En la sidrería Armentegi ya está montada la anual comida de foreros. Puede que hayan pasado tres años desde la última vez, pero las buenas costumbres hay que mantenerlas. Hay asistentes bien conocidos en el certamen, veteranos llegados de fuera, que podrían tener habitación con su nombre en la puerta en el Dato 2. Y, por supuesto, no ha habido que esperar a llegar a Mendizabala para empezar con los anuales debates sobre horarios, solapes y demás. La gran familia azkenera ya cuenta los días para volver a encontrarse. Solo que la última vez que muchos y muchas se vieron fue en 2019. La espera ha sido demasiado larga. 

A lo largo de estos dos últimos años, coincidiendo con los festivales que no se han podido llevar a cabo a causa de la pandemia, DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA se ha puesto en contacto con varias personas que son habituales a la cita con la capital alavesa y que llegan desde más allá del territorio. A ellas se les vuelve a llamar, pero esta vez con un tono distinto, entre otras cosas porque en todos los casos la promesa de verse cara a cara dentro de unos días en Vitoria está presente. “Si nos ponemos a pensar, lo cierto es que es un suicidio económico por nuestra parte ir tal y como están las cosas, pero seguramente si fuéramos personas cabales no sería tan divertido”, ríen desde Vigo Rodrigo, Xose y Montes. Los tres tienen su abono desde 2019, primero porque acuden a la capital alavesa desde hace ya ni se sabe a causa del ARF, y segundo porque son tres seguidores acérrimos de Fu Manchu. “En realidad pensábamos que, como está pasando con muchos otros grupos, igual no venían al final. Está todo muy raro, sobre todo con los grupos que vienen de fuera. Pero la verdad es que, ahora mismo, lo que a nosotros nos importa es poder abrazar a mucha gente que hemos conocido allí y con la que llevamos días haciendo planes. La verdad es que a este paso no sé si vamos a ver algún concierto”.

Esa necesidad de volver a saber de mucha gente que se ha conocido gracias al festival pero de la que no se tiene un teléfono o una manera de contacto es algo que también apunta la extremeña Sofía, que va a regresar además acompañada por más gente de la prevista. “No soy yo muy de Offspring, la verdad sea dicha, pero resulta que no sabía que tenía a tanta gente alrededor con ganas de pegar cuatro gritos con sus grandes éxitos; ya se pueden tocar el repertorio de hits, porque si no igual se monta”, sonríe, mientras explica que, al final, el numeroso grupo con el que acude esta vez ha optado por el camping anexo a Mendizabala. “Lo de los precios de los hoteles habría que hacérselo mirar, que además todos venimos de estar con la cartera muy jodida”.

De hecho, el riojano Alberto, otro habitual no solo del Azkena sino de las salas de conciertos de Vitoria, reconoce que se ha estado pensando lo del autobús de ida y vuelta para evitarse el gasto hotelero. “Entiendo que son días fuertes en la ciudad y que hay que aprovechar, pero hay cosas que son una pasada”. Eso sí, como en el mundo del rock otra cosa no, pero amigos se pueden ganar unos cuantos, “azkeneros de allí nos dejan un sofá-cama a la jefa y a mí para los tres días, así que vamos como unos señores de bien”. Aunque es de los que gusta de discutir y no parar sobre música, reconoce que este ARF se lo toma de otra manera. “A principios de año estaba seguro de que no iban a volver los conciertos sin mascarilla hasta 2023 y que no se iba a celebrar ningún festival. Así lo veía de claro. Y sigo siendo cauto que ya veremos qué pasa después de verano. Pero por fortuna ahora todo es muy diferente y solo quiero ir y ver a toda la gente que pueda y pisar Mendizabala, joder, que parece una tontería decirlo pero es que me hace hasta ilusión pisar ese asfalto”.

No todos, eso sí, van a poder acudir los tres días. Hay que hacer encaje de bolillos con calendarios laborales y otras historias. Aún así, los hay como Lucía y su troupe –unos clásicos del certamen– que lo tienen ya todo planeado para partir desde allí en cuanto el último viajero salga del trabajo el viernes a las seis de la mañana para coger la furgoneta y presentarse en Vitoria. “Me da pena no poder ir el jueves pero no tiene remedio. Lo único que quiero es llegar, que no nos llueva mucho, tomar algo en la Virgen Blanca al mediodía y después empezar a buscar a azkeneros que conozco y de los que en los dos últimos años solo se de ellos por el whatsapp”, describe quien, durante este tiempo, ha vivido la pandemia desde la residencia en la que trabaja. “Tengo ganas de Azkena, de este Azkena. Acabé muy cansada de los conciertos sentada y ahora que hemos vuelto a bolos más normales, es como que se me ha renovado el alma rockera”, ríe. “Así que quiero estar allí, quiero meterme en el Trashville y sudar, quiero ver a la Patti y al Monroe, y quiero hablar con todo el mundo, pero con todo el mundo”.

En Madrid coincidirán el jueves por la mañana el valenciano Juanjo y el madrileño Rubén con sus respectivos grupos acompañantes. “Sí nos hemos visto en este tiempo pero tenemos la ilusión tonta, lo puedes poner así, a nuestros 46 años de juntarnos, ir con los coches, parar en Burgos a comer en el sitio al que hemos ido alguna otra vez cuando íbamos a Vitoria, y luego llegar allí para estar en el recinto a tiempo. Joder, que estamos como chavales de 16 que se van a su primer festi lejos de casa. Será que con la edad nos estamos volviendo blanditos, pero va a ser ver a los que se ponen fuera a vender latas de cerveza y se me va a caer una lagrimilla”, dice el valenciano. Entre unos y otros son ocho personas que no se quieren perder la cita. “No te voy a decir que me da igual el cartel porque eso sería mentir, pero después de toda la mierda que hemos pasado, me da igual el 20 aniversario o lo que sea. Solo quiero estar allí y reencontrarnos”, apunta su compañero.

Ellos y ellas son solo unas pocas voces de la gran familia azkenera. En la primera edición del festival, casi mil personas pasaron por día por la sala de la calle Coronación donde todo empezó en 2002. El certamen y sus seguidores han crecido mucho desde entonces. Pero aquel espíritu de cercanía y de unión a través del rock permanece. Por eso, aunque sean pocas voces, hablan por muchos.