Hay cosas en el fútbol que, por suerte, son difíciles de explicar. Es el balompié un deporte en el que uno más uno no siempre son dos. Desmenuzando el once inicial de suizos y españoles, e incluso analizando el banquillo y los que se quedaron de vacaciones sin pisar Sudáfrica, España es mejor que Suiza en cada puesto y en cada uno de los aspectos futbolísticos que se quiera tener en cuenta. Es más, incluso ayer quedó patente en los noventa minutos de partido. Pero ganó Suiza.
El equipo helvético apostó por lo que hacen los equipos cuando se saben netamente inferiores a sus rivales: juntar las líneas hasta que se mezclen, tejer una red alrededor de su área y cerrar los ojitos para aguantar así hasta que el árbitro pite el final. Normalmente, ese planteamiento te lleva a perder noventa y nueve de cada cien partidos. Pero los suizos jugaron ayer convencidos de que era el día que les tocaba ganar.
Ya en el primer tiempo quedó clara su intención de esperar atrás a los campeones de Europa. Pero si hay algo por lo que quitarse el sombrero con el equipo de Vicente del Bosque, es por la fe ciega que tiene en su estilo de juego. Ante un rival que renuncia al fútbol, que desprecia el balón y se encierra con gusto en su campo, lo más fácil hubiese sido dedicarse al juego directo, al pase largo para que David Villa buscase la espalda de los diez defensas de turno. Pero España apostó por mover el balón, de lado a lado y a un ritmo endiablado. En los primeros cuarenta y cinco minutos el equipo capitaneado por Iker Casillas supo resquebrajar las líneas más alejadas del meta Benaglio, porque decir adelantadas es decir demasiado. El equipo hizo circular el balón como sólo pueden hacerlo el Barcelona y dos equipos más. Pero gran culpa de ello no la tuvo ninguno de los seis jugadores blaugranas que saltaron en el once titular, sino el cerebro del Real Madrid, Xabi Alonso.
El tolosarra, junto a Sergio Busquets y Xavi, fue la apuesta de Del Bosque para organizar el centro del campo. Los suizos tenían la lección bien aprendida y llevaron las órdenes de Hitzfeld hasta el límite del reglamento. Xavi e Iniesta fueron objeto de numerosas faltas a lo largo de todo el partido, incluso el de Fuentealbilla tuvo que abandonar el terreno de juego en la enésima tarascada de los helvéticos. Anulados los dos encargados de hacer el último pase, Xabi Alonso tuvo que tomar la responsabilidad de crear y repartir juego. Su aportación se notó. El guipuzcoano se encargó de que el balón circulase de banda a banda y supo aplicar el criterio que diferencia a los grandes directores de orquesta de los mediocampistas terrenales, alternó el juego interior y el exterior obligando contraerse y estirarse a la poblada defensa rival.
La velocidad del balón propició que los laterales españoles encontraran una autopista por las bandas. Sergio Ramos y Joan Capdevila se aburrieron de subir y bajar durante todo el partido, recibiendo el esférico continuamente de pies del tolosarra, pero ni el sevillano ni el catalán estuvieron finos a la hora de colocar centros en el área para que los rematasen los delanteros de España.
Con semejante desatino para el último pase, la llave podía estar en un tiro lejano. Ahí Xabi Alonso también fue el que más se probó. Tras un remate algo forzado en el primer tiempo, probó suerte hasta en tres ocasiones en jugada ensayada en los saques de esquina. En la última intentona el zambombazo de Alonso se estrelló en el larguero suizo con una violencia impía. La portería debe de estar todavía temblando, como las opciones españolas para hacerse con el Mundial.