Madrid. En el fútbol, como en la vida, la risa va por barrios. Los que hace apenas una semana reían, hoy lloran. Y viceversa. La resaca del primer enfrentamiento continental entre Real Madrid y Fútbol Club Barcelona ha arrojado un sabor muy amargo a los aficionados del equipo merengue. No ya por la derrota, inapelable, de un Barça que se mostró muy superior al conjunto de Chamartín, sino por la decisión arbitral, crucial a la postre, que desembocó en la expulsión de Pepe, que no se ve de la misma manera en ambos extremos del puente aéreo. El madridismo militante amplificó ayer los argumentos conspirativos lanzados al viento por su líder espiritual. Mourinho se descargó a gusto tras el partido. Acusó al Barcelona de gozar de favoritismos arbitrales y gubernamentales, insinuó que el equipo catalán se beneficia por portar la publicidad de una institución como Unicef y criticó todo lo humano y lo divino para evitar hablar de fútbol, tema tabú en sus comparecencias. El portugués, fuera de sí, llevó al extremo su faceta más teatral, ensució los méritos del rival y llegó a dar por perdida la eliminatoria, a pesar de que aún queda un partido de vuelta por disputarse.
En Barcelona, un día después, las declaraciones de Mourinho y la actitud de sus seguidores se tomó con prudencia. Mientras que en la capital se hablaba de atraco arbitral y se cuestionaban las decisiones del colegiado alemán, en la ciudad condal se censuraba la racanería táctica del equipo madrileño y la dureza extrema con la que se vienen empleando sus jugadores a lo largo de los envites que se vienen sucediendo en todas las competiciones desde hace un par de semanas. El análisis distaba notablemente en función del origen.
Antiguas glorias del Madrid, como Paco Buyo o Luis Milla, actuales jugadores, como Sergio Ramos, políticos, como Gallardón o el consejero de Esperanza Aguirre Ignacio González, o aficionados maldecían al árbitro Stark por una expulsión que, consideran, frustró los planes con los que Mourinho pretendía darle la vuelta al partido en el tramo final. "Esa entrada es de roja. Pepe debe saber dónde está el límite del reglamento", replicaba, desde el bando culé, un exjugador como Quique Estebaranz.
Para el espectador imparcial, desinformado, que no hubiera visto el partido -que en España eran pocos-, resultaba difícil saber qué había pasado, y si lo sucedido era justo o no. Los periódicos variaban las versiones, más sobre el asunto arbitral que sobre el juego de ambos equipos, en función de sus centros de impresión. Mientras en Madrid apoyaban las tesis de Mourinho y denunciaban -o dejaban caer- que el Barça goza de un evidente favoritismo arbitral "también en Europa", en Barcelona se alababa la extrema calidad de un Leo Messi que, una vez más, destapó el tarro de las esencias.
En realidad, la única nota con cierta objetividad la ponía ayer la prensa extranjera. Y ahí sí se detectaba una unanimidad apabullante: el talento de Messi, la cobardía del planteamiento de Mourinho y los términos de extrema dureza que rigieron el encuentro marcaban la pauta informativa. "Messi, amo y señor del Santiago Bernabéu", titulaba el argentino La Nación en su edición digital. "Siempre y otra vez Messi" titula el Bild alemán.
Un Messi "a lo Maradona" lideró la victoria del Barcelona y les dejó "casi en la final", en un partido en el que Guardiola dio una "lección de fútbol" a Mourinho: "Táctica perfecta, posesión del balón de récord y cambios decisivos", resumía el encuentro La Gazzetta dello Sport. "El Barcelona mata al Real Madrid" con un "súper Messi" que mandó "callar" al Santiago Bernabéu, señalaba el diario de información general Corriere della Sera, también en Italia.
Así las cosas, la visión del partido en el resto del mundo se asemejaba más a la del bando culé, donde Guardiola trabaja en evitar la euforia anticipada, que a la de las conspiraciones de un Mourinho al que se le agotan las excusas y el crédito.