a serie Supongamos que Nueva York es una ciudad (Pretend it’s a city), en la que la punzante escritora Fran Lebowitz da su personal visión de la mítica Gran Manzana con la compañía de otro neoyorquino ilustre, Martin Scorsese, sirve para avivar la curiosidad por algunas películas y series que han retratado ciudades a 24 fotogramas por segundo.

Once (John Carney, 2007). Una propuesta sencilla y encantadora que muestra una bonita historia de amor entre dos músicos que tocan por las calles de Dublín. Esa podría ser la sinopsis de una cinta ganadora del Óscar a la mejor canción original, por Falling Slowly, que se erige como una pequeña postal en movimiento de la ciudad de Dublín. Y es que a lo largo de su metraje el espectador podrá conocer multitud de rincones de la urbe irlandesa, como Grafton Street, una de sus calles comerciales más conocidas que luce con sus casitas de colores, los parques públicos St. Stephen’ s Green y Killiney Hill Park, desde donde se divisa Gales; el puente peatonal de Ha’penny Bridge, que cruza el río Liffey, o míticos pubs como los de Temple Bar.

Un tono más sombrío y desalentador tiene Medianeras (Gustavo Taretto, 2011), cinta protagonizada por Pilar López de Ayala y Javier Drolas sobre la soledad, el aislamiento y la búsqueda del amor en una ciudad, Buenos Aires, que Taretto perfila a través de algunos de sus edificios más emblemáticos, resumidos simbólicamente en un montaje inicial. De este modo a lo largo de la cinta comprobaremos la importancia que tienen edificios como el Planetario Galileo Galilei y la torre Kavanagh, que Mariana (Pilar López de Ayala), arquitecta de profesión, clasifica como sus dos construcciones preferidas de la ciudad. Al tiempo que recorremos la famosa Avenida de Santa Fe, en la que viven los dos protagonistas, con sus tiendas y su arquitectura parisina.

El Berlín más alejado de los turistas es protagonista de Oh boy (Jan Ole Gerster, 2012), historia en blanco y negro protagonizada por Niko (Tom Schilling), un apático veinteañero, en busca de trascendencia, que durante 24 horas vagará por una Berlín aparentemente devastada. Un viaje a las entrañas de la ciudad que llevará a Mike por el distrito de Pankow, dentro del antiguo sector soviético, con su emblemática Plaza Alexanderplatz, sin olvidar la cinematográfica estación de Eberswalder, la calle comercial de Friedrichstraße o algunos cafés muy pintorescos como el Café Schwarzsauer, donde Niko encuentra refugio.

Armada como un viaje luminoso de autodescubrimiento, Maya (Mia Hansen-Løve, 2018) nos lleva por la India, de la mano de Gabriel (Roman Kolinka), un periodista recién liberado de un secuestro en Siria que emprende un viaje al estado de Goa, donde creció, para buscarse y entre medias encontrar un amor totalmente inesperado. Un viaje pausado por alguna de las paradisíacas playas de Goa, como la de Bogmalo, la más larga de la ciudad, con paradas en la catedral de Se y apacibles paseos en barco por el río Sal. Y una visita final a la ciudad sagrada de Hampi con sus infinitos campos de arroz o el templo de Hannuman, lugar provisto de unas mágicas vistas.

El amor y la comida son los dos ejes sobre los que se vertebra Foodie love (Isabel Coixet, 2019), serie que además se asienta en la química que desprende su pareja protagonista: Laia Costa y Guillermo Pfening, dos amantes de la restauración que inician una relación amorosa muy dependiente de las heridas pasadas que ambos, especialmente ella, tienen que cerrar.

Finalmente la oda al jazz, desde los bajos fondos de París, que concibió el director de La la land (2016) en The Eddy (Damien Chazelle, 2020). Serie de aspiraciones naturalistas en la que los solos de jazz van entrando y saliendo de escena con cierta regularidad, mientras el espectador sufre con las desventuras de Elliot (André Holland) y su banda.