Un mar de brazos ocultaron durante algunos segundos la figura de Kobe Bryant, la estrella de los Lakers, cuando la bocina dio por zanjado el séptimo y último episodio de unas finales de la NBA que pasarán a la historia. El escolta del conjunto californiano, centro de todas las miradas, paladeaba sobre el parqué, estrujado por Vujacic, Odom y Fisher, el sabor de una victoria, una venganza, que a punto estuvo de frustrar con sus desmedidas ansias de protagonismo.
A pocos metros, junto al círculo central, sobre el escudo de los Lakers, Pau Gasol apenas podía ocultar las lágrimas. El catalán, en un segundo plano, lejos de las cámaras, lloraba como un niño. Sólo, con las manos en la cara, se sacudía la adrenalina acumulada durante un partido, el definitivo, en el que sacó a relucir las virtudes que lo sitúan, hoy por hoy, entre los dos o tres mejores pívots de la competición.
Kobe y Gasol, Pau y Bryant, resucitaron en el último cuarto del encuentro para resolver el entuerto al que la ansiedad los había conducido a lo largo de 36 minutos de baloncesto tenso y desastroso en los que los Celtics habían llevado la batalla a su terreno. A punto estuvo el equipo de Doc Rivers de imponer el peso de la historia, que reza que los verdes siempre superan a los californianos cuando las finales llegan al séptimo partido. Faltó muy poco. Probablemente algo de gasolina a un grupo de ilustres veteranos que, excepcionalmente dirigidos por Rajon Rondo, han firmado unos play off de ensueño, muy por encima de lo que cualquier experto pudiera haber vaticinado hace sólo un mes.
Al final fue otra estadística, la de la infabilidad de Phil Jackson (ha ganado las 48 eliminatorias en las que sus equipos se adjudicaron el primer partido), la que se impuso en el duelo entre las dos franquicias más legendarias de la NBA, que ahora están más cerca en la nómina histórica de títulos. Con el de ayer, un triunfo que cicatriza las heridas de la humillación padecida en Boston hace dos años, los Lakers acumulan 16 anillos de campeón, a sólo uno del combinado de Massachusetts.
La película, no obstante, pudo haber hallado un epílogo bien diferente de no haber mediado la resurrección de las dos principales figuras de los Lakers. Los Celtics, que echaron en falta la presencia de Kendric Perkins para asegurar el rebote defensivo, mandaron en el marcador hasta que el duelo entró en los momentos de la verdad. Con Gasol cosido a leñazos y Kobe tratando de ganar el anillo por su cuenta, a Doc Rivers le bastó con ordenar intensidad atrás y manejar la exacerbada precipitación del rival.
Los árbitros pusieron su granito de arena. Permitieron excesivos contactos y el precio de las canastas se disparó. El caldo de cultivo resultaba idóneo para los perros viejos de los Celtics. Wallace, duro atrás y elegante en ataque, sembraba las primeras dudas sobre la puesta en escena de los angelinos. La eterna indolencia de Bynum (Jackson apenas lo mantuvo en cancha 18 minutos) confirmaba la evidencia. Los Celtics habían saltado a la cancha del Staples Center, en la versión más ruidosa que se recuerda, con la intención de consumar la hazaña. Y Kobe, que tardó nueve minutos y siete tiros en lograr su primera canasta, parecía dispuesto a colaborar.
Sólo el inesperado protagonismo anotador del ciclotímico Ron Artest mantuvo a los Lakers con vida. El polémico alero, clave durante toda la serie con su pegajosa defensa a Paul Pierce, se echó el equipo a las espaldas y, con doce puntos en el segundo acto, remedió en parte la sequía anotadora de los locales, que cerraron el primer cuarto con unos ridículos catorce puntos en su casillero. De su mano, gracias a un par de acciones de gran mérito, con robos y contragolpes incluidos, los Lakers lograron equilibrar la contienda (29-29). Pero era tan sólo un espejismo. Un par de destellos de calidad de Pierce y Allen devolvieron la ventaja a los Celtics.
la guerra de kobe El Maestro Zen apenas pudo variar el guión con su charla del descanso. En el tercer cuarto, con Bryant despreciando a sus compañeros y buscando jugadas imposibles, la desventaja siguió creciendo. Gasol, sin ayudas en defensa, comenzó a sufrir para frenar a Garnett, que con un mate disparó la renta hasta los 13 puntos (36-49). El bullicio del Staples cesó por unos instantes. La opción de consumar la venganza comenzaba a esfumarse. Y entonces Phil Jackson tomó una decisión valiente: decidió comenzar el último cuarto con Bryant en el banquillo.
La apuesta pronto dio frutos. Gasol se sacudió los miedos y los Lakers, con él como referencia, comenzaron a carburar como colectivo. Por primera vez, después de 40 minutos de juego, el anillo comenzó a cobrar un tono amarillento, aunque la remontada no se consumó hasta que Bryant (6 de 24 en tiros) aceptó asociarse con sus compañeros para quebrar una defensa que, casi siempre, le dedicaba un dos contra uno para evitar sus tiros cómodos.
Y entonces los nervios cambiaron de bando. Ray Allen falló un tiro libre, el primero de toda la final, Gasol sonrojó con un tremendo tapón a Garnett, y Kobe, la mamba negra, recobró la calma que había extrañado durante todo el encuentro. Diez puntos de la estrella de los Lakers y varias acciones en las que Gasol forzó falta acabaron por enterrar a unos Celtics que, pese a todo, se resistieron como gato panza arriba con tres triples a la desesperada.
Ya era demasiado tarde. Casi 40 minutos después, los Lakers, que reeditan su título de campeones, habían sabido dejar a un lado sus egos para jugar y ganar como un equipo. La vendetta se había completado y el Staples Center celebraba un nuevo título. Con Kobe frente a las cámaras y Gasol, llorando, feliz en su rincón.
LAKERS Fisher (10), Bryant (23), Artest (20), Gasol (19), Bynum (2) -cinco inicial-, Odom (7), Brown, Vujacic (2), Farmar y Powell.
CELTICS Rondo (14), Ray Allen (13), Pierce (18), Garnett (17), Wallace (11) -cinco inicial-, Tony Allen, Davis (6), Finley, Robinson y Scalabrine.
Parciales 14-23, 20-17, 19-17, 30-22.
Árbitros Joe Crawford, Dan Crawford y Scott Foster. Eliminaron por personales a Wallace.
Pabellón Staples Center, de Los Ángeles, ante 18.997 espectadores.