Escucha. Y el silencio desenrolla una alfombra que se descuelga, elegante, desde la colina hasta el mar. Desde una ladera abotonada a Larrun, el monte al que escala un tren de cremallera abriéndose camino a las nubes, hasta el Atlántico, el océano al que recibe Donibane Lohizune en un abrazo intenso, de amistad. En medio discurre Azkaine. Mirándolo todo desde una balconada, un minarete de exuberante naturaleza, en el alma de un paraíso armonioso, emerge la mirada azul de Sebástien Gonzalez, mudo, contemplando un espectáculo de quietud y desbordante belleza. Tierra, mar y cielo en perfecta sintonía. El alarido caprichoso de un pájaro, en veloz aleteo, chasquea sobre el acto contemplativo de Sebástien, que se refugia entre el cielo y el suelo, para desentenderse del ruido del frontón. "Cuando estoy a tope, estresado o preocupado, y quiero desconectar, vengo aquí y todo solucionado. Yo no cambiaría esto por nada del mundo. Soy el más feliz del mundo", confiesa el azkaindarra, dichoso, paladeando la vida desde su particular versión, desde su universo.

Al universo Gonzalez, tapado por la hojarasca de diciembre, el manto del otoño, se accede reptando, zigzagueando, retando a la ley de la gravedad, por un camino estrecho que Sebástien podría desandar a ciegas. Se adentra el vehículo con energía, sin tics nerviosos, sobre un itinerario en el que salpican a modo de mojones de vegetación sus "lugares preferidos", los que rodean su hogar blanco con ventanas verdes en las alturas. "Para mí esto es a lo máximo que puedo aspirar. Estoy con los míos, con la familia, y cuando salgo de casa tengo todo esto delante. Más no se puede pedir", desgrana Sebástien, que necesita el tacto de la naturaleza para sobrevivir. "Es que soy medio salvaje", ironiza el azkaindarra, un amante pasional del monte, "no hay día que no salga a andar", de la caza y de la pesca, que se dice incapaz de subsistir en un piso. "No lo aguantaría. Tampoco vivir en una gran ciudad, con ruido por todas partes". Ama Sebástien el murmullo del viento despeinando la cabellera de los árboles, el muro que soporta su hábitat, en el que algunos caseríos desperdigados, sin aparente orden, asoman de cuando en cuando al margen del recorrido vital de Gonzalez, que se inició en la pelota a los cinco años y que se decantó finalmente por el frontón en lugar del rugby, su otra gran pasión. "Con 13 años tuve que elegir entre la pelota y el rugby. Mi padre me convenció de que dejara el rugby. Él tuvo una lesión muy grave en la rodilla y al final elegí la pelota". Compartía cancha Sebástien Gonzalez con Marc Berasategui, con el que conquistó diez campeonatos de Euskadi y otros tantos de Francia. "Hacíamos una gran pareja", subraya Sebástien, que también se coronó como campeón mundial.

impulsivo y creyente Mientras se retrotrae a su pasado como aficionado, impregnado de éxitos, Gonzalez, atento, detiene el coche. Una vecina, "de siempre", entusiasmada de ver a Sebástien, acelera el paso y le lanza todo su cariño y su ánimos en una tremenda sonrisa que se cuela, furtiva, por la ventanilla del coche, y se expande en el corazón agradecido del azkaindarra. "Es muy bonito que la gente de apoye. Es de agradecer que las personas te muestren su cariño". A Gonzalez, que maneja un fino sentido del humor, le gusta el contacto con la gente, charlar, vacilar y reír a carcajadas, pero no tolera la falta de respeto. "Eso no me gusta nada", remarca el azkaindarra, que sitúa en lo peor de la pelota "a gente mala que hay alrededor. El ambiente del frontón es bonito, pero lo que hay en el entorno es más feo".

Se autodefine Sebástien como alguien impulsivo, "que necesita adrenalina en la vida y estar haciendo algo. No puedo estar quieto dos días seguidos porque me vuelvo loco. Hay que aprovechar la vida porque creo que cuando naces a cada uno, el destino, nos pone el día de salida". El azkaindarra, que se reconoce creyente, "porque pienso que alguien ha hecho todo esto, que alguien lo ha creado", cree firmemente en la máxima del "vive y deja vivir", pero admite que se ha tenido que morder la lengua en más de una ocasión ante "ciertos comentarios y comportamientos" en los frontones.

Para combatirlos, para dejar escapar a las voces que le provocan desasosiego en su entrañas, emplea Sebástien un método infalible: la jarana. Aunque muy de cuando en cuando. "Una buena farra lo cura todo. Je, je. También te relaja y de vez en cuando son necesarias. Y cuando estoy de parranda no conozco a nadie, ni al rey ni al príncipe. Je, je", reflexiona el delantero de Azkaine, que devora la vida a bocados: pequeños en algunas ocasiones, gigantes en otras. "Mientras estemos aquí hay que disfrutar. Después de la familia, lo primero es el trabajo, la pelota, y me esfuerzo al máximo para hacerlo lo mejor posible. He trabajado mucho para llegar donde estoy. Yo me siento un privilegiado, vivo de lo que gusta, pero me he esforzado muchísimo para estar con los mejores y soy feliz por ello. Pero hay más cosas que se deben disfrutar en la vida".

la mezcla de sebástien Como la compañía de sus padres, que viven a escasos metros de la casa que construyó hace cinco años Sebástien "mis padres me dejaron el terreno" y en la que habita con su mujer y su hijo. Dentro de ese perímetro en el que Gonzalez se siente a salvo de todo, completamente seguro, trastean, traviesos, sus perros de caza: cinco setters. Uno de ellos, Bakarra, blanco con pecas naranjas, sale a su encuentro y pasea a su lado con aire despreocupado, libre, sin ataduras, con la única correa que teje la lealtad a su dueño, que lo mima con caricias y lo dirige en euskera, su lengua materna, aunque gestiona un buen castellano y un perfecto francés. "Pero el español que hablo, no es muy bueno, no es el de la escuela, allí no se aprenden tantos tacos, digo demasiadas palabras feas. Hablo mal, pero todo el mundo me entiende". Adquirió el diccionario de las palabrotas, de calibre grueso, en Hegoalde, del que le encanta "la alegría de la gente, está loca, je, je", pero del que le desagrada "la falta de respeto", tal vez el mayor tesoro entre las gentes de Iparralde, que sin embargo, Gonzalez, una mixtura de ambos estilos de vida, un ying-yang, considera "que aquí somos demasiado callados". No es el caso.

Es Sebástien, al que nunca le falta agua en el coche, lleva seis litros, "me encanta beber agua", un gran conversador, que no esquiva, que prefiere mirar de frente, transparente, y ofrecer su versión sobre el mundo que le rodea, más allá de la pelota de la que se reconoce aún un aprendiz. "Todavía estoy aprendiendo cosas. La adaptación del trinquete al frontón es muy complicada. He necesitado meter muchas horas y sacrificarme mucho y todavía tengo que hacerlo". Agradecido, Sebástien, coloca a su padres, a Tranche, a Ramontxu Muxika, su botillero, y a Pampi, su mentor, en el podio de honor entre las personas que más han contribuido a su ascensión al Olimpo de la mano. "Han sido las personas más importantes de mi vida para desarrollarme como pelotari. La gente habla mucho de que no me llevo bien con Pampi, pero no es verdad. (Suena el móvil de Sebástien en el coche. La llamada pertenece a Pampi Laduche), ¿Ves? para que luego digan", zanja Gonzalez, que no tiene, ni de lejos, en tan buena estima a la clase política. "No me gustan los políticos. No piensan en la gente".

obama, uno más De hecho no siente que Obama, el mayor impacto político en décadas, sea especial. "Pienso que es como nosotros, ni mejor ni peor". Tal vez por ello le cuesta mantener la esperanza sobre de los políticos puedan "solucionar los problemas de la gente" en una sociedad en la que manda "el dinero, el dinero y el dinero" en detrimento de "valores como el trabajo, el respeto o el sacrificio que están desapareciendo. Es bueno tener un nivel de vida suficiente, tener calidad de vida, pero no puede ser querer más, más y más". Viendo el modo en el cabalga el mundo, en una desmedida carrera consumista, injusta y desigual, se muestra pesimista Sebástien sobre el futuro del planeta, cuyos achaques de salud le han llevado a la sala de reanimación. "Estamos matando el planeta con tanta polución", enfatiza Gonzalez, que, sin embargo, mantiene la fe en la buenas acciones del ser humano como método de un porvenir más lustroso: "Soy de los que piensa que si eres bueno, si te portas bien con la gente, el futuro será mejor". Consumado dormilón, "buen cocinero" y mejor comensal, incluso a escasos días de su fecha más señalada desde su bautismo profesional, al azkaindarra únicamente le desvela la salud de los suyos. "Me preocupa que los míos no puedan estar bien".

Apegado a la realidad, afianzados los pies en la tierra, asume su condición de maniático al menos para los asuntos de frontón "cuanto más viejo me hago. Je, je". "Estoy jugando con el mismo pantalón todo el campeonato. Está un poco estropeado, pero es el que llevaré en la final", avanza Sebástien, que a medida que sus antojos han crecido también lo ha hecho su sosiego en la cancha. "Ahora juego más tranquilo, no soy tan impulsivo como antes, pero tengo claro que siempre jugaré al ataque. La gente quiere espectáculo y yo también", lanza a modo de declaración de principios, los mismo que mueven a su rival en la final del Cuatro y Medio, Martínez de Irujo. "Me gusta su carácter. Juan es un tigre". Ruge entonces, en retirada, la caballería del coche de Sebástien desde la plaza de Azkaine. Se apaciguará cuando escale hacia la montaña, donde una alfombra lo acogerá en el universo Gonzalez.

"Escucha".