Por aplastamiento. Así sometió anoche Metallica a San Mamés y a los 40.000 fans que abarrotaron el estadio del Athletic Club. Lo lograron con un espectáculo demoledor en sonido, convincente en luminotecnia y con un repertorio elegido con mimo entre sus 40 años de carretera –brillaron Enter Sandman, Seek & destroy o Nothing else matters– y que le hizo un corte de mangas al covid entre vítores y gargantas afónicas. Antes de las dos horas de concierto del cuarteto, The Hellacopters fueron subiendo la temperatura y Weezer suspendió por problemas en su viaje. 

Alguien, con buen tino, dijo que en las disputas no hay nada tan estúpido como vencer y que la verdadera gloria está en lograr convencer. Y es lo que hicieron anoche Metallica: vencer y convencer… pero por aplastamiento. A algunas de las 40.000 almas que abarrotaron el césped y casi las gradas de San Mamés –parte de ellas con el nombre de su grupo favorito y sus imágenes al pecho– les costó asumir que aquellos cuatro tipos que salieron al escenario a las 22.16 horas, todavía con restos de luz solar y tras un guiño sonoro a AC/DC y Ennio Morriconi y Clint Eastwood, eran sus ídolos.

Y es que la semana había sido de infarto, con el fantasma del covid y la posible suspensión del concierto sobrevolando amenazante. Pero no, no era un sueño. Eran ellos. Y no pudieron empezar mejor que con Whiplash, su primer latigazo trash, extraído de su debut, como si quisieran matar a toda su audiencia a golpe de watios y contundencia desde el inicio. Arriba, como un martillo, listos para el esfuerzo; debajo, con la adrenalina ya corriendo libre, sintiéndose también Metallica y pegados a ellos en un escenario pequeño por el que bajaron por sendas escaleras laterales.

Locura frenética, cuero, pinchos y cabezas balanceándose precedieron al segundo latigazo, otro himno de sus inicios. Creeping death sonó con la banda entrando a matar, a degüello, sin piedad, con la maquinaria a tope, todos calientes desde los primeros riffs y su “hail to the fire” lanzado al cielo de Bilbao. Kirk Hammet se lució con su primer gran solo a la guitarra, que dio paso, más calmada y con efectos de pedal, a Enter Sandman, casi 8 minutos de móviles prestos al aire. La luz se había ido, la noche abrazaba a los fans y el estadio, como en la canción, parecía el País de Nunca Jamás.

Kirk y el incombustible James Hatfield, guitarra trash inmisericorde y garganta resistente, hicieron ya suyo el escenario principal con Harvest of sorrow. Ya noche cerrada, cobraron protagonismo las dos enormes pantallas laterales, que mostraban a los músicos en planos cercanos, mientras tras el escenario se combinaban con otras más pequeñas. Entre la algarabía general cayeron piezas pesadas como No leaf clover y otras de ritmo más templado como Wherever I may roam, esta de su Black Álbum, el más representado anoche en el repertorio del grupo.

Metallica arrasa ante 40.000 fans

Metallica arrasa ante 40.000 fans Sandra Atutxa

El cuarteto, con Lars Ulrich y su pegada poderosa como un tanque como metrónomo, siempre bien ayudado por el bajo de Trujillo, sonó pesado en Sad but true, resaltado por un gran aparato luminotécnico que apostó mayoritariamente por los colores rojos y amarillos –los del fuego que escupía el escenario–, antes de que sonara Dirty window, una de sus escasas concesiones a su repertorio del siglo XXI, que precedió a una de las cumbres de la noche, la esperada Nothing else matters, deliciosa en sus bellos juegos armónicos de guitarra de introducción y coronada por flashes azules y verdes.

El cuarteto siguió picando de su Black album y viajando a sus inicios lampiños, y los rescates tocaron cumbre con las interpretaciones de For whom the bell tolls –precedida por el vuelo de unos cuervos en pantalla y con Trujillo tocando tirado en el suelo– y Welcome home (Sanitarium). Con esta última, público y músicos se tomaron un descanso breve. La locura, con fans de tres generaciones berreando como posesos, se desató con su primera declaración trash metal, el famoso Seek & Destroy de su debut, con las pantallas traseras mostrando entradas de sus múltiples conciertos por el mundo, incluido la del Bilbao BBK Live, en 2017, y Hatfield dirigiendo el coro popular en el pequeño escenario, dándose un baño de masas y regalando su muñequera a un niño que sobrevivía en el Gold Ring. Había transcurrido justo hora y media de recital cuando el cuarteto abandonó el escenario.

El regreso fue inmediato. Quedaba otro largo cuarto de hora de bises irrefrenable marcado por un apetito voraz, tanto arriba como debajo del escenario. El primer plato fue Metal militia, incluido en su debut discográfico de hace 39 años y una rareza en sus espectáculos en directo. El segundo, introducido por ruido de helicópteros y extraído de su muy poco rescatado disco ... justice for all, fue el habitual One, que hizo regresar el fuego real al escenario mientras las pantallas vomitaban imágenes bélicas, de soldados desfilando y de sus retratos antes de caer en el campo de batalla. El final cruento del bis demoledor, con artillería de racimo estallando con la colisión de la batería y las guitarras, llegó con el mítico Muster of puppets, Sonó largo, extenuante y con algún problema de sonido incluido, que la banda solventó volviéndola a tocar entre el éxtasis de los fans, que a las dos horas de concierto seguían, como el propio grupo, resistiéndose a decir agur; incluso con las luces encendidas.

Calentamiento

Antes de la clase magistral de trash rabioso y oscuro de Metallica, el Bilbao Bizkaia Rock Day, jornada inicialmente prevista de ocho horas de música patrocinada por el Ayuntamiento de Bilbao y la Diputación Foral, se inició a las 16.00 horas con el dúo vasco Niña Coyote eta Chico Tornado, que precedió al grupo británico indie Nothing but Thieves, en ambos casos con las gradas escasamente pobladas y con la segunda banda saltando con retraso al escenario.

La causa de la tardanza fue la suspensión del concierto de los estadounidenses Weezer, que según mostraron las pantallas a media tarde, adujeron “problemas de última hora surgidos en su viaje” y mostraron su pesar por “las molestias ocasionadas”. El público se quedó sin escuchar los éxitos de Rivers Cuomo, caracterizados por un rock alternativo de melodías claras, guitarras de los 90 y letras oscuras. Pocos echaron de menos éxitos de finales del siglo pasado como Island in the sun, Buddy Holly, Hash pipe o Say it ain’t so, canciones y repertorio en las antípodas del trash metal de Metallica.

Quienes sí actuaron como caramelo previo a Metallica, a las 19.30 horas, fueron los suecos The Hellacopters. Casi 20.000 personas, que copaban la pista del estadio, iniciaron el calentamiento con ellos, que alternaron temas de su reciente Eyes of oblivion, con el frenético Reap a hurricane y el blues So sorry I could die a la cabeza, con clásicos como Hopeless case of a kid in denial. Sin sonar tan garajeros y punks como antaño, demostraron su poderío, sobre todo su carismático líder, el vocalista Nick Royale. Apareció ataviado con su habitual gorra militar, de negro de pies a cabeza, melena al viento, actitud a raudales, buen rollo con la peña –los “eskerrik asko” fueron constantes– y con una voz consistente que confirmó que aún puede calentar a la audiencia con el rock enérgico y r&b de éxitos como By the grace of God, I’m in the band y (Gotta get some action) Now, con los que concluyeron su recital con el público ya caliente y expectante.