de ciclo. No era España sino el Barça quien había alcanzado el cénit y sus muchachos, desfondados y saciados de éxito, no tenían ya más metas que cruzar porque las habían profanado todas. Pero en las oficinas de Sant Joan Despí una persona, Guardiola, confiaba en lo contrario, ideando un plan lejos del foco y de quien al otro lado del puente aéreo había sido contratado como antídoto para la hegomonía azulgrana. Mourinho amasaba estrellas, hacía y deshacía a su antojo en el club y se frotaba las manos mientras su presidente, Florentino Pérez, diseñaba, por si las moscas, el plan B: tirar de proselitismo con los plumillas, fabricar esa central lechera que se ajustara al guion sin salirse del carril, contra viento y marea y hasta luchando quijotescamente contra molinos de viento si hiciera falta. Y es que la historia de este campeonato, la tercera Liga de Pep, la número 21 del club, es sobre todo la narración de este montaje o, mejor dicho, la forma en que el de Santpedor y sus chicos han ido desmontando a Mou y sus acólitos.
Aún era agosto y los lecheros ya clamaban por la ausencia de un lesionado Xavi con La Roja, hincándole el diente al presumible K.O. culé en la Supercopa, hasta que irrumpió Messi en la vuelta ante el Sevilla y el trofeo pobló la vitrina barcelonista. Primer asalto y nada parecía cambiar. El lógico desgaste y el Mundial provocó que el Barça se tomase el arranque de la competición como una pretemporada, de ahí que esto y el virus FIFA originase una inesperada derrota en el Camp Nou frente al Hércules. Los de la cantina no tardaron en aparecer aludiendo al enésimo fin de ciclo, y por si acaso empezaron a defender la postura de Mou sobre que los rivales de los blaugranas, caso de Preciado, despreciaban tutearles y les regalaban los puntos. Y cuando no era así, como en aquella entrada de Ujfalusi sobre Leo, tocaba hacer piña con el infractor. El golpe sobre la mesa apuntaba al primer clásico, noche de lunes (impuesta según ellos por Guardiola y su colega Roures, binomio de otra teoría conspirativa), y debió ser el día impuesto y el modo en que el luso traicionó su ideario futbolístico el desencadenate de una sonrojante manita (5-0) que Piqué escenificó dedos en alto con sus seguidores. El baile del Barcelona sobre el Madrid no tenía precedentes, y fue ese resultado el que comenzó a sacar de quicio y a quebrar el juicio del técnico merengue, en guerra con Valdano, despreciando a un sector del vestuario (los Pedro León y Canales, esos fichajes que españolizarían el plantel) e instando al club a reforzar el ataque incluso bajo amenaza de marcha. Mientras, a Guardiola y su alma máter, Tito Vilanova, les bastaba con cuidar sus piezas -sin fondo de armario-, profundizar en la pizarra y el tiki-taka, y mentalizarles de que todos, hasta su "país pequeñito", tendrían que ir con lanza y escudo hasta mayo. El rocambolesco viaje a Iruñea engordó la ira blanca y sirvió para descubrir a un Pep también combativo en la dialéctica, como se constató en la Champions.
conjura de la 'central' Mourinho concentró el poder en sus manos. Guardiola se frotó las suyas cuando el Madrid, con un once base que lo jugaba todo, se desinfló tras la Navidad con empate en Almería y derrota ante Osasuna, mientras se intuía que el cruce de caminos era posible en cada torneo. El Barça era una apisonadora pero la central merengada era una horda unánime contra los arbitrajes de Pérez Lasa, Iturralde o quien se pusiera por delante; contra los diseñadores de calendarios, benefactores culés; contra las plataformas televisivas; los que cortaban el césped en cada campo; y con la insidiosa acusación de un presunto dopaje. Otros iban a lo suyo: Messi -flamante Balón de Oro-, Iniesta y Xavi recogían sus galardones formando un podio significativo para La Masía y supieron repeler el intento de fricción que trató de introducir la caverna mediática por la elección del argentino, por el carácter introvertido de La Pulga… "¡Que lo dice hasta el tío de Andrés!". Más leña al fuego en vano. Los números de Lionel (suma a fecha de hoy 52 goles entre todos los torneos) le erige como el mejor futbolista quizás de todos los tiempos, relegando a un enojado Cristiano Ronaldo, que no aparece en las citas determinantes, a excepción de una final de Copa, asidero madridista que despojó la estúpida teología del Villarato.
arriba... y abajo Para colmo, tuvo que ser Preciado quien desterró toda opción blanca en Liga en el prólogo del All-Star entre los dos grandes. Manolo cerró el círculo como en la mejor de las novelas de intriga que deriva en chanza. Al Barça le fue sujetando Messi cuando Villa, a quien le costó acostumbrarse al vertiginoso ritmo de su tropa, no enchufaba. Cuando no aparecía un soberbio Valdés (solo 19 goles en contra), lo hacía Dani Alves en un carrerón imparable que hacía olvidar los graves problemas de Guardiola para confeccionar una retaguardia resquebrajada por las bajas de Puyol, Adriano, Maxwell, o por el cáncer que irrumpió de pronto en Abidal. Si no, ahí estaba la Santísimisa Trinidad, amplia en nómina: el incombustible Busquets, y los Xavi, Pedro, y los chavales que debutaban sacando una sonrisa a su míster. Pero siempre Messi, mareante para sus adversarios, esos que, según la central le dejan pasar, que no es que ni le ven. Así es como el castillo de naipes madridista se cayó a fuerza del soplido del juego barcelonista (91 goles a favor) y de sus propias fábulas, de ver a Messi pegarse embelesado a la pelota y enfilar hacia Wembley con el entorchado liguero como reflejo de un trabajo bien hecho que arrancó aquella noche de julio que demostró que este Barça todavía tiene margen para seguir haciendo historia. Porque siempre es mejor orinar colonia que bramar inventos.
Guardiola mima a un Messi cuyo poderío atacante se ha acrecentado aún más esta temporada. Foto: afp