ETAPA

Thor Hushovd (Cervélo)3h.36:20

Daniele Bennati (Liquigas)m.t.

Grega Bole (Lampre)m.t.

GENERAL

P. Gilbert (Omega Lotto) 22h.36:26"

2º Igor Antón (Euskaltel-Euskadi)a 10""

Joaquim Rodríguez (Katusha)m.t.

MURCIA. La Cresta del Gallo. Los ciclistas lo escuchan y se les hace un nudo en la garganta. Y en realidad, no saben por qué. No es por el ascenso, ratonero, estrecho, retorcido como un regreso a casa al amanecer, pero amable, sin paredes imposibles como las de, por ejemplo, Xorret del Catí, que aguarda mañana a la Vuelta. "Parece más de lo que es", dice Igor Antón. Habla de la subida. Porque la mística que envuelve a La Cresta la debe a su descenso, descarnado y traicionero. Esconde una curva maldita. Cerrada hacia la montaña; abierta a un precipicio. Allí, en 2001, el brazo de un espectador salvó a Carlos Sastre de un vuelo con final incierto. Y en 2009, Intxausti, el ciclista del futuro que no cuenta entre sus virtudes la de la precisión cuesta abajo, tropezó con el guardarraíl, se salvó de una buena, siguió, se volvió a salir en la siguiente curva y, finalmente, tuvo que parar al darse cuenta de que el descontrol, demasiado incluso para él, lo provocaba una rueda pinchada. La leyenda negra es lo que acongoja a los ciclistas. La Cresta del Gallo recuerda más que ningún otro puerto a eso que dicen los alpinistas de que su vida se pone realmente en juego una vez alcanzada la cima.

Subir La Cresta es fácil. Lo fue ayer. Relativamente, al menos. Fue cuestión de seguir el paso de gigante de Karpets, el ruso impasible y pusilánime, el mamporrero de Joaquim Rodríguez que sacó a Sastre de la Vuelta en el puerto de segunda de Valdepeñas de Jaén y que ayer enfiló el pelotón de modo que nadie osó sublevarse.

En hilera subieron los favoritos. Adelante Antón, el maillot verde, las piernas poderosas del chico de moda que, señal de su suficiencia, le pegó un trago de agua al bidón al poco de empezar La Cresta, cuando más intenso era el látigo de los Katusha, en plena debacle de los velocistas, Cavendish, Petacchi, Farrar, Koldo y compañía. Y luego, más arriba, el ritmo endiablado de Karpets, vació otro poco el botellín con indiferencia, prima hermana de la tranquilidad de un corredor que hace poco era un amasijo de nervios y ahora tiene el aplomo de los viejos y sabios ciclistas. Una transformación colosal.

Con la cabeza erguida, el cuerpo relajado, la pose de los superiores que contrasta con la sumisión, la mirada clavada en el asfalto y el lomo bajo de los débiles, a Antón le dio tiempo a pasar revista, a fijarse en los detalles de los que mañana serán sus rivales en Xorret del Catí, donde quizás busque otra etapa. O quizás el maillot rojo de líder. O ambos. O ninguno de las dos, que sería, aunque parezca un sacrilegio, una manera preventiva de correr pensando en Madrid.

En la radiografía del paisaje que le rodeaba vio la poderosa zancada de Gilbert, a quien eliminará la extrema verticalidad de Xorret. Constató que el pedaleo de Joaquim Rodríguez sigue siendo tan fresco como si no hubiese corrido el Tour. Que Mosquera parece que no está, y, sin embargo, no afloja y ha pasado su peor trago, el calor asfixiante andaluz, sin ceder demasiado. Que Menchov sigue siendo temible pero que le falta intensidad, la mirada negra, el hambre. Que Xavi Tondo es peligroso y que parece mentira que hace exactamente un mes se retorciera de dolor al partirse la clavícula. Se recuperó en Sierra Nevada. Todo agosto enclaustrado, sin bajar una sola vez a Granada siquiera a distraerse, al cine, a dar un paseo. Ciclista asceta. Como Sastre, al que ha relevado al mando del Cervélo, que está al margen, "entrando en carrera poquito a poco".

Antón no olvidó a Nibali, el ciclista que más muerde. Tiburón. Pero sobre él habla más contundente Eusebio Unzue, el patrón del equipo más fuerte, cuatro o cinco bazas, ninguna clara. "Nibali es el favorito para ganar la Vuelta. Sube mejor que los contrarrelojistas y contrarrelojea mejor que los escaladores, mejor que Antón, que es el mejor para arriba y que dará mucha guerra en la montaña".

La oportunidad de Urtasun Así subieron, observándose y en hilera, como empezaron. Y así se lanzaron cuesta abajo. Hacia la curva maldita. La congoja. Se retiró entonces Karpets, que no tiene sangre para ser kamikaze, y surgió Pozzatto, que se cogió unos metros junto a Gilbert. El descenso no fue tan exagerado. "Nadie quiere perder la carrera en una caída", reconoce Antón. Al plano llegaron todos juntos, sin bajas, porque lo quiso el Cervélo. Arrastraba a Hushovd, que por la mañana había examinado La Cresta del Gallo, como Gilbert la subida a Gibralfaro o Antón la cuesta de Valdepeñas. Luego llegó por detrás el Liquigas con Bennati. La rueda buena. La quisieron todos. Hushovd, el primero. Luego, Pablo Urtasun, el lanzador de Koldo Fernández de Larrea que, ausente éste, jugó su partida. Arrancó tercero el sprint, "la mejor posición en condiciones normales". Se abalanzó sobre los pedales, bajó un piñón… y le fallaron las fuerzas. "En esas circunstancias, quizás tenía que haber tirado de cadencia, pero es difícil pensar cuando se va a esa velocidad". Se atascó el navarro mientras Hushovd, que este año había sumado en Arenberg su octava etapa en el Tour, aplastaba a Bennati.

"No hay podio", le dijeron a Antón, que esperaba saber si mantenía el maillot verde de la regularidad ante Gilbert, y el galdakoztarra salió zumbando hacia el hotel no sin antes recordar, la humildad por bandera, que hoy tendrá Koldo Fernández de Larrea su oportunidad de ganar. Será en Orihuela, el pueblo de Bernardo Ruiz, ciclista de los tiempos de Coppi, y de Miguel Hernández, poeta y cabrero que murió tuberculoso en una cárcel durante la Guerra Civil, a quien la Vuelta homenajea en el centenario de su nacimiento.