n medio del tráfago navideño me asaltó la noticia del fallecimiento del periodista navarro, Luis Azanza que abandonó este valle de lágrimas, víctima de una enfermedad traicionera, truncando la trayectoria profesional de un periodista de raza, humanidad y sentido del quehacer periodístico. Conocí a Luis Azanza en los sanfermines de 1983. Llegábamos con la ilusión del novato y la emoción del primerizo y nos encontramos en la Redacción de Deia en la calle Estafeta con periodistas navarros que nos abrieron las puertas de par en par para acoger a hermanos en la tarea de contar lo que veíamos, sentíamos, gozábamos. Recuerdo a Luis como un profesional con carisma, sentido de la oportunidad y, modestia en el desempeño del trabajo informativo. Era un tipo campechano, próximo, colega con los colegas, siempre dispuesto a echar una mano cuando estábamos ayunos de contenidos o desorientados en las y claves de la actualidad. Perpetua sonrisa, animosa palmadita en el hombro de apoyo y, chistoso comentario sobre personajes y personajes de la noticia, Luis Azanza se hacía querer y su presencia en la redacción era siempre de empuje y comentario empático. Silencioso cazador de exclusivas, su factura periodística era fina, elegante y con estilo propio. Las fotos, máquinas de trabajo, compañeras incansables e inseparables, más agudo criterio profesional entendían el periodismo como un lenguaje sencillo pero complejo donde las noticias florecían animadas por eficaces fotografías que daban vida y completaban textos informativos del día a día. Vocación periodística, humanidad desbordante, facilidad para el trato con las personas, sentido de actualidad, chispa creativa hacen del periodista recién fallecido pérdida irreparable del periodismo. Cierto es que los humanos tenemos que abandonar este mundo, pero se nos desgarra el corazón cuando se marchan los mejores, y Luis Azanza era uno de ellos. Goian bego.
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