Hay muchas vidas en los 64 años que El Drogas cumplirá en agosto. No solo una. A buen seguro, de todas ellas ha aprendido mucho de lo bueno y también de lo no tanto. De hecho, en ello sigue. Nunca se termina de ser alumno mientras los ojos siguen brillando. Pero cuando de subirse a un escenario se trata, y da igual si es el de una sala –como en enero en Jimmy Jazz con dos llenos consecutivos– o si es el de un festival como el del Azkena Rock, él es el maestro.
En realidad, da igual el repertorio que lleve. Cada vez que está ante el público, la lección sale sola. Y los que están ante él, se la saben. Por supuesto, en esta gira actual, el temario es bien conocido. Forma parte de la banda sonora de varias generaciones, por mucho que Barricada, la banda que él creó hace 40 años, ya no exista. Pero hay temas que son eternos, canciones que hasta el estudiante más flojete puede recitar sin problema.
Así pasó en Mendizabala, a pesar que de que, como siempre sucede, haya quien piense que si uno viene de la Txantrea y no de Memphis, y le ponen la etiqueta de eso que algunos llaman de manera peyorativa rock urbano, parece no tener derecho a actuar en una cita como el ARF. No es la primera vez que se escucha algo parecido por el recinto con otros artistas y grupos. Y no deja de ser un grave error.
Más allá de lo anecdótico y dejando a un lado el hecho de que el formato de festival hizo que el tiempo de la actuación fuera más ajustado que, por ejemplo, en los mencionados conciertos de la Jimmy, El Drogas se puso frente a la pizarra y no dejó títere con cabeza. Además, hace tiempo que Enrique Villarreal ha encontrado unos compañeros de viaje con los que se complementa muy bien y eso se nota sobre las tablas. Como él dice, “a gusto”.
Sin respiro, sin tiempos muertos ni conversaciones con el personal, duro y a la cabeza, El Drogas fue de una asignatura a otra, con el personal entregado y coreando no pocas de las letras que hicieron de Barricada un grupo imprescindible que no tuvo el final que se merecía. Con él dominado cada centímetro del escenario, en ese ritual de movimientos y gestos que tan bien sabe ejecutar, quedó clara una cosa desde el principio: en esta clase sí que merece la pena repetir. Por supuesto, sonaron Blanco y Negro, No hay tregua... pero no se trata de pasar lista. Esto se trata de seguir aprendiendo del maestro de maestros.