de nuevo me voy. Me voy al Everest. Voy a coger mis sueños, mis miedos, mi vanidad y mi libertad por los cuernos. Nunca me había costado tanto decidirme como esta vez. Mis amigos no podían acompañarme. Esto me colocaba en una tesitura complicada. Debía elegir entre tres opciones malas: no ir, ir solo o ir con desconocidos. Finalmente he elegido esta última, incumpliendo la primera regla que mi maestro Kami me enseñó hace ya muchos años: "Al monte se va a disfrutar con los amigos", me dijo entonces.

Por otra parte, ésta es una montaña gigantesca, inabarcable, inimaginable. Hay que estirar muchísimo el cerebro para que te quepa dentro y en la época en que tocaba decidir estaba jodido, sin fuerza y con la autoestima por los suelos. Lo más difícil de ésta ascensión ya lo he vencido. Lo superé hace meses cuando decidí que quería ir, que tenía opciones de intentarlo y sobre todo que no huía de nada. Es probablemente el paso más complicado, el mayor reto al que hay que enfrentarse antes de acercarse siquiera a la falda de la montaña.

No fue fácil. Pensé muchísimo en por qué lo hacía, qué quería, si valdría la pena... Le he dado muchas vueltas a la cabeza, y creo que ello me ha ayudado a conocerme mejor. De hecho, creo que podría decir que ya no soy el mismo.

El Everest no deja indiferente a nadie. Desde que comencé a hacerlo público he recibido montones de comentarios del tipo "subir al Everest no tiene ningún mérito", "hoy en día sube cualquiera", a todos ellos gracias por ponerme en mi sitio. También he recibido otros del tipo "eres un valiente", a todos ellos gracias por el ánimo y la empatía. Además he tenido la inmensa suerte de contar con muchos que sin valorar nada me han mostrado su cariño: "No te entendemos, pero te queremos", me han dicho. Nunca jamás había recibido tantísimas muestras de cariño tan sentidas, tantísimas llamadas a la prudencia, a tener cuidado y a volver. Es fabuloso sentirse tan querido. Es la mejor señal de que el viaje va bien, no el de la cima, el importante, el de la vida. Deberíamos ser más generosos mostrando nuestro afecto, aunque nuestros amigos no se vayan a ningún lugar extremo, todos seríamos más felices. Por eso, en los albores de la otra aventura, la de la montaña, me gustaría acabar con una cita de Alessandro Baricco, de su obra Esta historia: "Si amas a alguien que te ama, nunca desenmascares sus sueños. El más grande e ilógico eres tú".