París. Rafael Nadal hizo ayer el partido perfecto, en el lugar perfecto y ante el rival perfecto, para completar una temporada de tierra batida inigualable, al vencer al sueco Robin Soderling en la final de Roland Garros y recuperar el número uno del mundo. En dos horas y 18 minutos de casi absoluta perfección, Nadal ganó por quinta vez en París por 6-4, 6-2 y 6-4, y se situó a un solo título de igualar los seis del sueco Bjorn Borg (en dos periodos).

Y además lo hizo sin ceder un set, como en 2008, tal y como en su tiempo lograron el rumano Ilie Nastase (1978) y el propio Borg dos veces (1978 y 1980). Rafa, que acabó llorando y secándose las lágrimas con una toalla tras apuntillar su fenomenal victoria, se revolcó antes en la tierra de Philippe Chatrier, como en aquel mayo de 2005, cuando empezó a escribir su historia particular en París.

El público de la central no tuvo más remedio que rendirse a la evidencia. Todos en el palco principal, la cantante Beyonce y su marido, el rapero Jay Z, François Fillon, primer ministro de Francia, el actor Jean Paul Belmondo, Jean Todt, presidente de la FIA, y el secretario de Estado para el Deporte, Jaime Lissavetsky, con su homóloga francesa Rama Yade, entre otros, disfrutaron con Nadal. El temido saque de Soderling no fue tanto, porque el mallorquín estuvo al resto sublime, e incluso igualó en aces, siete, pero lo que marcó la diferencia fue su solidez con el servicio y su serenidad para abortar las ocho oportunidades que tuvo Soderling para romperle.

intercambios Nadal llevó el partido a su terreno, a la lucha desde el fondo, donde Soderling se desquiciaba porque sus bombas no hacían el efecto que tuvo contra los anteriores rivales. Nadal era capaz de aguantar hasta 26 intercambios y ganar el punto, de bajar y subir la bola, y de resguardar su revés con su derecha, moviéndose a la perfección de lado a lado.

Por la mañana diluvió y la pista se tornó más húmeda y lenta, en teoría favorable al robusto brazo del sueco, pero éste no supo sacar partido de esa ventaja, o Rafa lo impidió. Soderling asumió que no podía con el mejor en la historia sobre tierra en el segundo juego del segundo set, cuando dispuso de cuatro bolas de rotura. Y allí se vio al mejor Nadal.

En una de ellas, Nadal luchó con imaginación y con sabiduría, neutralizó un remate profundo y tuvo luego la osadía de acudir a rematarlo a la red, donde ganó el punto con una suave volea. El público se volvió loco entonces, porque quizás habían presenciado el punto del torneo. Ahí, Soderling, el primer hombre capaz de derrotar a dos campeones de Roland Garros seguidos, el séptimo sueco que alcanzaba la final de París, el que podía haber sido el cuarto de esta nacionalidad en ganar el título en la capital francesa, comprendió que Nadal, más que nunca era indestructible, y se rindió a la evidencia.