Mikel Ibáñez y Maite Abasolo representan, en cierta medida, la renovación y, a la vez, la continuidad de la Euskadiko Orkestra. Son la mirada joven al presente y al futuro. El primero, vitoriano de 33 años, es violinista y va camino de la década como músico del conjunto. La segunda, vizcaína de 31 años, toca la viola y apenas lleva unos meses en la plantilla de la sinfónica: comenzó en septiembre de 2022.
Ambos se han desplazado hasta Polonia, país en el que durante los próximos cuatro días participarán en el Festival de Semana Santa Beethoven con el Boléro de Ravel y la Quinta Sinfonía de Mahler, dos platos fuertes que reflejan la trayectoria que sigue la orquesta bajo la batuta de su director titular, Robert Treviño. Ibáñez y Abasolo charlan con DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA a pocas horas de que produzca su puesta de largo en este encuentro, que ha causado gran expectación entre el público polaco.
Los “nervios” y la “excitación”, reconocen, están a flor de piel. No en vano, tal y como afirmó hace unos días a este medio el director general de la Euskadiko Orkestra, Oriol Roch, los tours internacionales obligan a los músicos a salir de su zona de confort y a enfrentarse a nuevos retos. Ibáñez y Abasolo son plenamente conscientes de este hecho. “Estamos muy acostumbrados a las mismas acústicas”, comenta la violista, en referencia a que conocen al dedillo los principales auditorios de las capitales de Euskal Herria.
Esta noche, en cambio, se enfrentarán a la sonoridad de la Filarmónica de Varsovia. Están nerviosos, pero también “motivados”. El hecho de que la sinfónica haya colgado el cartel de No hay entradas llama al entusiasmo y, desde luego, al optimismo. Prometen volcar “toda su energía e ilusión” en el concierto y lo harán, aseguran, mientras disfrutan de la experiencia”.
“El nivel de la orquesta va creciendo”, reconoce Ibáñez, algo que tiene que ver, no solo con el buen hacer de Treviño, sino también con una apuesta por sabia nueva y por la renovación de la plantilla por parte de los gestores de la agrupación. Abasolo cuenta que está “muy contenta” de pertenecer a esta familia musical, tan cerca de su familia sanguínea y de su hogar.
Tras varios años formándose y trabajando en el extranjero, le costaba imaginarse tocando en casa como lo hace ahora, “con las mejores condiciones” y con profesionalidad. En su retorno a Euskal Herria y fruto de esa regeneración que se ha dado en la orquesta, se ha reencontrado con viejos conocidos con los que había coincidido en otras esquinas de Europa.
Ser “reclamo” y, al mismo tiempo, poder ser “embajadores” de Euskal Herria y de su música favorece un “interés” sobre la propia orquesta, opinan los instrumentistas. De la misma manera que el popular dicho que afirma que el trabajo lleva al trabajo, la música, en este caso, lleva a la música. Por lo tanto, el mismo interés que se proyecta sobre ella hace que gane visibilidad.
Repertorio exigente
Todo ello no sería posible, por supuesto, sin su buen hacer sobre el escenario. A las tablas de la Filarmónica de Varsovia se subirán este martes tanto el de Vitoria como la de Getxo, junto a otros 96 músicos, para dar buena cuenta de Maurice Ravel, compositor de Ziburu al que la Euskadiko Orkestra le ha dedicado dos exitosos discos publicados por el prestigioso sello Ondine, y a Gustav Mahler, un creador que les acompaña desde hace tiempo y que, como era previsible, tampoco faltará en la próxima temporada de abono, según han adelantado. La combinación entre ambas composiciones, que responden a la “sonoridad propia de la orquesta", es atípica en las coordenadas centroeuropeas: “Que una orquesta como la nuestra toque un repertorio así es indicado; te da una identidad”.
La Quinta Sinfonía del bohemio es “muy exigente” y técnicamente "muy difícil" para todas las líneas de instrumentos, especialmente, para el trompetista que, durante toda la partitura, tiene un papel solístico muy reseñable a lo largo de toda la pieza. “A todos nos exige mucho y nos pone a prueba como orquesta. Venimos tocándola en varios conciertos pero, cada vez que la tocas, notas que te exige el 100%, también físicamente”, describe el violinista, a lo que la violista añade que es exigente, sí, pero también una obra “muy agradecida”.
Ambos músicos consideran que la Quinta es “lo mejor” que jamás escribió Mahler, una partitura “muy bien orquestada y equilibrada”. “Te preparas durante años para, técnicamente, poder tocar una sinfonía como ésta, en un lugar como éste y con una orquesta así. Es reconfortante”, subraya Abasolo.