uánto tiempo necesita un ser humano para extraer de las tinieblas sus más crueles experiencias? Años, décadas o toda una vida. Es lo que no alcanza a comprender, por mezquina, la gente que censura la tardanza en la denuncia de los casos de violación, acoso y pederastia. Si tuvieran en cuenta cómo la mente se protege -¡para sobrevivir!- guardando el miedo y la vergüenza, lo entenderían. A nuestra Ainhoa Arteta le ha llevado medio siglo contar en público los abusos sufridos de niña y media existencia hasta narrar la agresión sexual ocurrida en Nueva York. Ante esto, palidece el hecho de haber estado al borde de la muerte por una septicemia. Hay cosas que matan más que la muerte y te aniquilan en vida.
La tolosarra se lo contó todo a Bertín Osborne ante 1.234.000 espectadores e hizo bien en liberar su relato; pero se equivocó de formato e interlocutor. Un programa banal como Mi casa es la tuya, presentado por un frívolo, es indigno de la historia trágica de alguien como Ainhoa. Es lo más opuesto a ella, que tantas cosas buenas merece. Aquello chirriaba por todas partes, por favor, seguido de un festival de risas tontas y un rodaballo recalentado. Si ya fue un disparate que Rocío Carrasco escogiera el aberrante Sálvame para dar a conocer el calvario de los abusos que le infringió su exmarido, la dura confesión de la soprano en ambiente poco serio fue la culminación del despropósito.
¿Por qué no eligió a Jordi Évole o María Casado, que le hubieran regalado una cobertura de máximo respeto? ¿Quién es el inepto que la asesora? Quedó una cuestión blowing in the wind, Ainhoa. ¿Cómo explicas que tú, víctima de la brutalidad sexual, respaldaras al acosador Plácido Domingo? ¿Vale más la fama de los colegas que la causa de las mujeres? Mientras tanto, Telecinco anuncia para pascua Supervivientes, su manjar de podrida casquería.