Vitoria. El pírrico liderato del Real Madrid y la fuerza mediática de la prensa capitalina siempre se encargan de estrechar las distancias que existen entre el Barcelona y la entidad merengue. Lo hicieron incluso el curso pasado en vísperas del 2-6, cuando los de Guardiola tenían ya la Liga en el bolsillo, y se ha vuelto a repetir la estrategia ahora pese a que los de Pellegrini no han dado con la tecla del exhibicionismo. Que a noventa minutos los blancos están más que capacitados para sorprender, no hay duda. Ellos y cualquier otro. Basta con recurrir al ejemplo del Kazan. Pero hoy en día el Barça representa otra escuela tanto en lo que plasma sobre el verde como en la forma de gestión de la entidad.
En esto último les separa una sola letra: cantera frente a cartera. Aunque la suma de una y otra plantilla alcanza los 5.000 millones de euros en cláusulas, y los sueldos globales rozarían los 947 millones; en Can Barça han demostrado que el éxito puede ser producto de la manufactura casera: cinco títulos conquistados de carrerilla (el sexto lo pelearán en breve) con una docena de futbolistas criados en La Masía, modelados bajo un mismo patrón reconocido y elogiado, el que instituyó Johan Cruyff. Por contra, al Madrid se le admira por su pasado y por la identidad de sus protagonistas, pero el modelo Florentino no dio sus frutos en su primera etapa y ya se la ha pegado en la presente con el ridículo en Alcorcón. Cristiano y Kaká encabezan la nueva versión galáctica que antes coparon los Zidane, Figo, Ronaldo y Beckham. A costa, eso sí, de acumular una deuda de 400 millones de euros. O le rescata otro pelotazo como el de la recalificación de la Ciudad Deportiva, o a alguien le tocará abonar la bancarrota que se presagia.
De los cinco jugadores de la casa que hay en el plantel madridista, tres llevan más de una década en el club (Casillas, Guti y Raúl). El míster de Santpedor sí cree en sus chavales, de los que siete fueron titulares en la última final de la Champions, "y eso no es casualidad", dijo. Las famosas urgencias históricas de Menotti que acechaban desde el entorno culé han tomado el puente aéreo para instalarse en el Bernabéu. El Barcelona, fiel a su 4-3-3 y a su fútbol de elaboración, velocidad y toque, rompe a sus contrarios por agotamiento; mientras que el Real Madrid es aún un conjunto rígido, cogido con alfileres, sin automatismos. Su 4-2-4 está condenado al fracaso porque carece de mediocampo y cualquier retoque táctico necesita de un tiempo de cocción que no existe en la agenda del aficionado. Ambas escuadras gozan de pegada e individualidades, y es ahí donde los blancos pueden hincarle el diente a los blaugranas, robándoles la posesión y lanzándose, no azarosamente, al ataque.
Pero aunque uno enamore con su fútbol y otro no, en los prolegómenos se disputa "el partido de las palabras", como se apuntaba ayer desde la Ciudad Condal. En dicho encuentro participa todo futbolero: jugadores, entrenadores, directivos, profesionales de la prensa y simpatizantes del verbo fácil, cuyo única misión es que las frases engorden para devorar la realidad en sí. Además, el partido de las palabras nunca tiene un vencedor, pero suele sembrar el campo de perdedores, como quienes vaticinaban la caída del imperio culé por empatar en San Mamés. La semana europea, con Inter y Zurich de por medio, puso las cosas en su sitio.
Todo interesa del Clásico. Cualquier semblanza, cada detalle, por muy insignificante que parezca. Y para completar el babélico escenario, y al estilo de las grandes producciones del celuloide, se estrena a semejanza de una gran superproducción de Hollywood. Se anuncia su difusión en 51 salas de cine de 22 ciudades del Estado, que emitirán el duelo sin locución y con imágenes de alta calidad. Para gritos capitulares y radiofónicos, los esgrimidos por los tertulianos de turno. Ni siquiera el resultado que se registre al filo de las nueve de la noche tiene obligación de hacer honor a la realidad. Ésta queda patentada a lo largo del embarazo liguero. Y desde que este Barcelona se puso a gestar el mejor fútbol jamás conocido, todo lo demás son sermones en el desierto, al menos en este ciclo. El partido del siglo convertirá a unos en ángeles y a otros en demonios. Pero tampoco eternamente.