Vitoria. Sebastian Vettel ya es el campeón más joven de la historia de la Fórmula 1. Ferrari picó en el anzuelo que Red Bull le puso en los morros sacrificando las opciones de su piloto Mark Webber y la Scuderia, que vio en el australiano al principal rival de Fernando Alonso en la lucha por el título, decidió marcarle de manera inocente, mientras que el alemán encaraba la senda hacia el cetro mundialista. La inteligencia de la formación de los bólidos alados, además de la prestaciones de sus monoplazas y la entrada en pista del coche de seguridad en la primera vuelta, resultaron decisivas, así como los Renault, que se erigieron en jueces clasificándose por delante del asturiano, a quien le hubiera valido con ser cuarto para ser el número uno.

La salida de la última y decisiva carrera del Mundial, el Gran Premio de Abu Dabi, fue menos espectacular de lo que cabía imaginar y aunque Alonso perdió una plaza en beneficio de Button, rodaba cuarto y dentro del margen para ser campeón del mundo y seguido por Webber, a quien en Ferrari colgaron el cartel de mayor rival y, por tanto, el coche a tener en cuenta. Pero resulta que en la casa del Cavallino Rampante pecaron de ingenuidad y calcaron los pasos del australiano, a quien en Red Bull utilizaron como cebo y lo sacrificaron en pro de Vettel, que lideraba la prueba secundado por Lewis Hamilton.

Rodando en la primera vuelta al circuito de Yas Marina, Michael Schumacher sufrió un trompo y cruzó su coche en medio de la trazada. Este se vio arrollado por Vitantonio Liuzzi y asistió la entrada del coche de seguridad en pista. Un factor que resultaría determinante, que decantaría la balanza. Mientras en Ferrari se centraban en Webber, Nico Rosberg y Vitaly Petrov cumplieron con sus paradas en boxes. Y a la postre serían ellos y Robert Kubica quienes romperían el sueño de Alonso de finalizar cuarto la carrera, el mayor puesto al que optaría a juzgar por los potenciales de sus coches rivales. Pero de esto se dieron cuenta en Ferrari después de que Alonso visitara el garaje porque Webber había hecho lo propio. Un movimiento de piezas, el primero, que fue decisivo. El equipo Ferrari, una plantación de dudas, apostó por hacer sombra, por emular a Red Bull sin tiempo para la reflexión, pues Webber paró en la vuelta doce y Alonso después, tras un primer amago que dejó evidencia de la tensión en el seno de la formación de Maranello. "La decisión de parar entonces la tomamos todos", reconocería el asturiano a la postre. Estaba asistiendo, inconsciente, al funeral de sus opciones, porque Webber fue un anzuelo apetitoso, irresistible y despiadado. Hasta vil para el aussie. Un señuelo eficaz, jugosa carnaza entre gasolina y motores, una cabeza de turco. El australiano estaba siendo claramente utilizado en una estrategia de equipo por la que tanto protestó en su momento la fábrica del multimillonario Dietrich Mateschitz. Todos beben de lo mismo.

irremediable propuesta Vettel lideraba la espantada y Hamilton le achuchaba en cabeza como única esperanza de Alonso, quien también se veía presionado por Webber. Aunque después de pasar los dos por los boxes quedaban ambos relegados a la mediocridad de la parrilla, detrás de un Petrov que sería el mayor entorpecimiento del asturiano en su viaje hacia el título. "Sabemos que estás dándolo todo, pero es crítico adelantar", le advertían a Alonso por radiofrecuencia. No obstante, el Renault era un muro infranqueable, una defensa inexpugnable. "Corría como si se jugase la vida", valoraría Alonso. "Simplemente he hecho mi trabajo", justificaría el ruso, por su parte. Con más de 35 giros de los 55 previstos por delante, empezaba la cuenta atrás para Alonso, quien, a falta de las pertinentes paradas de los adversarios, rodaba obligado a rebasar a Kubica, Rosberg y Petrov para cumplir su sueño. Y el Ferrari, configurado para defender en lugar de atacar, saltando el limitador de velocidad en las rectas, no era arma de batalla y sí un medio de transporte hacia la frustración. Alonso viajaba tras la funesta decisión en clase preferente.

Las vueltas se agotaban. Los nervios se multiplicaban y tanto Webber como Alonso, hijos de la impotencia, rechinaban dientes visitando las escapatorias de fuera de pista como imagen de la desesperación. No había manera de superar obstáculos. Además, Vettel, en la cabeza de la carrera, encontraba vía libre, despejada de adversidades, pues Hamilton, el más dispuesto para frustrar sus intereses, se topó con Kubica después de pasar por el pasillo de garajes. Cosa que no le sucedió al alemán de Red Bull. Así, las diferencias se fueron aumentando. La escudería Renault, donde Alonso dejó dos mundiales en sus vitrinas, fue el peor enemigo del asturiano, su bestia negra, el invitado sorpresa para una desagradable fiesta. Las vergüenzas de Ferrari brillaban entonces resplandecientes como invitación a la memoria de una temporada ensombrecida por el ingenio de Red Bull. Pero es que ayer incluso los coches de la marca francesa enrojecían más aún a la Scuderia, encomendada a la pericia de un Alonso que no es todopoderoso. De carne y hueso, los milagros se le agotaron en la carrera de Corea. Ni Massa podía con el Toro Rosso de Alguersuari. Decepcionante. Así, Vettel, incrédulo, se vio campeón con su quinta victoria del año y, por vez primera, pasaba a liderar al Mundial. Una escalada gloriosa. Una persecución culminada en la propia meta. Red Bull le eligió a dedo y él ha respondido.