Sonó el pitido final en el santuario del fútbol del siglo XXI, el Camp Nou, fábrica de los sueños, pero él seguía jugando, como el niño que se esconde tras su fachada muscular. Reclamaba el cuero al árbitro enseñándole tres dedos en alto, que representaban gestualmente tres goles más uno; le correspondía un balón y un tercio de otro. El trencilla no dudó en corresponderle. En cierto modo, seguro que se sintió orgulloso de hacer semejante acto de entrega. Y el jugador, como siempre, siguió divirtiéndose, botando el balón como quien acaba de saltar al césped, como si estuviera a punto de comenzar otro nuevo partido, agarrándose a su medio, el que le da de comer, con cariño, como él siempre lo mima. Sus compañeros, obcecados en despeinar su melena, en tocarle, en sentirle como si tuvieran la necesidad de contrastar que es de carne y hueso, le rodeaban y no terminaban de creerse lo que habían presenciado, obra y gracia del más diminuto pero a la par el más grande de todos futbolísticamente. Conviven en el vestuario, pero aún no dan crédito. Él, mientras tanto, ajeno a la burbuja formada en su entorno, contestaba a su círculo con la indiferencia de quien está acostumbrado a soñar despierto y ve cumplidas cada una de sus fantasías. Peter Pan ya no es nadie. La divinidad es terrenal. "Es de otro planeta", concreta su compatriota Ariel Ibagaza.
Las ruedas de prensa de todo el mundo, en medio de la resaca tras jugar el Barcelona, se han convertido en monólogos donde cada jornada es más complejo eludir los tópicos. Cuanto mayor es el compromiso, crece la gesta del astro rey argentino y, claro, como dijo Pep Guardiola, al diccionario se le agotan los adjetivos. Pobres periodistas. El Messias hace pequeños no sólo a los rivales, también las lenguas; al revés que los ojos del mundo, cada vez más atónitos y enormes ante su juego. El Gran Hermano de Messi podría tildarse su actualidad. Aunque poco jugo sacaría Mercedes Milá de un personaje tan reservado como humilde. Y eso que en Argentina no es santo de devoción para toda la parroquia.
Ayer y durante los últimos días de fútbol en Can Barça, por querencia de Guardiola, Messi viene ejerciendo de nueve cuando las circunstancias lo exigen. Un rol que nadie pensó otrora para él, liviano, aparentemente endeble, sin apenas poderío con la testa y monopierna, zurdo cerrado. Sin embargo, resulta que ha destrozado todos los estereotipos, demostrando que, como nueve, puede ejercer de diez, de once y casi de doce. Multiplicado. Ciencia ficción. Ayer bregó, sirvió de jugar y también remató la faena. Ganadero, carnicero y comprador. Sólo le faltó ejercer de guardameta. Con él, todo lo escrito, todo lo enseñado, está obsoleto. Ha reinventado el fútbol, ha desterrado a los incrédulos en un mundo que aboga por el carácter físico antes que el técnico. Ayer, incluso, hizo del colectivo una individualidad generalizada.
Las caras de los rivales son poemas vestidos de llanto. Eso sí, el consuelo es máximo para ellos, que se ven rendidos ante un superhéroe. "Messi está en el camino para ser el mejor de la historia. Se va a terminar la polémica Maradona-Pelé. Está en un nivel muy selecto. Está jugando fulbito con Jesús", reza el mismísimo Diego Armando Maradona, inclinado ante la evidencia. Fran Mérida, privilegiado espectador desde el banquillo del Arsenal fue más lejos aún: "Es el mejor de la historia". Inglaterra, Francia, Italia, Argentina... Todos se postran ante sus pies con una información monopolizada por un solo protagonista. "El Picasso del fútbol", dice el Sport catalán; "Prodigioso Messi", ilustra la Gazzetta dello Sport italiana; "Super Messi", titula el Clarín argentino; "Messi, qué más se puede decir", titula el diario La Nación argentino; "El show de Messi", dicta el Bild alemán; "Inter-Messi", tilda el Corriere dello Sport italiano sobre la semifinal de la Liga de Campeones. Catarata de superlativos antes de afrontar el Real Madrid-Barcelona, duelo de titanes. Pero él, distante de su encumbramiento, negado a aceptar su ascensión al Olimpo, habla como siempre y ahora parece ironía: "Sólo quiero quedarme en el Barcelona y hoy por hoy es lo único que pienso y quiero". Menudo idilio. Quién da más.