Primero anunciaron su regreso para los conciertos, con hitos recientes como dos noches en Wembley ante 150.000 personas, y el sueño se acaba de materializar definitivamente este fin de semana con la edición de The Ballad of Warren (Parlophone. Warner), el 9º disco de Blur. Olvídate del britpop y demás zarandajas, el cuarteto liderado por el siempre inquieto Damon Albarn ha grabado un disco actual y honesto, que rescata la magia de su pop de antaño pero que suena tan contemporáneo como melancólico en su afán de poner banda sonora a una separación y a su crisis de los 50.
El regreso de Blur es, desde ya, uno de los discos de 2023. Sin ambages. De entrada, una confesión juvenil: en la pelea comercial, social y hasta política de los 90 que enfrentó a Oasis con Blur, que ha quedado en anécdota con el paso del tiempo y su amistad posterior, siempre defendí que los dos primeros discos de los hermanos Gallagher eran superiores a los del grupo de Albarn. La carrera posterior de ambos proyectos y el afán experimentador del líder de Blur me ha hecho desdecirme y reconocer que Albarn es uno de los mejores activos creativos que ha dado UK en el último medio siglo.
“Realmente nos encanta tocar estas canciones y pensamos que ya era hora de que lo hiciéramos de nuevo”, defendió Albarn. Su lugarteniente, Graham Coxon, la otra pata creativa del cuarteto que completan el bajista y empresario Alex James y el batería y político Dave Rowntree, mostró su satisfacción por reencontrarse con “mis Blur Brothers”, ya que sus conciertos siempre fueron “una buena guitarra, un amplificador al máximo y muchas caras sonrientes”.
Tengo unas canciones
Al parecer, en esa reunión Albarn mostró algunos bocetos al resto del cuarteto… y la magia que logra esta banda cada vez que se agrupa tras los múltiples proyectos paralelos de sus miembros, hizo el resto. El cruce de intenciones, sorpresas creativas y emociones ha dado fruto en The Ballad of Warren, noveno álbum de estudio de Blur, segundo desde la primera reunificación, que nos dejó el más que solvente The Magic Whip, un mosaico “urbano” con rastros de gospel, soul, pop más british que un bobby, rock indie y low-fi y música disco.
En el caso de The Ballad…, resulta inevitable aludir a 13, el disco del grupo que documentó la ruptura de Albarn con Justine Frischmann, ya que el álbum actual ha surgido tras su separación de la artista plástica Suzi Winstanley. Y eso que Coxon ha negado la carga autobiográfica de sus letras al asegurar que los temas parecen “relatos cortos a lo J. D. Salinger, casi siempre protagonizados por personajes ficticios”.
Los Blur de siempre y los actuales contactan, juegan, se sorprenden y evolucionan en este nuevo disco que, sea a través de la narración de emociones en primera o tercera persona, suena honesto y vulnerable, y le pone música a la crisis de los 50 de sus creadores, a su estado personal y al de una generación que muestra sus heridas con dolor, extrañeza, nostalgia y capacidad de resistencia. Y lo hacen sin explotar (apenas) fórmulas arquetípicas de antaño, mirando al presente.
El resultado es un álbum –con portada de una piscina sobre la que amenaza tormenta y que cierra el círculo, ya que en su debut aparecía una mujer con gorro en otra– sobresaliente de pop. Sí, esa magia se tiene o no. Albarn la posee a raudales. Y James Ford, su productor, también. Suena reflexivo, íntimo e introspectivo, pero siempre coronado por coros espectaculares y melodías adhesivas desde un arranque espectacular con The Ballad. Esta balada retrospectiva y melancólica, con su atmósfera entre gospel y psicodélica, con caja de ritmos y sus versos –“acabo de revisar mi vida y todo lo que he visto es que no vas a volver… sé que no puedo cambiar los tiempos”– sirven de introducción ajustada para lo que nos espera.
St Charles Square, que nos conecta con el ritmo y la efervescencia nuevaolera de las guitarras distorsionadas entre ecos de Bowie y un ritmo rugoso, a la vez que nos habla de miedos, “fantasmas y monstruos”, es la única anomalía juvenil del álbum, junto a ese trallazo pop de Barbaric, a ritmo de extrañeza y desorientación sobre la ruptura. “Me gustaría hablar contigo sobre lo que me hizo esta ruptura, su precio. ¿adónde voy ahora?”, se cuestiona Albarn antes de zambullirse en el dolor en Russian Strings, donde nos propone un paseo meditabundo entre “bloques de viviendas que se derrumban”.
También agridulce y nostálgica por “los caminos no tomados” suena The Everglades (For Leonard), acústica y electrónica al mismo tiempo, que no desentonaría en los dos discos en solitario de Albarn. The Narcissit también exuda melancolía, pop y coros exultantes mientras el vocalista se mira en el espejo y promete no caer, ya que “esta vez prestaré atención a las señales”. Electrónica y guitarras con fuzz casan perfectamente en Goodbye Albert, donde Albarn canta “adiós al desfile de la depresión”.
Antes, frente al micrófono, Albarn prometía “no vamos a ceder, crecemos con el dolor”. Esos versos, y los de Far Away Island –“sé que piensas que debo estar perdido, ya no lo estoy”–, envueltos en un vals victoriano ideal para su proyecto The Good, the Bad and the Queen, resuenan al final de un álbum que termina con la sofisticada Avalon y su asunción de los sueños incumplidos, y con otra de sus cumbres, The Heights, que se cierra de golpe, bruscamente, después de que escuchemos “¿se nos acaba el tiempo?”. Introspección, melancolía y sentimientos agridulces remozados en un pop actual y certero, una nostalgia sin pizca de dramatismo y 10 canciones entre lo mejor de toda la trayectoria de Blur. ¿Cabeza de cartel del Bilbao BBK Live 2024?