Con algo de retraso y el público todavía entrando en el recinto, el Iradier Arena ha acogido la primera doble sesión de tarde-noche que este año propone la cuadragésimo cuarta edición del Festival de Jazz. Con algo más de media entrada dentro del aforo posible en estos momentos y la presencia de autoridades como el alcalde de Vitoria, Gorka Urtaran, y la concejal de Cultura, Estíbaliz Canto, los presentes han compartido una velada con momentos destacables, sobre todo en la figura del trompeta y cantante Itamar Borochov, que ha demostrado que es un creador a seguir. Todo ello en un coso que quiere, que le pone empeño en no sonar ni tan mal aunque se le vean las costuras.

El primero en hacer acto de presencia ha sido Borochov, con un cuarteto más que solvente. El músico se ha sentido protagonista, sabedor de que es su momento de demostrar, ahora que los premios le acompañan. Hay que sembrar para recoger en el futuro. Y en ello anda. En Vitoria ha demostrado aptitudes de sobra, más allá de que en todo el recital ha jugado sobre seguro. Sabe bien cómo atrapar al público.

Además ha sabido rodearse de buenos compañeros de viaje, que tienen claro quién es el que debe destacar, incluso cuando sale del escenario dejando a sus compañeros tocando. Ahí, el trabajo de Jay Sawyer a la batería ha sido fundamental en una plaza donde todo, el concierto y los aplausos, han ido de menos a más. Eso sí ni al trompeta ni a su grupo les ha dado tiempo para hacer un bis. Tocaba cambio de escenario y se les ha mandado fuera rápido, aunque Borochov ha salido a saludar entre las peticiones del público de que se tocase algo a las bravas. No ha sido el caso.

Después han tomado el relevo Atlantic Bridge Jazz Project, que ha acompañado la entrada de la noche, de la oscuridad en un coso donde cada vez ha hecho más frío, no así en lo musical. El reencuentro de este proyecto entre músicos de un lado y el otro del Atlántico, entre gallegos y norteamericanos, después de tantos años, se ha traducido en un nuevo disco que es el que les ha traído a Gasteiz.

Elegancia, clase y tablas les sobran a todos los intérpretes y así lo han dejado claro en el Iradier, en un espacio que ha sabido y podido viajar por visiones alejadas en lo geográfico pero muy cercanas en lo musical. Al fin y al cabo, no hay fronteras, todo suma cuando se habla el mismo idioma y se comparten gustos, influencias e intereses.

Ha habido tiempo, por supuesto, para el recuerdo a Steve Brown con dos de sus creaciones. Él fue el promotor en su día de esta formación y no podía faltar a la cita a través de sus notas. Así ha transcurrido un recital disfrutable y ameno, que en estos tiempos no es poco.