Donostia. Existen infinitos límites, millones de barreras, miles de muros, cientos de vallas, fronteras naturales y postizas, sociológicas, culturales, idiomáticas o políticas, pero no hay mayor confín que el que construye el cerebro, una frontera intangible, inexistente en los mapas, presente, sin embargo, en cada acción del hombre, capaz de escurrirse por cualquier grieta que el cemento, los alambres espinosos o el acero haya levantado. Ocurre que la empalizada psicológica es un asunto mayor para el ser humano, un ejercicio que requiere un extraordinario afán de superación, un enorme aprendizaje, instinto de supervivencia y el reconocimiento de las carencias para sobreponerse a una puerta trincada por los miedos y el conformismo, hijos bastardos del destino, capadores del pasaporte de los sueños.
Gonzalez cree en el sino, en que alguien escribió nuestro día de "salida", ése que según su teoría nos sellan el día que entramos, pero también en los sueños. En medio, en el trayecto, se trata de girar pomos, de atravesar ríos y escalar montañas. De aprender y mejorar. De caerse y levantarse las veces que sean necesarias. Le ha ocurrido a Sebástien, criatura mecida en la plaza libre y el trinquete, en demasiadas ocasiones, tantas como para rendirse y claudicar, desesperado, en pared izquierda, el frontón extraño de Iparralde.
Ocurre que Sebástien un obseso del trabajo, capaz de grabarse en vídeo para corregirse, de acudir a la sofrología para adaptarse a los caprichos del porvernir, decidió combatir a las circunstancias, a sus lagunas de concentración, a la falta de jerarquía sobre los momentos cumbre, a su querencia por complicarse la vida con decisiones erráticas, con el deseo, la fe y el inconformismo, fuerzas absolutas, capaces de atravesar cualquier obstáculo, incluso las fronteras que despliega la mente ante un guardián de la grandeza y la fiereza de Martínez de Irujo, para alcanzar en exuberante remontada, la gloria, la txapela del Cuatro y Medio, que le aguardaba al otro lado de la muga.
magnífico irujo Lo logró Gonzalez alimentado el espíritu por una inquebrantable confianza en sí mismo en un escenario de lo más tétrico porque la irrupción de Irujo en la final, volcánica, esplendorosa, fue como para desarmar a cualquiera, pactar una derrota más o menos honrosa o dimitir directamente sin hacer demasiado ruido. Manejaba el de Ibero la final a su antojo ante un Sebástien un punto ausente y con escasa temperatura competitiva, como si aún no hubiera interiorizado todo lo que ocurría en el Atano III de Donostia. Era incapaz el azkaindarra de tomarle el aire al duelo entre otras cosas porque Martínez de Irujo no daba puntada sin hilo. No le otorgaba resuello el navarro, en plena expansión tras amanecer con un saque. En estado de trance, sumó con contundencia Juan seguidamente con un gancho largo ante un destemplado Sebástien, que expuso sus dudas en el escaparate situándose en el centro de la cancha para contrarrestar los saques por el miedo de que el de Ibero le buscara la derecha.
Desnaturalizado el azkaindarra, Irujo afiló los incisivos y se clavó en la yugular de Sebástien. El desgarro fue inmediato y no había forma de que Gonzalez frenara la hemorragia. En un pestañeo amasó una enorme fortuna el de Ibero: 6-0, 9-1 y 10-2 a puro galope. Cuando no era un saque -hizo mucho daño con esa jugada Juan- le colocaba un gancho eléctrico en el ancho o uno profundo en largo. Inerte, tieso y pálido, Sebástien, a juego con sus pantalones mágicos, ésos que no ha cambiado en todo el torneo por pura superstición, la txapela se acomodaba en el bolsillo de Juan, pleno de acierto.
sebástien entra en acción Sucedió que Gonzalez, hasta entonces en el margen del duelo, se relajó y dejó que fluyera su efervescente capacidad pelotística. Se anunció con un voleón que dislocó al de Ibero. Gritó Sebástien, arrancándose el corsé de los temores. Se subió a la final con convencimiento mientras que Juan no lograba cerrar el debate. Cometió varias imprecisiones durante ese tramo el de Ibero que llenaron el tanque de la esperanza de Gonzalez, que hasta entonces deambulaba en el andén de la zozobra. Se le despertó el instinto a Sebástien, recobrado el ímpetu y la destreza de su zurda que percutía sobre el de Ibero, al que la chispa se le difuminó. Aunque mandaba en el marcador, la tendencia de la final estaba virando en favor de Gonzalez, que se situó a un tanto tras un magnífico dos paredes: 12-10, tras un parcial superlativo de 10-0.
El dos paredes de Sebástien, un arquitecto de esa suerte, emparedó a Juan, que alcanzó su cénit con el 16-12. Ocurría, empero, que era Gonzalez quien gestionaba el ritmo del duelo. Roto uno de sus cueros, el azkaindarra atacó con el material de Irujo, que siempre daba un paso adelante y seguidamente reculaba porque los envíos de su rival, que mezclaban pegada y dirección le iban al cuello. Mandaba Gonzalez, por fin liberado, con una zurda majestuosa y una diestra muy mejorada a Juan de punta a punta. Empató tras engarzar dos carambolas consecutivas, ambas fantásticas, sobre todo la de la igualada a 17, que concretó de volea. Soportó el de Ibero desde la trinchera, corriendo y padeciendo, con el orgullo como argumento, pero no le alcanzó porque Sebástien sonreía, feliz, al otro lado de la muga.
Incidencias: partido disputado en el frontón Atano III de San Sebastián. 1.700 aficionados han completado su aforo.
Marcadores de la final: 6-0; 6-1; 9-1; 10-2; 10-7; 11-7; 12-7; 12-9;12-11; 14-11; 15-12; 16-12; 16-16; 17-17; 18-17; 18-21; 18-22.