Orio. Amets Txurruka se asoma a la boca de una curva en el descenso de Aia. Baja embalado. Como escalaba segundos antes. En su cabeza, la determinación del soldado: adelante hasta caer. Y cae. Abatido. Inexplicablemente. "No iba descontrolado, no entiendo, había algo en el asfalto". Un cepo: grijo. Contra él se incrusta. Primero la clavícula, el talón de aquiles de los ciclistas, por frágil, por vulnerable. Luego llega el resto del cuerpo; los codos, las rodillas... Se arrastran. Se desgarra la piel. Brota la sangre. El chico se queda sentado, desnortado. Cuando reacciona se vuelve a subir a la bici y continúa. Es el instinto el que gobierna su inconsciencia. Unos metros. Hasta que el dolor, silenciado en el trance, aflora. Entonces se detiene. Pone pie a tierra y se sienta en el borde de la carretera mirando al prado, que desborda vida, bajo el sol que le acaricia. En su interior algo se muere: la esperanza. La clavícula derecha está hecha añicos, pero duele más el alma, la impotencia de saber que hoy no podrá defender el maillot de la montaña que le pertenecía. La miseria del ciclismo. La gloria, 20 kilómetros más allá, en Orio, al borde del mar, para Joaquim Rodríguez. Hoy se la disputan Valverde y Horner en los 22 kilómetros finales. E Intxausti, que busca el podio.

Hay cosas inimaginables en esto de la vida: un Kinder sin sorpresa, un amanecer sin café, una playa sin brisa, un circo sin payasos? y Joaquim Rodríguez triste, apagado, hamacado en la amargura. Así estaba en la mañana de ayer en Eibar, en la sombra pétrea que proyecta el ladrillo. Un día antes, en la salida de Murgia, bajo un cielo abierto en canal, azul, Purito era Purito. Un tipo cachondo, festivo, que pasó frente al autobús del Caisse d"Epargne, su antiguo equipo, echó el freno, apoyó la bicicleta en la carrocería, trepó por las escaleras y llenó de alborozo el espacio íntimo de los chicos de Valverde. Las carcajadas se agolparon en la puerta. El monólogo del catalán duró cinco minutos. Volvió la calma cuando el del Katusha, un equipo frío, ruso, para un alma ibérica, deshizo el camino de las escaleras y marchó hacia Arrate, la cuesta que le borró, luego, de manera inopinada, del combate por la Vuelta al País Vasco y le secuestró la sonrisa que no lucía ayer en Eibar, donde el catalán, en un ejercicio reflexivo inherente a los estados depresivos, cayó en la cuenta de que nunca había ganado en la Vuelta al País Vasco. "Pues tendrá que ser hoy", le dijo a un compañero.

Yacía Txurruka en la paella de Aia, la maldita, la del grijo, la de la rueda perdiendo tracción, la clavícula echa papilla, la sangre roja en el maillot naranja y el lamento, cuando apareció Joaquim Rodríguez, que había decidido atacar de lejos, comandando un grupo con Kolobnev, Efimkin y Navarro. Duró poco esa unióh. Una curva. La primera de la pared de Aia. Allí salió disparado el catalán, el escalador de bolsillo, tres libras de hueso cubierto de piel tiznada persiguiendo la sonrisa extraviada en Arrate. Saltaba el catalán sobre los 29 dientes de su piñón por la pendiente de porcentajes himalayescos, por la estrechez de la estrada vallada para evitar el contacto, las manos bondadosas sobre el sudor de los maillots. Quedaban los gritos. Para Purito, primero, quien frente al frontón de Aia, prácticamente, había recuperado lo perdido en Arrate, los 48 segundos que lastraban su sonrisa. Para Valverde, el gesto encrespado, la dentadura al aire, los músculos desatados, después. "Allí todos sufríamos igual". O parecido. Horner, Peraud y Samuel seguían al líder, que marcaba la jerarquía con paso autoritario. Luego venían los demás, Intxausti, entre ellos. En el descenso se agruparon todos ellos. Diecinueve almas. Pero ninguna era Robert Gesink, tercero en la general, abatido por una caída, otra más, retrasado, anulado para luchar hoy por el podio al que se acercaba Joaquim Rodríguez. "No, no, no pensaba en la general. Ni siquiera llevaba el desarrollo adecuado para aguantar la diferencia en el llano porque quité el 12 para meter el 29. Me bastaba con llegar, con ganar", dijo después el catalán.

Euskaltel desconcierta Ocurrió que Euskaltel-Euskadi también ambicionaba ese botín. Y se lió persiguiéndolo. Primero, camino de Txanka, puso a tirar a Velasco, tremendo ayer también, que redujo la diferencia del catalán al mismo tiempo que distanciaba a Gesink y acercaba al podio a Intxausti. Redondo. Lo deseado. Sólo que la ambición se hizo polvo al comenzar a subir Txanka, cuando Purito giró la cabeza comprobó que la diferencia, por encima del medio minuto, era suficiente y recuperó la sonrisa. "Ya no me la he podido quitar hasta la meta". No hizo la misma lectura el equipo vasco, que siguió obstinado en el triunfo de etapa y obró sobre el filo, en el sinsentido, en el desconcierto. En lugar de proteger a Beñat Intxausti, sus opciones de podio de hoy en la crono, le expuso al azote del viento, le ordenó dinamitar la subida y le exprimió para que realizara un kilómetro que resultó ser prodigioso, pues desbrozó el grupo para que rematase Samuel y se fuese con Horner y Valverde a ninguna parte, pues Joaquim Rodríguez gestionaba ya el descenso camino de Orio, del mar que acaricia su playa, de la gloria. Luego entró el trío. Después el grupo al que se agarró Intxausti con los dientes después de entregarse por Samuel, que se lo agradeció besándole la mano, descubriéndose ante su entrega. Muchos minutos más tarde llegó Txurruka, afligido, el cuerpo, el maillot, el culotte pintados a brochazos. De sangre. Se abrazó a ama. Por la tarde, en el hospital, le confirmaron la fractura de clavícula.