Puede que el público se crea que es una broma, pero no. El Festival de Teatro de Humor de Araia empieza hoy con dos personas que a punta de pistola van a secuestrar a los espectadores que a partir de las 22.30 horas estén en el Arrazpi Berri. Desde la improvisación, Teatro Indigesto construirá con los presentes una obra llena de risas, emociones y alguna que otra locura que va a sorprender a quienes estén compartiendo la inauguración del veterano certamen.
Es la primera vez de la compañía en Araia pero con un montaje que lleva ya muchos años en cartel.
-Ya son once.
Que dure tanto tiempo, más allá de que haya ido evolucionando en estos años, quiere decir que algo tiene el agua cuando la bendicen.
-(Risas) El truco que tiene este espectáculo es que nace de una raíz muy profunda, de una necesidad. Era cuando estábamos empezando como compañía y fue el primer montaje nuestro que era de teatro de improvisación. Está protagonizado por dos personajes que están muy bien trabajados, que caminan solos, y el público les suele coger mucho cariño a ambos. Es un espectáculo, insisto, que nació de querer contar, salir a la calle y dar cariño a la calle. Ahí está la clave del éxito de esta propuesta. Y, como has dicho, es un montaje que ha ido evolucionando y que ha sabido adaptarse a cada sitio al que hemos ido y a cada uno de los momentos que nos ha tocado vivir. Nos han pasado mil y una historias con este espectáculo.
Pero antes solían estar varios momentos de la obra entre el público, había también contacto físico, no sé, esas cosas que antes de marzo de 2020 parecían tan normales y ahora son como un recuerdo lejano.
-Nos hemos adaptado. Ahora, por ejemplo, también bajamos a donde está el público, pero bueno, pues con la mascarilla, las distancias y estas cosas. Sigue habiendo participación activa del público y nosotros seguimos siendo igual de gamberros, pero no hay contacto físico. Bueno, ya está. Además, la gente acepta sin problemas esos cambios. Y el montaje sigue siendo igual de participativo, de entretenido y de sorprendente. Es un secuestro que la gente sabe cómo va a empezar pero no tiene ni idea de cómo va a terminar.
Eso sí, hay que reírse cuando lo primero que hacen los intérpretes de una compañía es apuntarte con tres pistolas.
-Puede parecer que lo que quieren es el dinero o las joyas. Pero no. Lo que quieren es saber de la gente. En cierto modo, nos ha venido bien la pandemia porque ha servido para recuperar quién soy yo, quién eres tú, el conocerse. Ahora que vamos por la calle sin poder vernos la cara, estos dos personajes lo que buscan es el cariño y el calor. Eso termina generando un síndrome de Estocolmo total por parte del espectador, que no quiere que la obra termine, que quiere seguir secuestrado en ese agujero en el espacio-tiempo que se genera en la pieza durante una hora y veinte para escapar de lo que está sucediendo fuera.
Hay un elemento básico en este montaje y en lo que hace la compañía en general que es la improvisación, una herramienta muy complicada.
-Eso es, aunque yo la reclamo como disciplina, no como herramienta. Es algo que hay que entrenar. Tienes que tener, al fin y al cabo, unos utensilios que se nutren de otras disciplinas, del canto, el baile, el teatro físico y más. Hemos leído mucho. Yo llevo haciendo teatro desde el 86 y nací en el 82. Llevo toda mi vida mamando teatro, Lorca, Molière, Álvarez Quintero o Arthur Miller, por poner algunos ejemplos. Todo eso, de alguna manera, te va sumando y hace que no estés desnuda en el escenario porque tienes un montón de herramientas teatrales. La comedia del arte nace de la improvisación. Nosotros salimos al escenario sin nada, salvo con unos personajes que, eso sí, están muy bien trabajados para que sean reales. Es muy La Cubana (risas). De hecho, a veces nos llaman La Cubana de la improvisación porque mezclamos ese punto de personaje con la improvisación. De este espectáculo no te hablo para no desvelar nada, pero en otros hemos llegado a meter al público en un autobús, o hemos montado una manifestación en el exterior del teatro.
Alberto Salvador, J. J. Sánchez y usted son, además de muchas otras cosas en Teatro Indigesto, los productores. Si ya suele ser difícil esa labor en una situación normal, en el último año y medio debe estar siendo una fiesta. ¿Cómo hacer teatro en esta situación?
-Con más pasión que nunca. Además, cuando uno de los tres está un poco más bajo, los otros avivan la llama. Cada uno aporta lo que puede y nos hemos ido compenetrando a lo largo de los años, aunque no siempre ha sido sencillo. Pero en ningún momento se nos ha pasado por la cabeza tirar la toalla. Uno de los pilares de la improvisación es no abandonar una historia. A todos nos ha tocado reiventarnos. Siempre digo: mira, a Lorca le tocó una guerra civil, y escribió en sus obras lo que había en la atmósfera que le rodeaba. Pues en este momento, nosotros también. De alguna manera, nos ha tocado esto, y en nuestras obras está presente todavía con más valor cuestiones como la amistad, la familia, el cariño, el roce, un abrazo o la importancia de una cena.