Leer y escuchar los poemas de Hasier Larretxea (Arraioz, 1982) es pasar a formar parte de sus historias, de sus vivencias e incluso un poco de él mismo. Porque recorrer a través de su poesía su vida es sinónimo de recorrer los bosques del Baztán, oír el ruido del metal chocando contra los troncos y, sobre todo música, mucha música. Ahora, con un nuevo poemario en las librerías, Hijos del peligro, Larretxea hace una nueva labor de introspección para poner voz a quienes ya no están, a quienes lucharon porque el colectivo LGTBI pudiera amar libremente.
¿Qué le hizo querer escribir? ¿Qué fue lo que le acercó a las letras?
La incapacidad de expresar a través de las palabras emitidas con la boca. Para mí la literatura y la escritura supusieron en esa adolescencia además de la que parte el libro, un refugio, un hábitat, donde yo no encontraba esos referentes, esos universos en mi mundo más cercano. No me sentía identificado con los referentes que tenía, y por eso para mí tanto la lectura como la escritura han supuesto el ir abriendo nuevos horizontes. Y, sobre todo, la escritura ha supuesto poder hablar conmigo mismo y con el entorno, y poder expresarme, poder construir belleza y ese florecer, y aferrarme a la luz después de atravesar la oscuridad y los nudos.
Especialmente en la infancia, la búsqueda de referentes es esencial. Aunque también se da en el resto de etapas de la vida, ¿verdad?
Sí, sin duda. Siempre recuerdo con cariño que mis padres siempre me han facilitado mi curiosidad, y mi madre siempre me daba un poquito de dinero para que cogiera La Baztanesa, el autobús, cuando tenía quince o dieciséis años, e iba solo al Casco Viejo de Pamplona a buscar esos primeros referentes o primeras búsquedas de discos, libros, ropa… Y es cierto que, para los que hemos nacido en el mundo rural, los referentes llegaban a través de la televisión y no eran muchos. Ha sido una búsqueda después más tardía o más a través de esas búsquedas culturales que realizaba en Pamplona.
En esa búsqueda de referentes, ¿encontró algún autor, personaje o protagonista con el que se sintiera identificado o le llamara especialmente la atención?
En la juventud no tanto, quizá, porque me estaba descubriendo a mí mismo y tuve que atravesar esos claroscuros, donde el ideario católico también imperaba en mí, y la culpa, el dolor, el silencio, los nudos… estaban presentes. Sí que después, por el cine, sobre todo el cine LGTBI me abrió las puertas y la mirada, pero eso ya fue a partir de una madurez, de una búsqueda en ese sentido. Pero de niño quizá fue Raffaella Carrà. Desde niño me grababa además los eventos de Eurovisión y los veía en casa yo solito.
Y, cuando recuerda esas primeras incursiones en el mundo de la poesía, ¿qué sensaciones le vienen a la memoria?
Una gran oscuridad, de intentar poner en palabras todo ese mundo interior que me costaba expresar. Me acuerdo de que eran textos como muy oscuros. De hecho, en mi literatura se puede percibir en los inicios también un mayor cripticismo, una mayor intensidad… La literatura a veces desde la óptica que se puede acercar a un ajuste de cuentas con uno mismo y con el entorno. Sí, mi escritura estaba ahogada, digamos. Me acuerdo de algunos poemas que querían ser canciones, porque yo esto lo he dicho pocas veces, que uno de mis sueños era ser letrista de un grupo, o tener una banda. Intentaba rimar, pero sobre todo eran textos asfixiantes que conectaban un poco con esa adolescencia más triste, más oscura, en la que también me aferré a la música grunge, metal… Era otra búsqueda también, y un grito un poco solitario.
"La escritura ha supuesto poder hablar conmigo mismo y con el entorno y poder expresarme, construir belleza y ese florecer, aferrarme a la luz después de atravesar la oscuridad y los nudos"
Comenta que quería ser letrista, algo que también ha logrado. Porque ha colaborado con el músico Leo Minax.
Sí. Fue una maravilla. La canción es Ladudada. Y después, hay un músico pamplonés, Roland Garces, que compuso una canción a través de un poema mío en euskera, y en breve saldrá algo también con un grupo del Baztán que me hace especial ilusión. Yo estoy muy conectado con la música, ya sea como melómano que soy, y busco esas nuevas referencias musicales desde lo más contemporáneo, experimental, y grupos más festivaleros porque en casa también nos gusta ir a festivales. Y la música como canal de inspiración también está muy presente en este libro.
¿Tiene alguna música especialmente dedicada a escribir?
Sin duda. Justo en este libro (en Hijos del peligro) hago guiños a estos referentes. Yo cuando escribo es cierto que siempre hay música de fondo. Siempre en mis textos, sea narrativa o poesía, tengo una música de fondo más bien ambiental, experimental, que me lleva a reconectar conmigo mismo sobre todo con una mística, con una sonoridad, con unos hemisferios que me inspiran y me llevan a visualizar una imagen, sea de la infancia o de otro momento, y poder construir a través de eso.
Está bien ponerle banda sonora a la vida.
Sí, mucho. Justo el otro día en la Saturnina (en Bilbao), la librera Vanesa, majísima, donde me presentó Urko Aristi y me hicieron llorar por primera vez en una presentación, tenía la banda sonora del libro preparada, y me encanta esto que comentas. A veces al pensar en cuál sería la banda sonora de mi vida, o qué me representa, vas viendo cómo va transformándose eso también con las búsquedas propias, las experiencias y la madurez.
Poesía y música son dos disciplinas que no están tan distantes la una de la otra. ¿Dónde encuentra más similitudes, entre poesía y música, o entre poesía y literatura?
En ese binomio de los tres elementos quizá. Al final, la poesía son esas notas de palabras, la literatura también es esa melodía que fluye. A mí los textos que más me suelen interesar son los híbridos que cabalgan entre distintos géneros. Para mí la poesía debe tener esa música, pero sobre todo en mi caso yo soy un escritor de imágenes, de símbolos.
A través de sus poemas le hemos visto crecer y madurar. Ahora vuelve con Hijos del peligro. ¿Qué nos vamos a encontrar en estos textos, que hay quien ya los define como un punto de inflexión en su trabajo?
Sí, es la primera vez que escribo de una manera más desgarrada y digamos conectando con esos diferentes Hasieres que he sido, y sobre todo con una identidad que está a flote. Es la primera vez que escribo de una manera abierta sobre la homosexualidad. Y como comenta Zuri Negrín en el prólogo, y también los editores, este libro es uno de los late motiv que me persiguen en la vida (el mundo rural, la mística, el paisaje, esas búsquedas interiores, la muerte, la luz…), pero sí que sobre todo en la primera parte están muy presentes esos vaivenes propios míos, pero creo que también del colectivo LGTBI desde ese prisma rural, donde se plasma ese recorrido de una persona que ha tenido que sortear barreras, dificultades, silencios y señalamientos. Hay diferentes poemas, muchos con ese desgarro y reivindicación, y ese paso hacia delante de mostrarnos, y creo que es más importante también incidir en los derechos, en el bienestar, en la libertad de las personas. Y también he querido homenajear a unas cuantas personas invisibles o que nos han hecho el mundo más agradable. Entre ellos está muy presente alguien como Iñaki Lareo, que fue una persona de Santesteban con la que hice mis primeras incursiones en el colectivo LGTBI. Me enseñó todo un sinfín de matices, que yo en ese momento quizá no estaba preparado para convivir con ellos por mis miedos, mi rigidez… Y fue muy interesante cómo gracias a él, que después falleció, pude empezar a conectar con aspectos reivindicativos como la pluma, la algarabía, la ironía, y una reivindicación en ese sentido. Además, él venía de un caserío, se hacía sus propias faldas… Fue un abanderado en los años 90 de aquella Navarra rural, y sobre todo en este primer bloque quiere ser un homenaje a todas estas personas. Es un poco ese homenaje a esas personas que nos han hecho el mundo un poco más fácil, y gracias a ello quienes hemos nacido a partir de los 80 hemos podido disfrutar de otra manera de vivir que muchos no han podido. Nunca han podido quizá permitirse querer a una persona de su mismo sexo, o plantearse su bisexualidad, o su proceso de identidad de género…
En esta puerta abierta a su interior ha dado voz a muchas personas, a sus vivencias e historias. ¿Siente que la situación está mejorando?
Siempre se están dando pasos hacia delante. Sobre todo lo veo en el mundo rural, cuando vuelvo. Sobre todo, los ayuntamientos y las instituciones están conectando más alrededor de la reivindicación del 28 de junio y realizando más dinámicas al respecto. Pero también, tristemente, se están dando casos de suicidio en el colectivo, se seguirán dando, sobre todo en el colectivo trans (el colectivo con mayor exclusión social, sobre todo por la dificultad de la incursión al mundo laboral). Por eso, creo que son esas noticias que nos llegan tristemente de diferentes situaciones que me hicieron plantearme qué lugar ocupo yo en la sociedad. Y aunque hasta ahora he intentado llevar mis afectos de una manera normalizada, en la literatura nunca he escrito algo que tenga en ese eje esa perspectiva queer. Por eso, este libro digamos que vendría a cubrir esa necesidad propia.
Y desnudar su alma de esta forma, ¿le ha resultado difícil o era también quitarse un peso de encima?
Son las dos cosas. Al final, debería resultar más difícil, pero cuando vas escribiendo y publicando cuesta menos. Es verdad que ahora percibo que tengo menos cortapisas o un censor menos severo conmigo mismo, y eso lo percibo también en mis lecturas. Los que venimos del mundo rural hemos sentido el peso del silencio, del orden, del control social, de ser esa proyección que esperan y no las búsquedas que pretendes hacer. En ese sentido, para mí la poesía ha sido muy catártica y que incide mucho en esos nudos, que puede partir desde una oscuridad, pero después hay una liberación muy fuerte para poder alcanzar la luz.
"He querido homenajear a unas cuantas personas invisibles o que nos han hecho el mundo más agradable"
En ese sentido, el ámbito rural siempre ha estado muy presente en sus escritos y en su día a día. ¿Cómo se siente cuando vuelve a esas raíces a través de las letras?
Físicamente siento que necesito volver al lugar de origen cada cierto tiempo cuando vivo en Madrid. Será por los afectos familiares, por ese entorno natural, por los paseos en el monte, por poder ver las estrellas… Y en la literatura digamos que ese arraigo se establece a través de una necesidad de atravesar el valle sin estar, y también porque creo que me pesa toda esa simbología, esos años en los que he correteado, he hecho descubrimientos en la plaza del pueblo, en los bosques, en las fiestas, yendo con mi padre de pueblo en pueblo con el deporte rural alrededor… Yo percibo que he tenido una herencia de simbologías, de tradiciones, y he ido dándoles forma. Creo que la literatura es una manera de ser altavoz de esas personas invisibilizadas del mundo rural y porque percibo que tengo un ideario y unos elementos enriquecedores y maravillosos, que no tengo que buscar en la ciudad una poesía urbana porque tengo una maleta llena de esencias.
Antes usted buscaba referentes o altavoces en las librerías, pero ahora se ha convertido en uno. ¿Tiene algún mensaje para aquellos que encuentren su voz en los poemas que usted escribe?
Que no estamos solos, que muchas experiencias de vida son compartidas. De hecho, en Bilbao fue muy bonito porque a la presentación se acercó un público muy joven, y me emocioné por su emoción de percibirme a mí como un referente para esa persona dentro de estas periferias emocionales o creativas. Y sí, sobre todo que este es un libro que podría ser interesante que los adolescentes pudieran leerlo en los institutos, porque también tiene ese mensaje que se dirige a la tolerancia, a la diversidad, que aborda diferentes temas porque también dentro de este colectivo LGTBI somos muy amplios y plurales. Y cómo a mí en los inicios también me costó encontrar mi lugar en ese colectivo por ser diferente, por venir de una herencia rural, porque me gustara una música más rock en ese momento puntual, o tuviera una corpulencia más grande. Sí, nos damos cuenta de que las experiencias de vida, sean las que sean, son muy compartidas, y que el horizonte es muy amplio y hay muchos lugares que descubrir y que nos cobijarán.