Su propio pasado suele ser un recurso muy frecuente en sus libros. Le gusta invocar, pero es justo y dice que la memoria no es fiel, y sí un arma de doble filo. Reconoce que volver la vista atrás puede resultar más tranquilizador que vivir las incertidumbres del presente. Es un paseante habitual por las calles madrileñas y el encierro obligatorio por la pandemia limitó sus pasos. Entre risas confiesa que buscó todas las trampas posibles para alargar sus salidas fuera de casa. Fue de más al supermercado y se extendía en los paseos con su perra. Dedica el libro a Elvira Lindo, su mujer: la convivencia de ambos fue más intensa, como en las demás familias, que la habitual, y añade que pasaron esta experiencia con nota.
Su último libro lleva como título Volver a dónde
El título es como una pregunta, porque es la pregunta que todo el mundo se ha hecho durante este tiempo que nos ha tocado vivir desde 2020. ¿Queremos volver a la misma vida que teníamos antes? Y también tiene otra visión: la vuelta a los mundos que uno recuerda, que uno añora.
A veces querer no es poder. ¿A dónde cree que podemos volver?
Mi impresión es que uno no puede volver a ninguna parte. Es un impulso. Es como cuando uno sueña que ha vuelto a lugares que ha perdido ya.
Hemos acuñado frases como “la antigua normalidad’ o “la nueva realidad”. ¿A qué punto nos llevan estas expresiones?
Todo va a depender de cómo aprendamos las cosas. Tendríamos que mirar lo que ha ocurrido con la comunidad científica, que ha hecho un gran esfuerzo y ha dado un paso de gigante en un proyecto de colaboración universal, por encima de fronteras y nacionalidades, para combatir el virus y para crear las vacunas. Hay otros valores, la inversión en investigación y en sanidad pública.
La sanidad pública siempre está entre la espada y la pared.
En un sitio como el yo vivo, Madrid, ha estado sometida incluso a acoso. Ahora hemos visto el valor que tiene, que es irremplazable. Estas son lecciones que hay que aprender.
Pero hay muchos políticos que no ven en lo público un sistema de igualdad.
Pues no es solo lo que más iguala a los ciudadanos, es lo que funciona en un momento de emergencia. Lo público es un sistema de justicia, pero es sobre todo una cuestión de eficacia. Frente a una amenaza como ha sido esta pandemia no hay iniciativa privada que responda. Lo privado puede colaborar, pero se necesitan las fuerzas de los Estados.
Nadie olvida aquel 14 de marzo de 2020. Se nos paró la respiración ante la limitación de movimientos y la obligación de quedarnos entre cuatro paredes.
A mí me sonaba como algo de ciencia ficción. Recuerdo cuando en febrero de aquel año se dijo que en China se había encerrado en sus casas a una ciudad completa, porque a todos nos parecía algo inaudito. Era ese tipo de cosas que solo pasan en sitios lejanos o en las pantallas. A finales de ese mes, el norte de Italia también se cerró. Aún estando más cerca, parecía que eso a nosotros no nos iba a suceder. Por eso fue más fuerte el trauma cuando llegó.
Usted es muy callejero. ¿Qué pasó por su cabeza?
La curiosidad de ver cómo era todo a partir de ese momento. Y tengo la suerte de tener una perra.
Nunca hubiéramos pensado que una mascota fuera un salvoconducto para dar un paseo.
Ja, ja, ja… En la vida lo hubiéramos imaginado, pero fue una ventaja estratégica. Ese primer día de encierro salí a la calle y puse todo mi interés en fijarme en lo que veía. Sentí una extraña sensación de mundo paralizado. Estaba el silencio general que solo rompían los pájaros. Era una sensación de irrealidad muy grande.
Su libro empieza en junio de 2020, diciendo que en ese momento en el que se podía salir de casa era cuando realmente no le apetecía.
Durante el encierro las cosas estaban claras, pero de repente, salir a la calle con mascarilla, en vez de proporcionarte mayor seguridad te daba más incertidumbre. De nuevo estaba el tráfico desatado, el ruido y otra vez la contaminación. Yo decía: Es ahora cuando me quiero esconder.
Ha hecho un diario de la pandemia, pero también echa mano de los recuerdos del pasado, un recurso que utiliza muy a menudo. ¿Somos fieles al pasado cuando recordamos?
Con la memoria hay que tener mucho cuidado. Puede ser fiel, pero hasta cierto punto, porque es muy limitada. Lo que recordamos es una parte mínima de lo que hemos vivido, y posiblemente es mucho menos fiel de lo que nosotros pensamos. La memoria tiene que estar acompañada por un ejercicio de lucidez para no dejarnos llevar por esa tentación natural que nos hace pensar que el pasado es mucho más tranquilizador que el presente.
Y como el presente nos lleva a pensar en el futuro y no sabemos cómo va a ser, crea inseguridad.
Cierto. El pasado resulta tranquilizador porque ya ha terminado. Sabemos cómo han acabado algunas cosas, pero puede también llevarte a la complacencia, y esa complacencia puede resultar dañina.
Si ya ha pasado, ¿por qué puede ser dañina?
Porque te impide ver cómo han sido realmente los aconteceres de tu pasado, y esos recuerdos pueden interferir en el presente.
¿Quiere decir que dulcificamos nuestros pasados?
Claro, y es natural. El ser humano no puede vivir con una memoria permanente de las cosas duras. La memoria está constantemente haciendo ajustes, está embelleciendo, sobre todo si el presente se vuelve incierto y amenazador; igual que buscas refugio en tu casa, lo buscas en un pasado que puedas controlar. El pasado nunca te va a sorprender desagradablemente, porque ya lo has vivido.
¿Y por qué un diario del confinamiento?
Porque me empeñé en hacer un registro documental de todo lo que estábamos viviendo. Estaba seguro de que cuando todo terminara se iba a olvidar.
Como está acostumbrado a dar paseos kilométricos a diario, el confinamiento tuvo que ser una frustración.
Ja, ja, ja… Me gusta pasear y escuchar a la gente hablar. Hacía todas las trampas a mi alcance para saltarme las prohibiciones: salía al supermercado más de lo que hubiera debido o de lo que hago habitualmente en tiempos de mayor normalidad, salía con la perra y en vez de dar una vuelta por la manzana, daba otra por la manzana siguiente. Lo hacía como los presos en los patios, que van muy rápido en un recorrido muy corto. Era muy duro y angustioso. Fue tremendo cuando por fin se pudo salir y pude echar a correr de un sitio para otro.
Este libro está dedicado a Elvira Lindo, su mujer.
Le he dedicado muchos, no es el primero, pero este tenía una razón especial. Hemos pasado juntos muchas cosas en la vida, pero hemos pasado también juntos el confinamiento. 24 horas todos los días.
¿Intenso?
Tiene su mérito. Ja, ja, ja… No hay forma de escapar. Eso nos ha pasado a todos.
Y han sobrevivido.
Y bien. No ha estado mal. La convivencia en estas circunstancias tiene mucho de experimento. No tienes distracciones, no tienes dónde esconderte. La convivencia implica siempre una especie de cortesía permanente; implica un cuidado en lo que uno dice y en lo que uno hace. En estas circunstancias eso era más necesario todavía, porque no había escapatoria.
Todos sus libros se publican, o eso ha dicho usted, después del visto bueno de ella. Si a su mujer no le gustan, no los publica.
Sí, y es una cosa normal. Ella y yo somos parecidos. El principal juez del trabajo que uno hace es el otro. Una persona que te conoce bien tiene una posición privilegiada para juzgar lo que tú has hecho y para ver cosas que tú no ves porque estás demasiado cerca. Es confianza en tu pareja, pero también buscar cierta seguridad en lo que has escrito y que otros van a leer. Elvira y yo nos ayudamos. Elvira es para mí, además de otras cosas, un crítico de confianza en casa.
¿No ha sentido nunca la sensación de estar harto de escribir?
Es que lo hago cuando me apetece. Hay veces que escribo sin ánimo de publicar, pero igual que un músico toca siempre, aunque no tenga concierto. Yo lo mismo.
¿Podría vivir sin libros o sin escribir?
Quizá podría vivir sin escribir más que sin libros. Me imagino no escribiendo, pero no me imagino no leyendo.
¿Tiene algo en lo que trabaje ahora?
No. Ahora estoy como en estado de shock después de haber terminado este libro.
En una entrevista, una escritora me dijo que se sentía en las promociones como una vendedora de lavadoras. ¿Tan duras son?
Uno ajusta las promociones a sus necesidades, a sus gustos y a sus inclinaciones. No hago nada que no quiera hacer. Puede haber una promoción que sea fatigosa, pero es algo que haces de vez en cuando. He estado mucho tiempo sin salir de mi casa, así que no es un drama ni me siento un vendedor de lavadoras.
¿Qué siente cuando escucha que Antonio Muñoz Molina es un escritor consagrado?
Es una visión que se tiene desde fuera. Ningún escritor que sea honrado y que tenga una noción seria de su oficio puede pensar que está consagrado. Nunca tiene seguridad sobre lo que ha hecho, pero hay posiciones agradables que llegan desde fuera.
PERSONAL
Edad: 65 años (10 de enero de 1956).
Lugar de nacimiento: Úbeda (Jaén).
Familia: Está casado con la escritora Elvira Lindo.
Formación: Estudió Historia del Arte y Periodismo.
Trayectoria: Antes de dedicarse de pleno a la escritura fue funcionario en Granada. Durante un tiempo compaginó este trabajo con la literatura, pero en 1987 un libro le cambió la vida, El invierno en Lisboa. Con el ganó el premio de la Crítica y el Nacional de Narrativa. Cuatro años después, con El jinete polaco, consiguió el Premio Planeta y el Nacional de Narrativa.
Curiosidades: Es Julio Verne el culpable de que la escritura se convirtiera en una adicción. Es un escritor que cambia de estilo y busca en cada momento lo que le pide el cuerpo. Es colaborador habitual de El País y dirigió en Nueva York el Instituto Cervantes.