"Deberíamos llegar al menos hasta las semifinales. Para nuestro país es una obligación". Las palabras de Robin van Persie escenifican a la perfección el nivel de optimismo que se vive en la selección de Holanda, un punto de euforia que ni siquiera el seleccionador, Bert van Marwijk, intenta frenar. Es más, lo impulsa de manera curiosa. "Tenemos una forma especial de arrogancia que nos hace más fuertes: Que vengan, que vengan, pensamos. Pero no debemos aplicarla en exceso, porque podría volverse en nuestra contra y derivar en descuidos", apunta. La Oranje se siente preparada. Madura. Cree que ha llegado su momento de volver a lo más alto de la escena mundial, de dejar atrás lustros de eterno favoritismo sin confirmar, de resbalones en los momentos más inesperados.

Se escuda Holanda a la hora de soñar en su excelente generación de jugadores, en el trabajo desarrollado por Van Marjwik a la hora de fumigar el vestuario de trifulcas y egoísmos desde que recogiera el testigo de Marco van Basten en 2008 y en su impresionante momento de juego. La Oranje no conoce la derrota desde 2008, su clasificación para Sudáfrica fue intachable y su rendimiento en los últimos amistosos merece el calificativo de notable. Ni siquiera la lesión de Arjen Robben, baja hoy, ha filtrado un halo de pesimismo en el combinado de los tulipanes, que consideran que hombres como Van Persie, Kuyt, Sneijder o Huntelaar pueden tapar una ausencia que se espera efímera.

Más problemas tiene Morten Olsen para suplir en la punta de lanza danesa a Nicklas Bendtner, su principal estilete. Las dos últimas derrotas en los amistosos ante Australia y en Sudáfrica han puesto un signo de interrogación en un grupo humano al que le está costando horrores crear juego y que sin el delantero del Arsenal carece de dinamita en el área rival, aunque sus jugadores de segunda línea (Rommedahl, Poulsen, Kahlenberg...) pueden hacer daño llegando desde atrás.

Van Persie cabecea un balón a puerta en un entrenamiento. Foto: Afp