Tres enigmas para la organización es una novela de las de antes. Tanto que sus personajes, a pesar de vivir en la era actual, no tienen a su disposición ningún tipo de tecnología –ni móviles, ni ordenadores, tarjetas de crédito o coches, ni nada que pueda ser rastreado–. Y es que en este esperado regreso de Eduardo Mendoza nos encontraremos a un dispar grupo de detectives que, a falta de un caso, tratan de encontrar los nexos de unión de tres misterios diferentes: una desaparición, un posible homicidio o asesinato, y las finanzas un tanto peculiares de una conservera. 

Ubicados en Barcelona en el año 2022, este regreso supone para él haber “roto” la promesa de no volver a escribir. “Yo no quería escribir esta novela, ni ninguna. Dije que me retiraba”, afirma el propio autor, que cuando se dio cuenta se encontraba inmerso en la escritura de otra novela, la que ahora tenemos en nuestras manos. Porque además nunca dice que está escribiendo hasta que todo está muy avanzado.

Eduardo Mendoza, escritor. Oskar Martinez

“Hay novelas que en un estado muy avanzado han ido a parar a veces a un cajón y a veces directamente al contenedor azul de papeles, y otras que casi terminada la novela me he dado cuenta de que iba por mal camino, y he vuelto a empezar”. Pero ya tenemos con nosotros Tres enigmas para la organización, que tal y como Mendoza la describe, es una parodia del género policiaco, “no tanto de novelas policiacas, sino de series de televisión”. Porque sus personajes son agentes secretos un tanto peculiares. Y es que este laureado autor confiesa que en su vida también ha conocido espías. “He conocido espías, bastantes. Yo trabajé muchos años en la ONU como intérprete, y ese es un centro de actividad política importante, y había muchos espías”, rememora.

Los conoció porque los espías “enseguida dicen: Hola, soy espía. Son unos pobres funcionarios a los que les ha tocado ser espías”, afirma. Y es que una condición de los espías, explica, es dominar los idiomas. “Siempre dudé mucho de su eficacia, porque un espía no sé qué puede espiar. Si ahora te mandan a espiar, ¿qué espías?”, reflexiona. “Nunca pasan secretos, porque no los hay. El verdadero espía es el periodista, el corresponsal”. 

Barcelona como escenario

Y a Barcelona vuelve a través de la literatura simple y llanamente porque es su ciudad. “Es la que conozco, la he visto evolucionar”, confiesa, al tiempo que describe una ciudad que ha pasado “de ser gris y casi inexistente, a convertirse en un gran fenómeno turístico, que no se puede andar por la calle, unas colas para ver cosas que antes no venía nadie...”, expone. Es, por ello, una ciudad “muy interesante para el que observa las ciudades”.

Los personajes de esta historia también observan esta ciudad, la analizan al milímetro, y todo en ocasiones huyendo ligeramente de lo políticamente correcto, algo de lo que Mendoza no es responsable.

Lo que hacen sus personajes es cosa suya, al fin y al cabo. “Cualquiera que inventa personajes pueden ser asesinos y el autor un pedazo de pan, o estafadores, o embusteros... Pero sí es verdad, sobre todo en estos personajes que inspiran cariño más que admiración, que uno siempre proyecta un poquito en todos ellos”, afirma.

Pero, ¿hay límites sobre lo que se puede escribir? “Sobre todo el humor ha de ir un poco al límite. Los humoristas hoy en día, su principal tema, es la corrección política, que siempre están haciendo el chiste, pero que en el último momento se burlan de la corrección política. Pero yo creo que lo importante es que haya respeto y se entienda que la broma es broma”, señala en ese sentido.

Ahora ya podemos disfrutar, en definitiva, de esta obra que, cada vez que Mendoza ve en librerías, le da cierto vértigo. “Tengo una timidez que no he superado. Con El caso Savolta pensé: Ojalá no lo lea nadie. Lo mismo les pasa a los actores que han de salir a escena. A mí me pasa lo mismo con los libros. Cuando lo veo en una librería cruzo para no verlo”, bromea.