donostia. A una distancia prudente para ganar foco, perspectiva y panorámica, Juan Ángel Martínez de Irujo, observa a Sebástien Gonzalez que entrena junto a Bixintxo Bilbao, un joven manista de Ziburu, dentro del acotado -del cuadro tres hacia delante- cumplida la liturgia del apartado de material, que viene a ser algo así como el pesaje de los boxeadores antes del combate, pero sin miradas desafiantes ni semejante parafernalia. Bixintxo, "encantado" de colaborar en la preparación de su paisano, busca en sus remates el flanco derecho, el más débil del azkaindarra, que dobla la cintura con agilidad, con el simple mecanismo de un muelle. "Ha mejorado muchísimo con la derecha, como se nota que ha trabajado los movimientos en el ancho. Antes no era así", concede Juan Ángel, atento, escrutando al microscopio la sesión.

En paralelo, aunque unos metros por delante, acodado en la pared, Ramontxu Muxika, botillero de Gonzalez, pero sobre todo su vecino y amigo, contempla la escena a modo de paisaje y únicamente reacciona cuando una pelota corretea a su lado y debe devolvérsela a los pelotaris. Sucede que una pelota rueda más de la cuenta del margen de maniobra del pausado Ramontxu, que no consigue echarle el guante. El cuero circula a dos palmos de Eugi, consejero de Martínez de Irujo, que departe sobre aspectos técnicos junto a Juan Ángel.

Patxi, un nervio andante, activísimo, ni pestañea. Sigue la trayectoria de la pelota de reojo y continúa charlando con el padre de Juan negando su vista. El gesto del agoiztarra "porque los botilleros también vivimos la final a nuestra manera", traza una línea, más psicológica que física, pero de indudable calado, sobre el peso que soportan las finales, el reino de los detalles, ésos que tejen el telar del éxito o de la zozobra. Ganar o perder. Un asunto fronterizo.

Juan, con siete txapelas acariciándole el palmarés, conoce cada recoveco que se respira en las grandes citas y antes de las 12.00 horas trastea con la pelota, calentado las manos en el rebote. Permanece aún Sebástien, novato en esta clase de cuestiones, en el vestuario del Atano III de Donostia al calor artificial del hornillo, atusándose los tacos, fijándolos a la vera de Bixintxo Bilbao.

Juan Mari Juaristi, seleccionador de material de la Liga de Empresas, abrazado al cestaño, el mimbre de la final, asoma por la puerta del vestuario y se dirige con paso firme hacía la cancha. Sebástien Gonzalez, meticuloso y ordenado con el maridaje del esparadrapo, necesita un rato para alcanzar la puerta azul que divide el recinto de juego de la baldosa de terrazo que converge en la caseta. Su viaje iniciático al centro del escenario lo recorre con una sonrisa, degustándolo, dichoso. "¿Si estoy nervioso? Al contrario, estoy tan contento de estar en la final, tan feliz, que estoy muy tranquilo. Estoy disfrutando de todo esto". También lo hace Juan a pesar de que su trayecto hacia las finales es más promiscuo. "A mí esta clase de partidos me encantan. Son un reto".

También para Eugi, consejero de Juan, al que no le han entusiasmado los entrenamientos realizados por su pupilo. "No han sido entrenamientos redondos, como a mí me gustan, pero Juan es de los que rinden más el día del partido, se crece y sube el nivel". Mantiene el agoiztarra que a Martínez de Irujo "se le nota el cansancio físico de las sesiones de pesas que ha tenido, pero estos días de descanso hasta la final le vendrán muy bien y saldrá como un toro a la final". Deberá hacerlo el de Ibero si pretende tumbar a Gonzalez, aunque la cátedra, enloquecida, ha fijado los momios de salida en 100 a 40 en favor de Irujo. "Lo que dicen las apuestas es un disparate. No existe tal diferencia ni muchos menos", argumenta Eugi, que abunda: "En Zarautz Gonzalez jugó al 100% y ganó a Juan, que hizo un buen partido. Juan tendrá que jugar a tope, al 100% si quiere ganarle porque Gonzalez está con juego y confianza. Además se le ve muy tranquilo y no creo que le pese el hecho de que dispute su primera final". Un asunto fronterizo.