madrid. Hay pocos jugadores tan odiosos o geniales, según el ángulo desde el que se contemple, como Juan Carlos Navarro. En vena, cuando le visitan las musas, probablemente se convierta en el tipo con más talento de todo el baloncesto europeo. Resulta imparable. Poco amigo de los esfuerzos innecesarios en defensa, La Bomba reserva todo el aliento para destapar el tarro de las esencias en ataque, como hizo ayer en un partido en el que más que certificar el pase a la final de esta tarde quiso presentar una firma candidatura al MVP que tan esquivo le ha sido pese a los cuatro trofeos coperos que ocupan un hueco en los estantes del salón de su casa.

No era ésta, sin embargo, la única cuenta pendiente que le quedaba al escolta por saldar. Tenía alguna otra. Y ayer, en cierto modo, soltó algo de lastre. Competitivo como pocos, al catalán aún le escocían la derrota que le endosó el Baskonia en el Buesa en la fase regular, en un duelo en el que la figura culé perdió gas en el tramo final, y el marcaje al que le sometió Oleson en los tres enfrentamientos de la final del pasado curso.

Desde el arranque del encuentro se percibió que aún le dolía. Bueno, en realidad, se palpaba que le dolía a él, a sus compañeros y a su entrenador, Xavi Pascual, alumno, ayudante y sustituto de Ivanovic. Mientras el viernes, ante el Joventut, la máquina blaugrana se lo tomó con calma, ayer salió revolucionada. El Barça no quería hacer prisioneros y Navarro pronto se postuló como el verdugo. Un tanto cauto en el primer parcial demoledor que le aplicó el Barça al duelo -a punto estuvo de zanjar la semifinal en el primer cuarto-, recobró el protagonismo cuando el Baskonia, con los menos habituales, reaccionó para recortar distancias.

Fue justo en ese momento cuando Navarro, insaciable, voraz, comenzó a disfrutar. Primero porque se apuntó a un duelo de pistoleros con David Logan del que finalmente salió victorioso. Y más tarde, cuando el marcador aún se reflejaba ajustado, porque es precisamente en esos instantes cuando él aparece y disfruta haciendo daño al rival.

Navarro gozó con el aliento de sus aficionados y, casi más, con la atención que su figura despertaba entre la hinchada vitoriana. Ahí regresó el Navarro de siempre, genial y odioso, que por los cánticos parece haber entrado a formar parte de una extensa y célebre nómina de grandes enemigos del baskonismo. Como Reyes, Herreros o Papaloukas, el catalán figura en las oraciones de cabecera de los parroquianos del Baskonia.

"al teatro" En su caso, a Navarro la afición gasteiztarra le adjudica unas dotes escénicas impropias de un jugador de baloncesto. "¡Vete al teatro, Navarro vete al teatro!", le cantaban los aficionados azulgranas. Y él disfrutaba. Mientras le cantaban, incrementaba su cuenta particular y hundía un poco más al conjunto de Ivanovic.

Al final, entre él, Anderson, la intimidación de los pívots, la defensa exterior de Sada o Grimau, y todo lo demás, propiciaron que la afición culé pudiera paladear el dulce sabor de la venganza. La Bomba, que hoy querrá rubricar su asalto al MVP de la Copa, cerró el choque con 26 puntos y una plácida sonrisa de satisfacción. Era la mueca de la vendetta culminada. "Todos los compañeros han estado bien, pero ahora hay que pensar en la final, que contra el Madrid no será fácil", manifestaba, aún con esa pícara sonrisa en la cara, tras el partido.