azkaine

no esperéis ver ninguna banderola en el pueblo porque Sebas esté en la final". Amable y educada, la voz de Mikel Apeztegi pintada en una media sonrisa mientras degusta el menú del día de la taberna Etorri, advierte sobre el espinazo que vertebra Azkaine, el pueblo que vive la felicidad en privado y la algarabía con sosiego, el lugar que corta un muro en lugar de un árbol, la localidad natal de Sebástien Gonzalez, un recluta más de Iparralde, la sociedad del susurro, donde el silencio se escucha y no necesita esconderse, incluso se expone orgulloso en el escaparate como una joya de incalculable valor. Lo es Azkaine, abrigado por el mar que saluda a Donibane Lohizune con el que vive puerta con puerta, vigilado por el monte Larrun, su atalaya, un refugio de casas blancas de tres alturas combinadas en rojo, verde y azul que se gobiernan de puertas adentro y cuya ordenanza municipal obliga que las edificaciones se integren en el paisaje con naturalidad, sin sobresaltos, sin postizos ni artificios. "Aquí no te puedes hacer la casa como tú quieras. Tiene que ser o entera de piedra o blanca. Si no la haces así, simplemente no puedes construirla. Es obligatorio que todas sean iguales para dar uniformidad al pueblo, para que no haya diferencias. Me parece una buena idea", subraya el manista azkaindarra, que se asomó a la pelota en la plaza del pueblo por herencia familiar a los cinco años. Crece allí una pared, con el rostro sonrosado, la de la infancia de los azkaindarras, el sitio de su recreo. La pelota es en Azkaine una preciosa canción que lo suelda todo. Un legado que vertebra una sociedad sinfónica, afinadísima en fondo y forma, en continente y contenido. Música y letra en perfecta mixtura, en una elegante partitura. Melódica.

"Todos los chavales han empezado a jugar aquí a pelota y Sebástien también. Lo que pasa es que llegados a una edad, sobre los 14 ó 15 años, deben elegir. Algunos prefieren la paleta o el rugby, pero Gonzalez eligió la mano. Es lo más duro. Ha trabajado muchísimo para llegar hasta aquí y estamos muy contentos. No lo podemos negar", dice risueña Annie Laduche, cuñada de Pampi Laduche, guía durante años de Gonzalez, acodada en la barra del restaurante familiar que respira a dos palmos del frontón de plaza libre que tantos azkaindarras ha mecido con una dulce canción, la que produce el sonajero de la pelota. El local lo bautizaron como Plaza. No quedaba otra. A Annie y su conversación despejada y pizpireta, le acompaña Maider, su hija, en un local que transpira pasión por el euskera, la clasificación de Sebástien para la final "estamos muy contentos", y la pelota, el cordón umbilical que teje la historia de la familia Laduche generación tras generación. Una placa de piedra tallada saluda la entrada al restaurante y recuerda la figura de Joset Laduche, el patriarca, que impulsó la pelota en Azkaine, cuyo testigo entregó a su hijo Pampi y que éste otorgó como herencia a Gonzalez "que de pequeño era fuerte y rápido". "Hemos regentado el trinquete del pueblo durante 49 años en total antes de traspasarlo al Ayuntamiento porque necesitaba unos arreglos muy importantes por temas de seguridad y esas cosas. Todas esas mejoras suponían unos gastos que nosotros no podíamos hacer frente", apunta Annie con un hilo de nostalgia en su garganta, mientras los operarios a apenas 200 metros de la voz de Annie restauran el edificio más voluminoso de Azkaine -el ayuntamiento posee un armazón más humilde- después de la iglesia, con una robusta torre cuadrada que corona la parte alta del pueblo y escala hacia el cielo de plomo, sin que el ruido brote. Los martillos en Azkaine son mudos.

un pueblo de frontones Al trinquete, ahora municipal, se le debe sumar otro trinquete, el Larralde, dos frontones de plaza libre y uno de pared izquierda en el complejo deportivo del pueblo. Todo ello condensado en una localidad que no alcanza los 3.300 habitantes ajenos al bullicio y al ruido que una final despierta en Hegoalde, un altavoz a todo trapo, pura exaltación del decibelio. "Lo que más me chocó cuando empecé a jugar en Hegoalde fue el ruido del vestuario. Parecía que la gente estaba cabreada, gritándose, discutiendo", recuerda Xala, el primer manista de Iparralde que cató una final del Cuatro y Medio y que al igual que Gonzalez accedió al frontón desde el trinquete. A pesar de la diferencia de volumen, del ruido de fondo, la pelota es un puente que une ambas orillas, un elemento común a la cultura de Euskal Herria. "Por eso nunca he entendido que a Sebas le llamen gabacho de modo despectivo en algún frontón porque todos pertenecemos al mismo pueblo, los de Iparralde y los de Hegoalde", reivindica Annie.

"La pelota siempre ha estado muy arraigada en Azkaine. Aquí principalmente gusta el rugby, la pelota y el fútbol", recalca Jeannette Jauregui, una alegre lesakarra que junto a su marido Jean, rostro gobernado por un bigote de chef, regenta el Tabac, un establecimiento que aúna venta de tabaco, golosinas, taberna y lugar de sellado de quinielas y apuestas estatales varias. El estanco se encuentra a espaldas de la plaza libre, mira a sus dorsales, y sobre otro frontón de plaza libre más lujoso, con gradas a los lados y que "pertenecía a los curas. Era privado". Descansan allí, sobre una escueta columna al lado de la cafetera, una foto de Gonzalez y otra de Xala de los inicios de ambos manistas en su aventura por Hegoalde. "Recuerdo el primer partido que Gonzalez jugó como profesional. Lasa era su zaguero. Desde entonces ha mejorado mucho", rebobina Jean, que seguirá la final junto a Jeannette desde el televisor. "Lo veremos por Euskal Telebista. Aquí no es festivo así que no nos queda otra posibilidad", expone Jeannette, que describe a Sebástien como "una buena persona, muy majo, muy sencillo y guapo. Ja, ja. Además de la pelota siempre le ha gustado mucho andar por el monte, cazar y pescar. Siempre está haciendo algo, no para".

la procesión va por dentro También recurrirán a las imágenes de televisión Annie y Maider Laduche, que tal vez esperanzadas o tal vez por curiosidad, preguntan si queda alguna entrada, el bien más preciado a ambos lados de la muga, un tesoro de incalculable valor por escasísimo. "Incluso con el doble de entradas que me han dado no daría abasto a todas las peticiones", subraya Gonzalez, que debe administrar las localidades con una disculpa por delante después de atender una llamada telefónica que le ruega seis entradas pero debe conformarse con cuatro. "Ya leímos en los periódicos que se habían agotado, pero nunca se sabe. Es un partido al que quiere ir toda la gente. Creíamos que iban a ponerlo el domingo, pero al final es el martes y eso complica las cosas a la gente de Iparralde para ir al frontón porque aquí no es festivo como allí. Nos da pena porque Donostia nos pilla muy cerca", confiesa Maider. Madre e hija reflexionan sobre la final y reconocen la dificultad que entraña tumbar a Martínez de Irujo "si juega como lo hizo contra Titín. Es un rival muy duro y Gonzalez tendrá que jugar muy bien para ganar, pero bueno ya lo hizo en el primer partido de la liguilla de semifinales así que está claro que tiene posibilidades de ganar. De todas maneras es un orgullo que esté en la final. Es un premio para todos, pase lo que pase y hay que celebrarlo. Lo haremos a nuestra manera".

un rival muy complicado El honor de los azkaindarras no cuelga en las calles, limpias al extremo, poco dados como son a la exaltación y al exhibicionismo, pero palpita con fuerza, convencido, en las entrañas de cada habitante del pueblo de casas blancas y bellísimo paisaje. Prefieren que éste se balancee en el interior de cada persona, como si se tratara de un asunto personal de bienestar. Un alimento espiritual. "Yo he hecho una apuesta con mi padre a favor de Gonzalez. Sé que lo tendrá difícil porque el rival es muy bueno. Y la lógica me dice que sus posibilidades de victoria serán de un 40% o así, pero el corazón me dice que va a ganar", argumenta Mikel Apeztegi. Su padre, más alejado del sentimiento y de las sensaciones, atiende al despliegue desarrollado por el delantero de Ibero contra Titín en la última jornada de la liguilla de semifinales. Mikel, que hojea el Sud-Ouest, en el que la pelota posee un pequeño escondrijo en las páginas de deportes, comprende la visión de su progenitor ante la final del acotado. "Gonzalez tendrá que jugar muy bien porque Irujo en su último partido hizo una exhibición. Si juega así... no sé, no lo tengo nada claro, será muy complicado".

Comparte Ameztoy la reflexión de Mikel tras el mostrador de la charcutería que capitanea en Azkaine. "Martínez de Irujo jugó muy bien contra Titín. Será un partido muy difícil para Gonzalez, pero es normal porque se trata de una final. Las finales de por sí no son sencillas". De rasgos pronunciados, un tanto caricaturescos, y rostro risueño, el enjuto Ameztoy, que gobierna con mimo y orden un negocio con aspecto de boutique, limpio como un quirófano, conoce a Sebástien desde que éste apenas si alzaba varios palmos del suelo y sus ojos azules se clavaban ante el desfile de apetitosas viandas que cuelgan y posan exuberantes en perfecto orden de revista, en desfile de alta costura. "Siempre venía acompañando a sus padres, que son clientes míos. A Gonzalez le conozco desde pequeño y siempre se le vio que era un chaval fuerte", rescata de la memoria Ameztoy, encantado con la presencia de Sebástien Gonzalez en la final del próximo martes en Donostia. Al azkaindarra le entusiasmaba acompañar a sus padres a la carnicería porque así siempre podía hincarle el diente al chorizo. "Le gustaba mucho, pero no sólo el chorizo". "¿Y a quién no le gusta el chorizo?", proclama Gonzalez entre risas en medio del paraíso que es para él Azkaine "Si me iría de aquí ¿Estás loco?", comenta dichoso como Steve y Carol, amigos del manista, que llevan el timón de la Taberna Etorri, un local de la parte baja del pueblo, en el que un hombre con cierto aire a Vigo Mortensen, según por donde degusta un menú y lanza una frase que envuelve armoniosa la sinfonía del silencio, la de Azkaine.