Toca dejar su Barcelona de residencia para volver al País Vasco que le vio nacer y dar sus primeros pasos musicales. Junto a Jaume Llombart (guitarra), Marc Cuevas (contrabajo) y Carlos Falanga (batería), Víctor de Diego se reencuentra este fin de semana con Vitoria. Lo hace para volver a conquista el escenario del Dazz, que ya fue suyo antes de que una pandemia lo paralizase todo.
¿Cómo está viviendo todo esto en el plano profesional?
-Cuando el confinamiento puro y duro, no hubo más remedio que paralizar todo el trabajo, claro. Desde hace algunos meses, desde que se pudo empezar a hacer cosas, sí que se nota como una explosión en todos los ámbitos de la cultura en vivo, incluido el de la música en directo. Todo el mundo quiere ir a conciertos. Se nota que hay como un arrebato en este sentido. Eso está bien, pero la pandemia también ha dejado muchas consecuencias negativas, empezando por el cierre de espacios donde actuar, por ejemplo. A eso hay que añadir que las condiciones laborales que nunca han estado bien, ahora son incluso peores. Cada vez se paga menos al músico y la situación es más precaria. De todas formas, diría que es algo que se puede extrapolar a todos los ámbitos profesionales. Vivimos en una sociedad en la que o eres famoso, un crack y todo el mundo te quiere contratar o está la nada. Antes no era así, había más espacios para más tipos de gente, más festivales que igual no contrataban solo a estrellas norteamericanas sino que apostaban por gente de aquí que toca muy bien.
Por lo menos algo de agenda de conciertos está pudiendo recuperar y en ese marco se produce el concierto del domingo en el Dazz. ¿Qué se va a encontrar el público que acuda?
-Está feo que hable de mí, pero sí voy a hablar de mis músicos, que son de un nivel buenísimo. Tengo la suerte de vivir en Barcelona y de encontrarme aquí con músicos de altísimo nivel. No tienen nada que envidiar a muchos de los músicos que vienen de fuera, que tienen más bombo y platillo y a los que la gente acude a ver de manera tan numerosa. No entiendo que se llene un teatro porque viene no sé quién y que a un local vayan tres personas cuando en ambos sitios actúan músicos de nivel parecido. Así que voy a Vitoria con tres músicos increíbles con los que tocaremos una revisión de temas míos de discos anteriores, composiciones sobre las que hacemos una relectura.
Por supuesto, todo son ventajas cuando se toca con gente de nivel con la que ya se lleva tiempo trabajando, pero ¿en este matrimonio a cuatro, cómo se hace para que cada día sea distinto, para mantener la chispa, para que no se convierta en algo rutinario?
-Soy firme defensor de la esencia de la música. No necesito que me vendan que Pepito hace un disco nuevo con temas de no sé qué. Quiero ver al músico. Sé qué músico es capaz de generar música sin envoltorios, sin tener que venderla con grandes palabras. Soy admirador del músico que es capaz de tocar originales, standard, o de hacerlo con estudiantes, o en un teatro. Me gustan esos músicos que son capaces de tocar el standard más manido haciendo que suene increíble. Al margen de etiquetas y de aderezos, lo importante es generar música con mayúsculas.
En la faz pedagógica que también desarrolla, ¿cómo ve a las nuevas generaciones que se interesan por el jazz en su camino de formación?
-Tengo alumnos que tocan increíblemente mejor que muchos artistas supuestamente mejores. Hay muchos jóvenes interesados, más allá de que también habría que mirar porcentajes de personas que se forman en jazz y en otros géneros. Pero tienes Musikene o en Barcelona tienes tres escuelas superiores y son sitios que están llenos de muchos jóvenes interesados en el jazz y que piensan de esta manera que te decía, que más allá de envoltorios, buscan al músico.