de sopetón, con las luces de emergencia parpadeando, gritando la alarma de los sentimientos, el pudor. "No, no. De los tacos no quiero fotos. Es que me da vergüenza enseñarlos", razona Martínez de Irujo, probablemente el manista con mayor arrojo y carácter que se conoce, cauto ante la propuesta de situar en el escaparate a sus tacos, el refugio de su arte. Asoma de repente en la trastienda, entre bastidores, en los azulejos del vestuario del Atano III de Donostia, sede de la final, el trazo tímido, intimista, del campeón, que huye de la foto fija que de él se ha creado el imaginario colectivo cuando su serigrafía irrumpe en la cancha, vigorosa, energética, a todo pastilla: "Es que cuando juego me meto en mi papel", dice para despegar el estaño que suelda con firmeza el personaje de la persona.
Paradójicamente no tiene Juan reparo alguno en mostrar bajo los focos sus manos desnudas, las extremidades que obedecen con opulencia al ingenio que escupe a borbotones su mente, en las que el meñique de su zurda, revirado en distintas direcciones tras varias fracturas en diversas batallas, causa dolor a la vista. Ocurre que lo que sacude a Juan, a su honor, a su estima, es el escaso orden y la menor estética de los esparadrapos que forran sus manos. "Es que parezco un chapucero", sostiene el delantero navarro sobre el caótico peregrinaje de tiras adhesivas en sus palmas de genio. Nada que ver con la reflexiva metodología y la precisión quirúrgica de muchos manistas cuando visten sus manos, como si se tratara de un asunto de alta costura, de la confección de un chaqué en día de boda.
"No sé cómo es capaz de jugar así, llevando los tacos de esa manera. Je, je", bromea Lagarto, su amigo, el hombre que alza a modo de costalero a Juan y le cose un pañuelo rojo al cuello cada vez que éste conquista una txapela y que contempla, acodado en el portalón azul que separa el corredor de la caseta de la cancha, la baldosa de la brea, la escena mientras el delantero atiende al retrato que le ofrece el fotógrafo en un ejercicio de seducción, de convencimiento, que acaba por vencer la escasa resistencia del navarro, relajado el espíritu porque la pelota no es el eje en el que pivota la conversación.
Maniobra Martínez de Irujo, puntual al encuentro de su último ensayo antes de la final, su poderoso vehículo con destreza ante la cristalera del recinto donostiarra, en la que una pelota juguetea entre cuatro veteranos aficionados a la pala. Acompañan al delantero de Ibero, firme el paso, decidido, Idoate, un manista que debutará próximamente con Aspe y que sirve de sparring al de Ibero en su aproximación a la final del Cuatro y Medio, y Lagarto, uno de los grandes amigos de Juan, que acude a ver el entrenamiento previo paso por los vestuarios, el santuario de los manistas, lo que viene a ser la capilla del torero, donde garabatean, los nervios, los temores, la responsabilidad, la tensión, las manías, las risas, las anécdotas y algún que otro rezo alrededor del hornillo, una placa gris de cocina eléctrica, que un operario sitúa en un taburete de madera.
crisis y gripe a Irujo, acomodado en una bancada roja, envuelto en una sudadera naranja, comienza con el ritual. Esparadrapo y tijeras. Corte y confección. A medida que Juan viste sus manos con destreza, se desprende del ropaje de pelotari y se viste la piel de ciudadano de a pie, ése que como tantos otros se pregunta "que rollo nos han vendido con lo de la gripe A. No sé muy bien que ha pasado con eso, pero sólo parece que nos quieren vender el Tamiflú". El medicamento que se supone tumba al virus "que vete tú a saber si no lo han hecho en un laboratorio para luego vender la vacuna. Cualquiera lo sabe, pero estando como está el mundo tampoco sería muy extraño".
No se fía demasiado el delantero de Ibero, un hombre anclado a la realidad, que le queda la espina de "no haber estudiado más" (dejó los estudios en COU "más por vago que por mal estudiante"), de las versiones oficiales que ofrece la jerarquía desde los sillones en los que el poder fuma un habano repantingado mientras hace caja. "Es como lo de la crisis. La gente las está pasando canutas, pero nadie soluciona nada. Más de uno se está beneficiando pero la situación de la mayoría es mala". Habla Irujo, que se sabe "un privilegiado", con conocimiento de causa "porque tengo amigos en el paro, que lo están pasando mal, con hipotecas a cuestas. Se nota que la situación es mala, la gente antes salía más, pero ahora el que tiene algo de dinero tampoco lo gasta por miedo a lo que pueda venir. La gente que puede está ahorrando, pero eso no quita que muchos lo estén pasando mal y lo peor es que no se ve cuando va a cambiar la situación porque da la sensación de que a algunos les viene bien que estemos así".
"Antes nevaba más" "Yo del cambio climático no entiendo, pero sí tengo la sensación de que antes nevaba mucho más que ahora, con más intensidad". Se le arrían los recuerdos hasta la infancia "cuando vivía en Bidaurreta", el pueblo de su madre, para ofrecer su versión sobre la mutación que está padeciendo la tierra. "Estuvimos una semana sin colegio de todo lo que nevó. Eso ya no se da, así que algo pasa y me parece que se habla mucho pero se hace poco para mejorar la situación". El discurso de Juan respecto al cambio climático, cuya cumbre para revertir la dinámica en la que se encuentra inmerso el planeta, debilitadísimo por las tortas que ha recibido del ser humano, Copenhague se desarrolla a partir de hoy, se asemeja al que mantiene, crítico, para tratar de entender las causas de la crisis o de la gripe A.
Para el delantero de Ibero la peor enfermedad, la verdadera pandemia que sacude a la sociedad y no se cura con medicamentos ni antibióticos no es otra que el egoísmo. "Creo que la gente es demasiado individualista, que se mira demasiado el ombligo y no piensa en lo demás". Tal vez para protegerse de ello, a Juan, que se rige por el mandato "de vivir y dejar vivir", le encanta rodearse de los suyos, de las personas que quiere. "Para mí la familia es lo más importante y me gustaría formar una en el futuro, es algo que entra dentro de mis planes". Se conforma Martínez de Irujo con que los suyos tengan salud, "es lo que más preocupa", y con seguir cuidando de sus amigos como ellos lo hacen de él.
su día ideal "Para mí un día perfecto es despertarme, desayunar, ir a hacer deporte, comer en casa de mis padres porque mi madre es la mejor cocinera del mundo y echar una partida de cartas con los amigos". Aunque sea con amigos, Juan no concibe los juegos sin el espíritu de la competición ni cuando se sienta a "echar una partida con amigos en la consola". "Es que si no es para ganar no juego y el que juega contra mí también tiene que querer ganar. Es que si estamos echando una partida de fútbol y si me meten un gol me fastidia y quiero que al que juegue contra mí también le fastidie si yo le marco. De lo contrario no tiene sentido jugar", subraya Irujo, que también disfrutaba lo suyo frente a las vaquillas. "Cuando era más joven me gustaba salir a las vaquillas. Con 18 años me cogió una en fiestas de Ororbia. Delante mío había uno que no se enteraba de la fiesta y al final me estampó a mí contra la pared. Como a José Tomás je, je", dice Juan, que cuando se retire "tal vez" corra un encierro sanferminero como lo hizo su padre Juan Ángel en sus años mozos. "Eso es lo que cuenta él. Vete a saber si es verdad. Je, je", bromea el de Ibero, que si algún día tira calle arriba por Estafeta será después de prepararlo bien. "Eso no es una broma, un toro es peligroso, palabras mayores, y hay que tenerle mucho respeto".
el tornillo de ikea El mismo que respira cuando se enfrenta a una plancha, un morlaco de cuidado, salvaje, indomable para el de Ibero. "Es que por más que lo intento siempre dejó la ropa arrugada. No hay manera de que me quede bien. No es fácil planchar", lanza a modo de señal de socorro. Por fortuna es más diestro con la aspiradora y con la escoba. "He quemado una aspiradora de tanto pasarla en casa", rememora Juan, que comparte casa con su chica en Mutilva, cerca de Iruñea y de Ibero, donde aniquiló el electrodoméstico de "tanto usarlo". Le fue mejor en su relación con algunos muebles que adquirió para su nuevo hogar en Ikea, el Juan Palomo de la decoración. "Me entretiene montar los muebles, pero hay que hacerlo con paciencia. Me quedan igual que en la foto, pero siempre sobra un tornillo". Porque sin los tacos, los que pretende que pasen inadvertidos por su apariencia, Irujo es, simplemente, ciudadano Juan.