La agenda del Hessisches Staatsballett no para. Pero a pesar del continuo ir y venir, Jorge Moro Argote se detiene un segundo. El bailarín vitoriano es desde hace ya un tiempo parte de las 300.000 personas que viven en Wiesbaden. Aunque no solo en la ciudad alemana desarrolla su trabajo. Todo lo contrario. Gracias a él ha podido actuar en muy diferentes lugares y países. “Ojalá pudiera ser alguna vez en Vitoria”. Ha terminado otra dura jornada de trabajo, pero en su voz no hay cansancio, sino ganas de seguir haciendo, aprendiendo, conociendo. También como coreógrafo. Es mucho lo conseguido hasta ahora desde los primeros pasos dados en el Conservatorio Municipal de Danza José Uruñuela, pero todavía más lo que queda por hacer.

El covid lo paró todo a principios de 2020. No poder venir a Vitoria en ningún momento y tener a la familia tan lejos sin saber qué iba a pasar, tuvo que ser duro. ¿Cómo lo vivió?

–Creo que como todo el mundo, partiendo de un estado de shock, confusión, de no saber lo que estaba pasando. Pero una vez que asimilamos y entendimos lo que estaba ocurriendo, fue cuestión de intentar tirar hacia delante con lo que fuera. Cuando se cerró todo y nos mandaron a casa, sí que pensé: estoy en Alemania por mi trabajo pero ahora mismo no puedo trabajar. Fue duro en ese sentido, aunque no dejaba de ser algo compartido por todos. Así que con la ayuda de mis compañeros de aquí fue más fácil. Además, con la familia en Vitoria, no sé ni la de vídeollamas que hicimos. De hecho, hacíamos varias veces un mismo día. Así, uno ve que no está solo y como que tira para delante. Es lo que yo sentí por lo menos.

“Tras el parón por la pandemia fue complicado volver a esa rutina de los seis días a la semana, trabajando ocho horas cada jornada”

Pero en su caso, la herramienta de trabajo es el cuerpo. ¿Cómo se ejercita ese instrumento en un pasillo o en una habitación sin poder salir de casa? ¿Fue muy complicado volver a activar el cuerpo cuando pudo regresar a los ensayos?

–Nunca paramos de mantenernos en forma física. Incluso cuando estábamos en confinamiento, teníamos programadas clases de ballet, o de pilates, o de yoga para que pudiéramos hacer en casa y mantenernos. Yo, en el salón de mi casa, bueno, hice lo que pude (risas). Cuando volvimos a trabajar físicamente en el teatro, los cuerpos tuvieron que volver a acostumbrarse, eso por supuesto.

Con el consiguiente posible riesgo de lesiones, ¿verdad?

–Bueno, al ser profesional, ese peligro lo puedes tener también cada año cuando te vas de vacaciones y luego vuelves a trabajar. Para que no pase nada, tienes que ser responsable con tu cuerpo. En el caso de la pandemia, tenías que saber que no podías hacer en tu casa una clase de ballet como si estuvieras en un aula acondicionada. Vale, pero teniendo en cuenta eso, había que seguir ejercitándote. Y para eso teníamos las pautas necesarias.

Aquí, tras desaparecer el pasado invierno la mayoría de las restricciones con respecto a la situación sanitaria, se han vivido meses de una sobrecarga en la agenda cultural muy fuerte. ¿Cómo está siendo por allí? ¿Se ha vivido el mismo fenómeno?

–Ha sido todos los sitios igual. Aquí también se ha dado como un efecto rebote, por así decirlo. Pasamos de no tener nada a multiplicarse todo. A nosotros nos sucedió que cuando se quitaron las restricciones, nuestra agenda y el número de actuaciones que hacíamos se incrementó mucho con respecto a lo que estábamos acostumbrados antes de la pandemia. También había mucha demanda por parte del público. Quería venir al teatro a ver actuaciones. Y por nuestra parte había además muchas ganas de enseñar y de hacer. Esos dos factores unidos, por lo menos en nuestro caso, se notaron, y creo que es algo que se ha visto en muchas otras agendas.

Se dice rápido pero justo ahora se cumplen diez años desde que dejó Vitoria para empezar el camino en Alemania, siendo la primera parada Frankfurt. ¿Qué le diría hoy a aquel Jorge?

–Le diría que no se preocupe y que disfrute muchísimo más de todo lo que va a vivir. Le animaría a que siga siendo curioso. Le pediría que no se preocupe, que al final, con mucho trabajo, esfuerzo y ganas, va a salir adelante. E igual le diría también que no se fije tanto en las cosas negativas del momento, que trate de disfrutar y de aprender de todo lo que pueda.

¿Ha cambiado mucho ese bailarín con respecto al de hoy?

–El aprendizaje ha sido tremendo en estos diez años. Hace un par de semanas tuvimos un estreno y me vino a ver una profesora que tuve en Frankfurt. Me dijo que cada vez que me ve en el escenario como que se sorprende más de lo maduro que puedo ser, de lo mucho que he mejorado. He cambiado bastante en el sentido de que ya entiendo el sentido en el que funcionan las cosas en el teatro y entiendo también cómo funciona mi cuerpo. Pero, por supuesto, siempre está ahí ese Jorge inseguro de entonces (risas). Me temo que soy así y eso nunca se me va a quitar.

Seis días de trabajo cada semana. No paran.

–Es bastante duro. De hecho, antes que hablábamos de la pandemia, ha sido también complicado volver a esa rutina de los seis días a la semana, trabajando ocho horas cada jornada. Pero es que lo que haces con gusto y lo que haces con tantas ganas, parece que no cuesta.

¿Han retomado ya las giras internacionales?

–Estamos un poco a la espera. Tenemos algunas citas pendientes y, por ejemplo, en septiembre vamos a ir a actuar a Biarritz. Hay alguna cosita también por Israel y Turquía, pero, por ahora, estamos más centrados en que todo funcione aquí con normalidad, asentar esto y luego retomar esas actuaciones fuera.

Por cierto, que además del bailarín también está empezando a hacer su camino un Jorge Moro Argote coreógrafo.

–Bueno, sí, es una cosita que me gusta hacer aparte de bailar. En junio, por ejemplo, tenemos un programa de jóvenes coreógrafos en el que voy a hacer una pieza. También he estado haciendo de asistente de otros coreógrafos, que es algo que me gusta bastante. Es algo que siempre que tengo la oportunidad y la posibilidad de hacerlo, me gusta explorar un poco, quiero ver hasta dónde puedo desarrollar esa faceta. Igual no solo soy un cuerpo que baila, sino que también puedo explorar esa parte más creativa que está ahí. Eso me interesa.

Pero son dos figuras que no siempre se entienden. En su caso, ¿bailarín y coreógrafo se llevan bien?

–De momento, son dos Jorge que se comprenden (risas). Mi herramienta de trabajo es mi cuerpo. Estoy trabajando en un teatro que es una entidad asentada, donde las normas están bien fijadas. Cuando mi imaginación o mi creatividad quieren explorar cosas fuera de esos límites, el bailarín se queda tranquilo y me doy absoluta libertad para, como coreógrafo, desarrollar esas ideas. Es una balanza que, por ahora, se equilibra bien dentro de mí entre ambas facetas.

“Quiero ver hasta dónde puedo desarrollar la faceta de coreógrafo; siempre que tengo la oportunidad, me gusta explorar un poco”

Después ya de varios años en el Hessisches Staatsballett, ¿aún sabiendo que las profesiones culturales son tan complicadas, se siente asentado, tranquilo?

–Por ahora sí. Nunca se sabe lo que va a traer el futuro, ni lo que uno va a hacer dentro de X años. Pero tengo la seguridad y la tranquilidad de que mientras esté en un teatro, puedo estar calmado en ese sentido. ¿Qué vendrá después cuando ya no pueda bailar o quiera hacer otra cosas? Ya veremos.

El futuro ya dirá pero el presente es el de un bailarín que también, como pasa con otros, es utilizado como referente para animar a los chicos a asomarse al mundo de la danza, donde siguen siendo una minoría. ¿No sé si a veces cansa ser ese referente?

–Yo no me considero referente, pero sí me parece importante también dar voz e importancia a la gente que ha salido y ha podido hacer cosas dentro de algo minoritario como son las artes y no digamos los chicos dentro de la danza. Si hubiera tenido algún referente cuando estaba en Gasteiz y era más pequeño, igual hubiera afrontado algunas cosas con menos miedos e inseguridades. Es importante saber que hay gente que lo ha conseguido y que es factible vivir siendo bailarín.

Hace unos años, cuando empezaba a asentarse laboralmente, decía que era un sueño vivir de la danza. Conseguido de sobra eso, ¿cuál es la siguiente meta?

–La primera, de verdad, no olvidarme de ese sentimiento que recuerdas. Soy un privilegiado por poder dedicarme a lo que me gusta. Eso es fundamental. A partir de ahí, sí que estoy empezando ahora a poner la mira en el futuro, viendo qué puedo hacer después de bailar, qué oportunidades me pueden venir. Estoy disfrutando mucho con lo que estoy haciendo y lo que estoy viviendo, pero sí tengo un ojo puesto en lo que puede venir después.

“He aprendido que cada actuación es diferente y única. Nunca va a haber otra igual. Hay que saber valorar esa diferencia”

Por cierto, el alemán ya dominado o...

–Sí, sí. De hecho, ahora mismo estoy haciendo un curso para sacarme la titulación. Pero vamos, lo tengo dominado en un 80% (risas).

¿Y como bailarín, qué le queda por aprender?

–Siempre queda algo por aprender en esta vida. Nunca vas a alcanzar la cima al 100%, ni en esta profesión ni en ninguna otra. Cada cosa que me viene es un proceso de aprendizaje nuevo. En la danza y en la vida.

¿Es muy crítico consigo mismo?

–Siempre sale el Jorge perfeccionista. Pero cada vez me siento más seguro y estoy más a gusto con lo que hago en el escenario. He ganado muchas tablas. Si ahora algo no sale bien, lo importante es cómo de bien lo he podido salvar o no. He aprendido que cada actuación es diferente y única. Nunca va a haber otra igual. Somos humanos y hay que aprender a valorar esa diferencia.

¿Y cuando va a ver a otros?

–Ahí sí me despojo de todo eso. Sobre todo, si voy a ver a amigos que están bailando. Me tomo el lujo de sentarme y disfrutar de lo que está pasando en el escenario. l