Ayer por fin tuvimos tiempo para pasear tranquilamente por Katmandú. La ciudad ya me resulta familiar. Caminamos largo rato, sabiendo a dónde íbamos y sin tener que usar planos o preguntar. La miseria se te queda pegada en la piel. Los templos hinduistas o los vestidos de llamativos colores no me han llamado tanto la atención, ya los había visto otras veces. En cambio la pobreza sigue llamando mi atención poderosamente. Espero que no deje de hacerlo nunca.
En visitas anteriores parecía que no existía un servicio de limpieza para las calles en esta ciudad, tal era la suciedad, la basura tirada por todos lados... ¡Pues no era cierto! Resulta que en teoría lo hay, pero ya he descubierto por qué nos encontramos con montones de basura por todas partes. En estos días hay en Katmandú una huelga de basureros y enormes montones de desperdicios se amontonan por todos lados.
También vimos niños rebuscando en la basura de los pobres, que no tiran nada. Son los pobres entre los pobres. Niños esnifando pegamento y durmiendo en las calles. La miseria parece tener también su orden: la esquina de los perros callejeros, la acera donde piden los tullidos, la esquina donde duermen los niños, la acera donde se prostituyen los travestis... Incluso el caos encuentra su orden en este extraño universo.
Prácticamente no tuve el Everest en la cabeza en todo el día. El bombardeo de imágenes, olores y ruidos es demasiado apabullante. Parece mentira que esto sea la entrada a lugares de belleza incomparable, paisajes únicos, montañas majestuosas y aire puro.
Mientras caminaba recordé que esta mañana salíamos para Tibet. Aunque caminaba entre basura e imágenes de miseria, sabía que cuando llevemos mes y medio en el Campo Base añoraremos el caótico bullicio de Katmandú.
Hoy hemos comenzado el día con una gran noticia. Hemos conseguido superar una de las pruebas más complicadas que nos quedaban antes de enfrentarnos a la montaña. Hemos pasado la frontera china. La han abierto hace sólo dos días y creo que hemos tenido la suerte de ser la primera expedición en cruzar.
Los funcionarios chinos han sido cualquier cosa menos amables con nosotros. Hemos estado cuatro horas para cruzar la frontera. Hemos pasado dos escáneres, nos han mirado si teníamos fiebre, nos han estudiado las fotos que teníamos en las tarjetas de memoria de las cámaras y las de los ordenadores, han mirado entre las hojas de cada libro y cada bandera. El año pasado a un belga le encontraron una pegatina de Free Tibet (hasta me da miedo escribir eso en internet en China no sea que censuren el mensaje o a mí) y le mandaron para casa.
Ya sólo nos resta una dificultad humana-politica: la previsible negociación con los chinos por las cargas de los Yaks, cuando lleguemos al Campo Base Chino. El resto de los problemas serán los que presente la montaña, pero esos los espero, es a lo que vengo, para lo que estoy mentalizado.
Esto ya empieza a parecer de verdad. Me ha sentado bien dejar Katmandú atrás y pasar por pueblitos de camino a la frontera. El ambiente es limpio, y ya hemos visto montañas nevadas. Hemos comido en Zagmu, el primer pueblo de China, debajo de una gigantesca foto de la cara norte del Everest. ¿Nos esperaban? Estoy más animado y con ganas de empezar a caminar, porque desde que salí de casa estoy engordando. No he hecho nada de deporte y creo que como con ansiedad, sabiendo que enseguida se acaba la comida rica y abundante.